jueves, 21 de noviembre de 2013

Haiku (Isolina Raíces)

Isolina nació en Arrecifes (Bs As) en 1930 pero vivió desde su infancia en el Canal Arias. Se dedicó a la Educación. Publicó "Dos estilos" en 2005.


Desaparecen
por ambición del hombre
selvas del delta.

El río lleva
refugio de aves
camalote va...

Las golondrinas
juegan sobre el río
quieren llevarme?

Cielo del delta
profunda transparencia
azul de hortensias.

Como damero
dos colores jugamos
vida o muerte


La vivienda del isleño (Roberto Arlt) El Mundo, 2 de diciembre de 1941





Cada vez que se escribe sobre el Delta, la triple asociación de palabras “isleño-fruta-canoa” produce en el lector no informado la impresión de que el articulista se dispone a tratar los problemas de una región extraña, donde el hombre aún vive en estado primitivo.
Abona la construcción de esta falsa imagen el desconocimiento que generalmente para los profanos, envuelve con su cortina verde la vida de los isleños, que, contra lo que puede suponerse, fortifican los ingresos del erario nacional y provincial con ingentes sumas.
Aparte de que las cinco mil familias que pueblan esta zona acuática forman un grupo social con particularidades extraordinarias. Estas particularidades son la expresión de sorprendentes características psicológicas que conviene historiar, pues el estudio de estas células de energía dispersas en grupos familiares o de nacionalidades en una extensión de seiscientas mil hectáreas. incomunicadas entre sí por más de doscientos canales y arroyos, interesa vivamente al país en estos momentos en que la nación, en movimiento de introspección, examina su musculatura.
Desde ahora podremos asegurar que los pobladores del Delta son víctimas de la sordera crónica de los poderes públicos, empeñados en ignorar las necesidades reales de estos hombres magníficos, cuyo valor se subestima continuamente.
De allí que trataré en estas notas algunos áridos temas de codificación y economía, para que de los hechos surja la evidencia de la técnica con que lesionan los intereses de una de las más heroicas comunidades que engrandecen el país. Con este procedimiento, el perfil psicológico del hombre se vitalizará en el dinamismo del número
                                                                       ***
A media hora de lancha del Tigre cuando ya desaparecen las casas de juguete destinadas al “week end” de la metrópoli, y las hileras de árboles para madera o frutales suceden a los jardines de holgorio, de tanto en tanto se hace visible entre la maleza de un huerto silvestre una casona de madera con techo de cinc,  o una casona con estructura de tirantes y paredes de barro, o también una vivienda moderna de cemento armado, cuyo descanso se abre al río sobre una escalera de recibimiento. En los tres casos, la vivienda de barro, de madera o de material está cargada sobre puntales, los que dejan libre un entresuelo por el que puede caminar sin obstáculos un hombre de elevada estatura.
Los penachos de los álamos, el abanico de las palmeras, el jopo verde de los sauces, teje en redor de la casona un africano nicho de sombra. Abajo, las manchas en siete tonos de rojo de los malvones y las tazas blancas de las calas, componen con los vinosos rosales silvestres, la infatigable y repetida policromía de las islas en las que los ojos no se cansan de extasiarse. El aire está perennemente embalsamado por la dulzona frescura de la madreselva y jazmín, multitudes de pájaros charlan en la enramada, el nido de un hornero pende solitario de una horqueta y tandas de perros ladran a las lanchas que pasan.
De la costa al agua avanza un rústico muelle que permite desembarcar, una escalera de madera roída por el tiempo se sumerge en las aguas, y casi siempre para defender la orilla de las erosiones provocadas por los latigazos del río, a todo lo largo del frente de la casa se tiende un tablestacado, cuyos tablones de pino chicotean las olas cada vez que pasa una embarcación. Otras veces el tablestacado no es de tablones de pino sino de troncos de sauce.
El espacio hueco debajo de la vivienda, casi siempre cerrado por un enrejado de listones, es despensa unas veces, depósito de envases de fruta otras, comedor para verano algunas, pero el paseante ve perderse el cubo encalado entre las manchas verdes y piensa:
-Este es el rancho del isleño. Porque aparentemente la vivienda es un rancho como aparentemente el isleño es un hombre que vive primitivamente; pero, en realidad, la vivienda no es un rancho, sino una casa con sus divisiones distribuidas como lo requieren las necesidades del civilizado.
La casa tiene un comedorcocina inmenso, un dormitorio para los dueños y un cuarto para huéspedes. Sobre esta matriz invariable está edificada la vivienda de paredes de barro, la de muros de madera y la de cemento.
A un costado del embarcadero corre un canal artificial que penetra hacia la huerta. Lo cubre un techo de espadaña o de tejas. Allí se guarece la canoa a motor, siempre igual, ya esté varada junto a la casa de material como de barro. Esta canoa larga, diferente a las otras canoas que flotan en los ríos del mundo, es una creación del isleño. Está conformada para desarrollar una velocidad discreta, para maniobrar a pesar del exceso de carga, en ángulos muy cerrados y para navegar hasta en cincuenta centímetros de agua. Parece que contradice todos los cánones de arquitectura naval y es útilmente perfecta.
A un costado del canal se eleva un tinglado donde se almacena la fruta para clasificarla y empacarla. Cuando no es la estación de trabajo, allí se guardan los pulverizadores, los arados,las palas. Rarísima vez se descubre entre las máquinas un camión o un tractor. Detrás de la casa se extiende la huerta y un gallinero, luego la ondulación de quinta que puede tener cinco, diez, quince hectáreas. Mayores de cincuenta hectáreas son raras.
Esta es la casa del hombre que todos los días tiene que luchar con la ferocidad del pequeño infierno verde de la isla.

(El Mundo, 2 de diciembre de 1941)

miércoles, 20 de noviembre de 2013

La lucha del hombre (Roberto Arlt / El Mundo, 4 de diciembre de 1941)





Para sobrevivir en las islas hay que tener pasión por la libertad bucólica que nace de la fraternidad con la tierra y el árbol. Hay hombres que tienen la  pasión del dinero que pueden producir el árbol sobre la tierra y esos están condenados a ver quebrados sus esfuerzos. Podrían tener éxito en la llanura o en las montañas, nunca lo tendrán en el Delta.
           Allí fracasaron compañías organizadas para explotar la producción local. El albardón, el pajonal, la laguna, la tierra floja que casi nunca soporta el peso de un tractor, las alimañas que se multiplican, anularon el esfuerzo de sociedades que para prosperar tienen que contabilizar el esfuerzo. La pala y la guadaña de hoja corta son los únicos instrumentos que permiten abrirse paso en ese reducido espejo del infierno verde.
             De allí que las islas han sido colonizadas, no por hombres que pretendían enriquecerse, sino por hombres que querían vivir sin que les fatigaran la dignidad. Claro está que muchos de ellos no sabían absolutamente de la existencia de esta palabra. Para ellos el problema era más simple. No estaban dispuestos a continuar trabajando en la ciudad. Querían vivir sin tener que luchar personalmente con el hombre.  No es el caso de describir batallas, pero el salvaje combate a librar con la naturaleza les pareció preferible a todas las calamidades que la civilización vierte a cubos sobre la cabeza del pobre.
Esta es la historia de casi todos los pobladores iniciales del Delta. Algunos se fueron a vivir a ranchos de barro con techos de totora. Sus vecinos descubrieron que tenían dientes de oro pero no se extrañaron.
La naturaleza les presentó batalla. Fue la humedad del subsuelo sin drenar, los roedores, el exceso de lluvias, las piedras del cielo, la creciente del río.
Resistieron.
El primer año la mayoría de ellos tuvo que dedicarse a plantar verduras y a cuidar aves. Otros, aparte de cultivar sus tierras, salían a trabajar a la casa de un vecino cuya posición era más holgada. El segundo año recogieron mimbres, los descascararon y los vendieron. El tercer año, algunos-además del mimbre-podían hachar un poco de madera de sauce y venderla; el cuarto, ciertos frutales comenzaron a cargarse de fruta. Entonces, la naturaleza les envió el séquito de sus demonios.
Los hongos parásitos que se multiplican a velocidades increíbles y derrumban a un gigante vegetal; los piojos, los pulgones, los gusanos, las bacterias que aniquilan la savia del árbol, las pestes misteriosas que no se pueden localizar en qué zona de la raíz, del tronco o del follaje se refugian.
Algunos resistieron.
Entonces, la naturaleza les descargó andanadas de langostas, después inundaciones. Los plantíos se pudrían durante meses debajo de una sábana de agua inmóvil y centelleante al resplandor de un sol de fuego, algunos hombres quedaron moralmente deshechos por las acometividades salvajes de estos demonios y desesperados abandonaron las islas; otros, para no morirse de hambre, enviaron a sus mujeres y a sus hijos a trabajar a la ciudad y ellos se quedaron luchando en el barro del delta, desagotando las tierras, cavando  zanjas, talando la vegetación maligna.
Y, otra vez, el árbol débil surgió del suelo.
Pero como ellos estaban casi incomunicados, ya que las comunicaciones en el Delta son costosas, circunscriptos a sus islas estos hombres tuvieron que improvisarse herreros, carpinteros, tuvieron que ensayar sistemas de cultivo, de poda, de injerto, hacer de médicos, de agrónomos y de albañiles, y a través de la ejecución de trabajos tan diferentes adquirieron la ciencia de las cosas, esa ciencia que es el privilegio de Ulises, orgulloso, no sólo de su inflexible arco, sino también de haber construido su propia cama.
Así se resistieron. Así sobrevivieron. Este es el término. Cada hombre que podemos ver en el Delta es el sobreviviente de una multitud de fracasados. De allí que esta lucha en las islas les conformó una voluntad de hierro, un sentido de independencia y una individualidad tan extraordinaria que yo diría que el Delta argentino es uno de los pocos lugares del mundo donde aún existe un puñado de hombres libres.
Poco importa que algunos de estos hombres libres sean analfabetos o que en ciertas circunstancias se comporten como unos perfectos brutos; lo importante es que allí descubrimos asentada una casta de hombres cuya fuerza moral es un suceso.
Casi todos llegaron pobres a las islas, casi todos sabían que nunca se enriquecerían. Yo he visitado en el Delta a dueños de quintas que habitaban la hermosa casa que habían construido con sus propias manos, que comían el pan fabricado con el trigo que sembraron, sobre la mesa construida con la madera de un árbol que ellos plantaron, me hicieron admirar las máquinas rústicas que la necesidad les hizo inventar, y me sentí emocionado frente a la sabiduría patriarcal que trascendían todas sus palabras.
Algunos me mostraron copudos árboles frutales, cuyas heridas habían restañado cuando eran jóvenes; otros me hicieron pasear entre millares de manzanos cuyas estacas habían plantado; otros entre bosques de álamos- sauces que parecían tocar la cúpula del cielo, mientras con sus callosas manos acariciaban la rústica piel vegetal, las únicas palabras que pronunciaron fueron éstas:

-Cuando yo vine a la isla, éstos no existían. Todo lo he hecho yo.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Breve anotación tras pasar la mañana y el agua (Gabriela Piccini)



Gabriela Piccini, 1962 Libros editados, Grata Sombra 2008 y Autosacramentales 2010 - Un libro en prepración de poesía y fotografía: El aire es lo que mueve las cosas. Nació en Buenos Aires.







Breve anotación tras pasar la mañana y el agua



Cruzar un puente para llegar al agua y comprobar que el tiempo se deslizará sin error. Los frutos permanecerán sin condena. Los muelles tendrán la misma costumbre: ser más altos, tambalear en el sitio donde el Paraná no sabe lo que hace.


El río se desconoce geómetra aunque divida con intención los tramos de un paraíso que conserva sus oscuros. Y la luz. Es sorprendente notar que, a pesar de toda su razón, no logre hacer varios pedazos de un solo mediodía.






Juanito Laguna se salva de la inundación (Jaime Dávalos)



Juanito Laguna remontando un barrilete / Antonio Berni 1973


Cuando lentamente viene la corriente
y asalta las islas,
aguas sublevadas de las marejadas
cubren la región.
En la correntada turbia y encrespada
van a la deriva,
entre la resaca, árboles que arranca
de cuajo el torrente, minuciosamente
se imponen las aguas de la inundación.

El islero siente resignadamente
que su pobre vida
queda acorralada como su ranchada
sobre un albardón,
su suerte está echada en esta anegada
soledad perdida,
en donde la lluvia de invierno diluvia
y la sudestada mantiene empacada
la furia inocente de la inundación.

Juanito Laguna, mirando la luna
que se hizo con agua
y las crestonadas que al norte en bandadas
emigrando van,
en su barro tierno de dolor eterno,
medroso presiente
que en aquel invierno vendrá la creciente
dejando sin rancho, desnuda la gente,
sembrando en las islas la devastación

Canción del jangadero (Jaime Dávalos)

Nació en San Lorenzo, Salta en 1921. Obra poética: Rastro seco, 1947; El nombrador (poemas y canciones), 1957; Coplas y canciones, 1959; Solalto, 1960; Canciones de Jaime Dávalos, 1962; Antología, 1966; La estrella, 1967; Cantos rodados, 1974; Cancionero, 1980; Coplas al vino, 1987. Fue periodista y letrista de folklore. Vivió en Zárate a orillas del Paraná. Falleció en Buenos Aires en 1981.




Río abajo voy llevando la jangada,
río abajo por el alto Paraná
es el peso de la sombra derrumbada
que buscando el horizonte bajará.

Río abajo... río abajo... río abajo...
a flor de agua voy sangrando esta canción 
en el sueño de la vida y el trabajo, 
se me vuelve camalote el corazón.

Jangadero... Jangadero... 
mi destino sobre el río es derivar,
desde el fondo dAel obraje maderero
con el anhelo del agua se me va.

Padre río, tus escamas de oro vivo
son el sueño que nos lleva más allá,
vamos tras el horizonte fugitivo
y la sangre con el agua se nos va.

Banda a banda... Sol y luna... Cielo y agua
espejismo que no acaba de pasar.
Piel de barro, fabulosa lampalagua,
me devora la pasión de navegar.

Jangadero... Jangadero...
mi destino sobre el río es derivar,
desde el fondo del obraje maderero
con el anhelo del agua se me va.

El hogar paterno (Rafael Obligado)





Nació en Buenos Aires en 1851.Obra poética: Poesías, 1885; Santos Vega, 1885; Poesías, 1906; Poesías, 1923 (edición definitiva de Carlos Obligado) Fue uno de los fundadores de la Facultad de Filosofía y Letras. Falleció en Mendoza en 1920.




A mis hermanas




¡Oh! ¡Mis islas amadas, dulce asilo

de mi primera edad!

¡Añosos algarrobos, viejos talas

donde el boyero me enseñó a cantar




¿Por qué os dejé, para encerrar mi vida

en la estrecha ciudad;

para arrojar mi corazón de niño

de las pasiones en el turbio mar?...




Como un cisne posado en las riberas

del ancho Paraná,

así, blanco y risueño, se divisa

a la distancia mi paterno hogar.




En los vastos y abiertos corredores

que grata sombra dan;

en el cuadro de antiguos paraísos

que, destrozados, no florecen ya;




En las barrancas que hacia el puerto ondulan

y avanzan al canal,

do vela el sueño de gloriosos muertos

la solitaria cruz de ñandubay;




En la hondonada que perfuma el molle

y engalana el chañar;

en el arroyo que las toscas baña;

en ese campo que se extiende allá...




Allí está mi pasado, de mi vida

la inocencia y la paz;

allí mi madre me acaricia, niño,

y mis hermanas en redor están.




No bien despunta el sol en el oriente,

tierno beso nos da;

de rodillas, oramos; y, en seguida,

¡puerta franca... la luz, la libertad!




Como bandada de enjaulados pájaros,

por aquí, por allá,

al campo el uno, a la barranca el otro,

nos echábamos todos a volar.




-«Cuidado con los nidos», nos decía

mi madre en el umbral;

pero digan horneros y zorzales

si les valió la maternal piedad.




Lejos ya de su vista, a un algarrobo

trepaba el más audaz,

y con los ojos de mil ansias llenos,

esperaban en grupo los demás.




En el horno de barro, construido

para vivir y amar,

introducía sus rosados dedos

el pequeño aprendiz de gavilán;




Y, del pico o el ala destrozada,

¡Nunca vista crueldad!

Asiendo los polluelos, uno a uno

los arrojaba con desdén triunfal.




Y era entonces de ver el alboroto

y el bullicioso afán,

de aquel enjambre de inocentes niños

que así destruía un inocente hogar.




Otras veces, del río en la corriente,

al cárdeno fulgor

que desde el fondo de la Pampa envía,

en sesgo rayo, el moribundo sol;




En agitado, en revoltoso grupo,

y alegre confusión,

los juncales rozando de la orilla,

con mis hermanas navegaba yo.




Una, los brazos en el agua hundiendo,

tendíase a estribor,

y sonreía a la rizada espuma

que la canoa abandonaba en pos.




Otra, imprudente, a la inclinada borda

lanzándose veloz,

entre sus manos victoriosa alzaba

del camalote la celeste flor.




Esta, la caña de pescar volvía,

enviando en derredor

menudas gotas que al caer brillaban

en los cabellos de las otras dos.




Batiendo luego las rosadas palmas,

reía, porque vio

medrosa hundirse en la corriente un ave

al desusado y repentino son.




Pero si alguna, al levantar los ojos,

mostraba el mirador,

donde mi madre a vigilarnos iba,

gritaban todas a la vez: «¡adiós!»




¡Oh dulces años! Por entonces era

nuestro goce mayor,

hurtar las flores que en las islas abren,

y de sus aves escuchar la voz.




Las pasionarias, las achiras de oro,

y el seíbo punzó,

eran ofrendas que mi madre amaba

porque a sus hijos se las daba Dios.




¡Ingrato, ingrato si el recuerdo suyo

arranco al corazón,

si yendo en pos del oropel mundano

el hombre olvida lo que el niño amó!

Al Paraná (Juan L. Ortiz)





Yo no sé nada de ti...
Yo no sé nada de los dioses o del dios de que naciste
         ni de los anhelos que repitieras
antes, aún de los Añax y los Tupac hasta la misma
                                         azucena de la armonía
                           nevándote, otoñalmente, la despedida
                                                            a la arenilla...

                        No sé nada.. .
ni siquiera del punto en que, por otro lado, caerías
                                           del vértigo de la piedra
                                             bajo los rayos...

                                 No sé nada...
                                            O sé, apenas, que el guaraní te
                                                    asimiló
                                    al mar de su maravilla...
y que ese puma de tu piel que te devuelve, intermitentemente,
   el día
                         lo tomas en un rodeo, no?,
                                        de tu destino. . .

                                 No sé nada.. .
                           Aunque me he oscurecido, en ocasiones, al
                                  sentirte, arriba,

                           entre un miedo de basalto,
                           buscándote,
                                       buscándote
                                       sin el ángel del sabiá,
                                                    aún. . .

         Y me he recobrado, luego, contigo, en la Anaconda que
            decían.. .
                         y hasta cuando denunciabas
                   sobre ti
                         a los máuseres de las Compañías...

                       No sé nada. ..
      Aunque te conocí, ha mucho, allá, donde mi río
                                      es de tu eternidad
                                            de Palmas...
               y por el salmón o por el rosa de Ibicuy
                                            y por las lunas de Zárate
y por la línea de tu agonía en el estuario, finalmente,
                                                     del alba...
Mas éste sería
                       tu sentimiento,
         y éste, acaso, el misterio que pareces bajar desde los
                 mismos
                              torbellinos del círculo?

          No sé nada de ti. . . nada de ti. . .
Es, acaso, decirte enteramente, decir tus avenidas, sólo,
                                      al fin,
                             de silencios sin orillas,
que podrían ser, es verdad, derivaciones de gracia corriendo a
    redimir
                                     oh Canals,
                           la palidez del Norte?

                 Es, por ventura, presente, siquiera,
el acceder únicamente a las escamas de tus minutos,
                                             bajo lo invisible, aún,
                                                      que pasa…
           o a las miradas de tus láminas
                             o de tus abismos,
         en los vacíos o en las profundidades de la luz,
                                           de tu luz?
                       Y se podría hablar de ti,
         intimando, aún por años, con las figuraciones que reviste,
               diríase,
                  aquí y allá, la corriente
                                                      de tu ser?

Oh no...
no se podría, me parece,
tocarte todavía
         así…


                         Cómo,
                        entonces, cómo,
                  asumir tu duración sin probabilidad de disminuir
                          tu tiempo, tal vez, de dios?

         Y en el tiempo de un dios, qué de los que vinieron a
                apagar
                            las hogueras que te amanecían...?
y qué de los monosílabos que presumiblemente respondían a
     las gamas
                                   de tus espesuras de flautas
                                    y que se desconocían entre sí,
                          al llegar a interponerles; tú, las seis o siete
                              leguas
                                que entonces te abrían...?

         Y qué de los dueños que arriaban, de arriba, todo un
                río de mugidos
                                   hacia los potreros que fluían, aquí,
   y que sólo detenía tu hermano con esa vena del naciente o ese
        azul
                        del surtidor de las avecillas...?

         Y qué de aquél de la “Rinconada” enfrentándolos, el
                único,
                           más “adelante” que el siglo
                         y junto a la aorta del “país”?

                  Y qué del otro que te cruzara por tres veces
                                                para salvar a Mayo
         de los cuernos de la derecha y de los cuernos del sur…?

                          Qué, pues, todo ello y lo demás,
         si tú no sabes y no podrías saber, por otra parte, de las
              milicias de la ceniza,
                            ni de una sociedad de sílabas
                                                ni de una codicia de millas...
                       ni menos de los intercesores de los últimos,
         como tampoco de la caballería que se atreviera a rescatar
                                    el sol... de las neblinas,
                        para el “interior” al “exterior” no?, por ahí:
                              del azar o del olvido:
                                               qué…?

         “Maya”, entonces, asimismo,
                                               para ti...
                  “Maya” las llamas y el vocabulario que se
                         entendía…
                                             “Maya” la cuaresma
                    sobre las lenguas de tus orillas...
                   “Maya” el despojo y la lujuria de praderías…
y la vista en alto, y la orden de las cañas, triplemente
    vadeándote,
                                        por los derechos del día...?
“Maya”, con más motivo, esos celestes de tus pupilas,
                              o de concentración,
en que, místicamente, desaparecerías, o poco menos, con tu
     tarde, sí
                          en la palidez del uno,
                                               allá,
           a no ser unas pestañas empequeñeciéndose en un cielo
                               o en un infinito de islas...?

                                    Y “Maya”, así,
esa, si se quiere, sensibilización de la ausencia, ésa en que tú
      libras
                                     o recreas,
                        con unos signos que huyen,
                              el rostro mismo, diríase,
                                               del éter...?

         Pero no sé nada de ti.
                  Nada. Nada.
Y hace, sin embargo, diecinueve setiembres que te miro y te
    miro.
                  Mas, es cierto, te miro
                         con los ojos de aquél a cuyo borde abrí los
                                  míos…
                              No podría hacerlo sino así.
         He de llevarlo, bien íntimamente, y a la izquierda, claro,
                  del latido,
                              y es él, sin duda, el que me haría preferir
                                       tu enajenamiento en el cielo
         a esa piel que hubiste, muy significativamente, de investir
                     por ahí...
         y que asorda los momentos en que debes de sentirte
                                      más leoninamente contigo...
Pero por veces, es verdad, sin una pluma que lo explique
                 desde el secreto, aún, del aire,
         flotas por el atardecer no se sabe qué alma
                   que suspendiese como el fluido
                                       de una inmanencia de cisne...

                  Mas ve, ve:
                  sigo mirándote, mirándote, con las niñas del
                       origen…
                                Y todavía de aquí,
                                                 de aquí,
                         en que por ceñir, o poco menos, a la ciudad
                                 a la que hubiste,
                                sacramentalmente, de “alzar”
una “debilidad” más que de padrino, no podrías, no
     naturalmente, reprimir...
                                      Y es así
         que aun en la tempestad que te estira hasta el confín,
              diríase,
                               en una unidad de siena
                          que quemase el caos... el caos...
         pareces desplegarte lo mismo que una “cinta” para ella
                                detrás de los vidrios
                          y sobre la barranca que le cincelaran
                                todavía…

                             Pero perdóname que insista
                                               e insista:
    no sé nada de ti. Nada, en realidad, de ti. Y no podré
          decirte jamás...
                         No es una “madera”
sino un “metal”, o los metales, mejor, o más de acuerdo, aún,
                               las ráfagas de unas tuberías,
                   o las ondas de unos hechiceros,
                                lo que requeriría eso que recelas
                    bajo lo femenino que te prestan las veleidades de
                           las horas
                     en complicidad con las estaciones
                                     y con tu infidelidad misma
                                       al que nombras
       y con la visión de un mediterráneo que vela
                           el idilio, ay,
                   de unos sauces en ojiva
sobre el sueño de unas muselinas que espectralmente despabila
                                        el después, sólo,
                                                 del cachilito,
                     plegándolas en seguida, y envejeciéndolas al
                     punto, en un final
                                                        de escalofríos
      que marchita hasta las cejas, hasta las cejas, ahí,
               del anochecer...
                            No sé nada de ti...

               Y no podré decirte nunca, probablemente. ..
                                   nunca…

     Pero deja que, al menos, te despida unos pétalos
                      de ese ángelus de mis gramillas
                      que desciende casi hasta el agua
                                 cuando ésta
                       pierde sus ojeras
y da en hilar, fúnebremente, con la primicia que deslíe
                          el duelo de arriba,
                                  la raíz
                          de la lágrima...

        No sé nada de ti…
                          Nada…

Poema I (Jacobo Fijman)





Caía mi sueño en la otra soledad de los canales.
Regocíjate, niño, la presencia graciosa de la muerte
reparte en sombras alternadas el olor de los ángeles
levanta tus sordos desamparos.

Niño de paz,
han apagado las islas monótonas de los soles perfectos.
Niño de paz,
imito el mundo en mi sueño ajeno a la claridad.

Un silencio de música se apacienta en las torres.


(En “Hecho de estampas 1930)

Canto del colibrí (Anónimo guaraní)









¿Algo tienes para comunicarnos, Colibrí?

¡Colibrí lanza relámpagos!

Pues, ¿el néctar de tus flores te ha mareado, acaso, Colibrí?

¡Colibrí, lanza relámpagos, lanza relámpagos!




(canto chiripa en versión de León Cadogan, recopilador)



Canto del syrykó
¡Canta el syrykó eterno!

Que las aguas donde pescaba

se han secado

cuenta el syrykó eterno.

Las sendas que conducen al río

las recorre todas, afanosamente,

rastreando, el syrykó eterno.





(canto chiripa en versión de León Cadogan. El syrykó, según Alfredo López Austin “es un ave que anuncia los vientos del norte, los que traen la lluvia”

Pescadores (Alfonsina Storni)





A la orilla del agua
las amarillas cañas
tienden lazos de muerte.


              El sol duerme sin ira
sobre la mano
que paciente espera.


             Al cabo,

un minúsculo pez
           tiñe de azul
la punta del anzuelo.

       Y una porción de cielo,
más pequeña
que la hoja de una rosa,
se revuelca sobre la tierra,
de muerte herida.

       Inútil danza:

El pescador vuelve a hundir
su caña
y el sol, sin ira,
a dormirse en su mano.


Atardecer en el Tigre (Alfonsina Storni)




Ocre el río,
camina.
Los juncos lo traban
pero no pueden detenerlo,
camina.

Los barcos
lo cortan
pero no pueden pararlo,
camina.

Las casas le tienden
brazos de amor
pero no pueden tomarlo,
camina.

Los nadadores
lo abrazan
pero no pueden abrazarlo,
camina.

El cielo
se va con él
abierto en flores
amarillas
y el clavo
de la luna
lo punza
en vano.

A su margen,
fija en la tierra,
me afilo en cobre
sobre la onda
oscura

(1938)

jueves, 14 de noviembre de 2013

Primitivos habitantes del delta (conferencias sobre aborígenes argentinos del Dr. Roberto Edelmiro Porcel)




II: LOS GUARANIES.-

Habitaban no solo en nuestros territorio.- Son también pueblo originario en la República Oriental del Uruguay (PAÍ KAIOVÁ), del Brasil (PAÍ KAIOVA, TUPI GUARANI, MBYÁ), del Paraguay (CARIOS, CHIRIGUA o CHIRIPÁ, PAÑ, GUAIRÁS, ITATINES y MBYÁ) y de Bolivia (GUARAYOS Y CHIRIGUANOS).-

En Argentina, se denominaban CHANDULES, a los guaraníes que habitaban en las puertas de Buenos Aires, desde el Río Las Conchas, hoy llamado Reconquista, toda la región de nuestro Delta y la costa del Paraná.-

Sin embargo, cuando frente a la isla de San Gabriel, en Uruguay, fue flechado Solís y los suyos, había necesariamente con los Charruas, aborígenes Chandules, ya que estos eran caribes a diferencia de aquellos.-

En el combate de “Corpus Christi”, librado entre los ríos Las Conchas y Luján el año 1536, donde muere el almirante Mendoza, hermano de Don Pedro, los Chandules lucharon al lado de los Querandíes .- Otro tanto hicieron durante el sitio a Buenos Aires, en el que intervinieron también los Charruas.-

Después que Garay refunda Buenos Aires, en 1882, en el combate de “La Matanza” (de donde tomó el nombre este partido de la Pcia. De Buenos Aires), los españoles y mozos de la tierra lucharon solamente contra Chandules, que ocupaban en ese momento la costa sur del Plata desde el Cabo Blanco.-

Formulo estas aclaraciones para ver lo difícil que es establecer un lugar fijo de asentamiento de nuestros aborígenes, ya que no eran sedentarios sino nómades.-

Se denominaban CARCARAÑAS a los guaraníes que vivían en inmediaciones de este río, lindando con aborígenes “Litoraleños”.-
También encontramos a los guaraníes recostados el las costas del río Uruguay, en el norte entrerriano y en Corrientes, donde poblaban al este del río Miriñay, en el Iberá, la frontera de Loreto y sobre la costa del Paraná que nos separa de Paraguay.- Finalmente también habitaban en la actual provincia de Misiones.- Nos estamos refiriendo a los CAINGUÁS, los SANTANAS y a los MBYÁ .-

Finalmente, en el NE Salteño y NO de Formosa, desde el Río Bermejo hasta el Río Grande, en Santa Cruz de la Sierra en Bolivia, encontramos a los guaraníes CHIRIGUANÁ, aunque estos llegaron a la zona pocos años antes que Pizarro, en 1523, acompañando a Alejo García, un portugués marinero de Solís, que los llevó desde Lambaré hasta Tomina, en busca del oro y plata del país del rey Blanco (El Inca).- Estos guaraníes estaban mestizados con los CHANÉS, a los que esclavizaron y de quienes tomaron sus mujeres.-

Cada pueblo Chiriguaná tenia su cacique .- Se juntaban para la guerra y les temió primero el Inca, luego los españoles y todos los pueblos de aborígenes vecinos, ya que eran guerreros formidables, destacándose según nos dicen los jesuitas, por su sagacidad y viveza.- Amaban su libertad por sobre cualquier otro bien.- Eran grandes flecheros.-

Vivian de la casa y de la pesca, pero cultivaban el maíz, la mandioca y las calabazas, obteniendo del primero su bebida favorita.-

D’Orbigni describe a los guaraníes, como de baja estatura, musculosos, caderas pronunciadas, manos y pies chicos, pelo lacio, grueso y oscuro, cabeza redonda y cara circular, ojos chicos y expresivos.- La descripción es perfecta.-´

Los hombres desfiguraban su labio inferior mediante el uso de sus llamadas tembetas (mbetá).-

III.- LOS LITORALEÑOS.-

Estos pueblos se conocieron a través de los viajes de Sebastián Caboto y Diego García de Moguer.-

Los encontramos desde el norte de las islas del Delta donde ya dijimos que estaban los Chandules, hasta la altura de la ciudad de Santa Fe, lindando más al norte con aborígenes de la etnia Guaicurú.- También poblaban en Entre Ríos y en Corrientes sobre el Paraná hasta el Iberá.-

En la región de las islas estaban los BEGUAES, pero en tierra firma, los primeros eran los CHANAS, que también integraban las familias CHANA-TIMBUES sobre la costa oeste del Río Paraná, al alta estatura, que sembraban maíz y calabaza y los CHANA-BEGUAES, que poblaban enfrente, en la costa este.- Eran además cazadores y pescadores, cazaban con arco y flechas y no comían carne humana.-

Los TIMBUES estaban en un estero al norte del Carcarañá.- Tenían la costumbre de los Charruas, de mutilarse los dedos de pies y/o mano cuando moría un pariente.- Caboto los encontró también en el Norte de Corriente con los Santanas.- Adornaban sus narices con piedras azuladas o verdes.-

Con ellos habitaban los CARACARÁS, con los que tenían características y costumbre comunes.- Eran como los Timbués, indígenas de buena estatura (altos).-

También el zona del fuerte de Corpus Christi estaban los QUILOAZAS, que parece que eran un pueblo muy numeroso (Schmidel habla de 40.000 indígenas).- Eran labradores y pescadores.-

Debemos también citar a los MOCORETÁ, más arriba de los timbúes y los quiloazas, pero en la costa este del Paraná, muy buenos pescadores y cazadores de nutrias.-

A los MEPENES, que eran muy belicosos y algunos sostienen que eran los ascendientes de los abipones.- Los encontramos también en el Iberá.-

También eran litoraleños los CORONDAS.-

Finalmente mencionaré a los AGACES, también canoeros, altos y corpulentos.- A pesar de algunas diferencias lingüísticas, tenían características físicas y costumbres similares a los Quiloazas.-

Estos pueblos litoraleños median alrededor de un metro setenta y cinco de estatura, por lo que los españoles los consideraban altos, bien formados, fuertes y nervudos.- Muchos se adornaban con estrellitas o piedras sus narices, que al efecto agujereaban.-

III.- LOS CAIGANG o CAINGUÁS.-

Los encontramos en Entre Ríos, en la costa del Uruguay donde habitaban los YAROS, de baja estatura, cuerpo grueso, brazos mejor desarrollados que las piernas, cabello negro , grueso y abundante y largo, de cara redonda.-

En Corrientes, sobre el Paraná, a la altura de Itatí, lindando con los guaraníes Santana, estaban los GUAYANAS, con las mismas características físicas.-

Hablaban un co dialecto del guaraní.- Sus armas eran el arco, las flechas y usaban garrotes.- Tenían hábitos sedentarios y sus alimentos eran el maíz , frutas, carne y excepcionalmente pescados.-

IV.- LOS MINUANES.-

De de la misma etnia y características físicas de los CHARRUAS, que ocupaban la costa Norte del Río de la Plata desde Maldonado hasta Colonia, los MINUANES poblaban en Entre Ríos.-

Eran de regular estatura, macizos y bien desarrollados.- Su cara era alargada, su cabeza grande y su piel muy oscura.- Pedro López describió a los Charruas que conoció en el año 1530, como nervudos y grandes, de feo rostro, cabello comprimido, con sus narices adornadas con pedazos de cobre muy luciente y que se cubrían con pieles .- Sus armas eran un cuchillo de piedra, boleadoras que usaban diestramente y unas porras de palo duro.- Comían solo carne y pescado .- Los califica como hombres tristes y llorones, que se cortaban falanges de sus dedos cuando moría un pariente.-

Se destacaban como buenos nadadores, canoeros y guerreros según el diario del portugués López de Souza, que con su hermano, reitero, alrededor de 1530 anduvo por el Río de la Plata.-



Ver nota completa:

Totoras (Alberto Muñoz) de El Naturalista (Ed. En danza 2010)




El chimango nada sabe de la eléctrica tristeza del cauce, se confía al plumaje y a la carroña como un escritor a la puntuación. La vacilación se obstina en su misión sombría: qué hay que decir, qué hay para callar.
Quiero que conozcas la espadaña: Thor Heyerdahl y Quitín Muñoz navegaron en ellas por las dudosas singladuras transoceánicas, durmieron menos en las aguas que en la vegetación.
Ese biguá sobre la rama de un fresno americano mira desahuciado tu fantasma, “se pudren los techos en las islas-decís burlonamente-,no hay ángel que no pese demasiado”.
Se va el día mientras ( a la sombra del viejo fresno, tu obra también se reclina en el follaje del mundo) juntamos higos disipados que cuelgan disciplinadamente de una planta retorcida. Canta un gallo (demasiado tarde); no son de las islas los gallos, ellos también vacilan con su canto extremo, ¡tanta agua!, tantas crecidas que sumergen los terrenos, un susurro que viene desde el fondo de los tiempos para reverdecer y ahogar. No debe ser fácil para un gallo comprender esa aventura alucinatoria. Se hacen al lugar, inconstantes como fósiles vivos que cantan pero no despiertan. Hay una creencia – pero es mejor callarla- de que los gallos dominan las mareas.
¿Viste como el sol baña las totoras?, parecen gasas encendidas por el fuego quemando nidos, cuises y culebras. Caminemos hasta los zanjones, ahí están las anguilas, pequeñas nubes enloquecidas, llenas de azúcar y de muertes secretas, inofensivas. Dejemos que se hundan las botas en este barro joven.

Miremos desde aquí las totoras, oigamos a las sirenas venir desde los sórdidos arenales.

lunes, 28 de octubre de 2013

Interior (César Bisso)



No es sol que usurpe
       “No es sol que usurpe / colores / frescura / despertares”. Esto leo en el primer poema de este libro de César Bisso, un poeta que no ha sido abandonado por el paisaje, lo que es fundamental en estos tiempos -para mí-, donde el paisaje del agua, la campaña no hollada aún, o el urbano de cementos, hierros e iniquidades, están expuestos a los mismos extirpadores que, generalmente, por el eterno espíritu mercantilista, o por ser niveladores por la base, a lo largo de la historia del arte han terminado –muchos de ellos- en asesinos de su condición de poetas o escritores.        Este poeta trae, para mí, desde el fondo y la corona de sus islas, que lo engalanaron de paisaje –el eterno paisaje para los inocentes- en poemas donde se lee: “¿tendría la eternidad rumbo de aguas estancadas?”. Y esto se lo pregunta para el caso que hubiera “diluvio, caos, sacramento”. Todo esto compromete a nuestra imaginación y a nuestro sueño, cuando creemos, primordialmente, en el agua, y tratamos de bajar y subir por “el río eterno”. Mejor lo dice Bisso: “Heráclito / deslinda armonía y agua. / Lo que anhela cambia. Y lo que no / es muerte”.        Encuentro valor poético –vital- cuando expresa: “Isla quieta / sola y bella dama”. En esta isla no hay deseo que no pueda encontrar, y de pronto, un “caballo en soledad toca el alba”, el poeta pregunta quién será el dios de la isla, y sigue caminando por la noche -¿y por qué no por el amanecer del sueño?-. Esta pregunta que me hago me la confirma cuando describe el “verde montaraz / detrás / del albardón”. Y más adelante, en su caminar-navegar, donde el poeta inquiere: “¿importa medir / lo que no tiene espacio ni tiempo?”.        Continuemos el recorrido de sus islas. En la pre-primavera descubre que por la escarcha “las ramas vuelven a ser pájaros”, y en primavera hay quien “abanica la orilla”. Qué verdadera imagen de amor. Y luego reaparece la eternidad al decir “la eternidad / se echa / donde el árbol / no alcanza / su propia sombra”. Me pregunto si en vez de que la isla espere “su último destello” para ocultar “su cadáver” ¿esa isla- “mujer”, no es la que está echada allí donde al árbol le es imposible ver reflejados su follaje y su alma?.         Y después de todas sus miradas, recibimos la donación de unos haikus azules y otros movimientos entre los que “el río no regresa / para que no lo olvide”.        No se puede olvidar lo que es donación permanente, como el caso de este excelente libro, donde César Bisso demuestra estar muy lejos de los bajos plafones de los impostadores “redactores de poesía”.
Francisco Madariaga Buenos Aires, agosto de 1998


Interior

Dejo el mundo afuera.
El agua emblandece el barro
y mendiga sed. Convenciones
de juncos agarbados. Desorden
del viento. La belleza está allí:
silenciosa, cauta.

El ojo usurpa restos del alba.
Ningún pájaro es vuelo que libera
si escala su propia altura.
Sólo el agua va. El ojo permanece.

Tomo al mundo por el ojo
y nada oculto tras la maleza.
Lo que está afuera, inmóvil, goza
desde el misterio de la mirada.
Dura al intento y mientras intenta anima.

No hay otro lenguaje.
                                   Cielo.
                                             Agua.
                                                       Isla.

Isla

Mujer
fluvial y desolada
espera
el último destello
y oculta
su cadáver.


Crecida

Voy hacia la luz más alta del río. 
Llevo en otros ojos
horizontes que flotan sin amarras. 
Transito el sendero de los pájaros. 
Abajo, undante tumba sin orillas.

La tierra se ha perdido. Nada
sublima este paisaje moribundo
sobre un cielo caído de repente.

Presiento el destino del vuelo.
Se esfuma el árbol. La mirada.  
Pero no arrojo corazón ni osamenta.


de Isla Adentro, Ediciones Culturales Santafesinas 1999 (prólogo de Francisco Madariaga)

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Pesca en la tarde invernal (Diana Bellessi)

Permiso nos da la edad
de remontar las aguas
y pescar, peces brillantes
en el río del idioma
Los que quedaron atrás,
arcaísmos de la infancia,
¡allí va!, aletas de oro
Rozarlos con la mano
y dejarlos escapar
Río del no retorno
La voz sí, tiene permiso
para volver atrás
si disuelve las palabras
y es anzuelo el corazón
Mirá cómo pesca!, no,
las redes están vacías
pero el brillo y las escamas
ocupan su lugar
La voz canta. No le importa
qué comerá mañana


de Mate Cocido. Ed Nuevo Hacer 2002

Paisaje del Delta (Liliana S. Doyle)

El Delta /óleo sobre tela/ Guillermo Pena






Sobre el lomo dorado de este río


el camalote baja lentamente.


La siesta se proyecta en la corriente


con sueñera de barro, barro frío.





En la estela del barco un sol bravío.


Las nubes se arraciman sobre el puente


que se mece, oscilando suavemente


con monótono giro. Poderío





de las aletas negras en el agua.


El sauce desmelena su follaje


sobre las ondas claras. En la fragua





del sol se enciende el seibo. Maderaje.


Carnal arboladura y llamarada.


Corazón hecho sangre apasionada.



Liliana S. Doyle





Publicado en la Antología "San Fernando visto por sus escritores", Año del Bicentenario, 2005.


El nadador (Diana Bellessi)

Cuando abril se derrama
dulce sobre las casas
y las cosas y las últimas
rosas del otoño
en opacidad que brilla
de lluvia veo, cuando
tomo café sentada
sobre las tablas del muelle
y el Seco se desborda
dulce en sus aguas, lejos
como un martín pescador
rasante por el medio

del arroyo al nadador...

...Es Javier, el sobrino
en la brazada mariposa
dueño del río si nadie
se mete al agua en abril
Poco habla pero elige
contrafuego, el ladrón
y cordero del que nada
sé, señala independencia
con su gesto y brilla
desatado del triángulo

libre como un pez

Ahora cae la lluvia
Javier, como tu brazada
en el agua espléndida y
furiosa y mansa y yo
estoy de vos, ¿por qué

decí, si nada sé?

Río abajo (Diana Bellessi)

Íbamos por el canal
Rampani con agua alta
y un sol que rojeaba copas
de los fresnitos después
de tres días sin parar
la lluvia. Contentos íbamos
mirando alrededor. Cuántas
casas se están haciendo
dije, y él me contestó:
Si duran... Tras el silencio
completó la frase ...¿sabe
de qué están hechas? No...
Containers de esos autos
importados. Si nos vende
hasta la sobra quien tiene
tanto, para ellos lujo
pa’nosotros rancho... y ví
la liviana maderita
arqueándose bajo un sol
que rojeaba fresnos jóvenes
tras varios días de lluvia
Mucho pique este verano
vió?, mandubíes y bogas
a granel... Hasta dorados
dije y él, mirando fijo
agregó: ayer, la hélice
del motor cortó un precioso
doradito en dos, pena
me dio... y así charlamos
cuando el sol se va cayendo
por el Gambado Roque y yo

Silencio (Diana Bellesi)

Rosa, turquesa y oro
no sólo al oeste
sino el cielo todo
depara este instante
cerca de las ocho,
lo sé por la lancha
que llega y se quiebra
la serena seda
del agua, el trino
coral que despide
el día, estampida
hacia los celajes
que son alas,ángeles
guardando el olor
del guiso, el sonido
amortiguado que
regresa a casa
de los niños, vino
y bolsas de pan
susurra la noche
y Talita Kumi
se recuesta contra
mis costillas, vamos
dice, es hora ya
de hacer la comida
y luego ladridos
de orilla a orilla
acunando el tic
tac de esos grillos,
latidos de luz
señan el camino,
luciérnagas y
vecinos. Silencio

de "Mate cocido" Ed Nuevo Hacer 2002

domingo, 15 de septiembre de 2013

Ventana (Jacobo Fijman)






Jacobo Fijman (1898-1970)
( * OrheiBesarabia, actual Moldova25 de enero de 1898 – Buenos Aires1970) fue un poeta judeoargentino. Formó parte de la vanguardia literaria del grupo Martín Fierro, donde se vinculó con Jorge Luis Borges y Oliverio Girondo.Publicó: Molino rojo, Hecho de estampas y Estrella de la mañana

Muelle de invierno.
Pájaros retorcidos del alboroto.
Entre la niebla,
estertor de los puentes.
Las hélices de un barco remueven luz y brumas;
lloran los mástiles del viento.

Gozan olor de sol todas las lejanías,
caminos de miel
en que se pierden mis fatigas.

Alondras de mi pecho en la mañana
que llueve angustia.

¡No tienen árboles los muelles!
Se humedecen mis ojos y mis manos.

Y hay algo más que el ruido!
Una ventana
cerrada eternamente:
El silencio profundo sobre todos los puentes.

domingo, 1 de septiembre de 2013

Canto paralelo para el membrillo (Carlos Enrique Urquía)

Membrillo de mis islas
diámetros de color asidos de las tardes
etcéteras de lunas con pelusas
de ovillos entre el sol y el tiempo usado.

Yo he recorrido en niño y en dibujos adultos
tus maderas arrugadas
y sostuve en las placentas de la memoria
el tallo del amor que está en mi industria
como una decisión que no consulto.

De pie sobre los ríos
paralelos a las rayas de los juncos
cuánta navegación busqué en tus ramas
y en tus botas movibles
de húmedos caracoles pobladores.

Descendiente de un tomo de sauzales
la cuchara del bote
con el aire tocándome en belleza
cazado
inevitablemente ingenuo
me entrabas al asombro de tu esferado fruto amarillento
sus márgenes
sus cutis
sus fronteras
y su central semilla barajada en la sabiduría del verano.

Membrillo de mis islas
que te asomas
que custodias el aire
que empuñas el azúcar de la tierra
que comienzas en las jardinerías los dulces alfileres del aroma
que en mis cavilaciones me citas los misterios de las síntesis
el milenio torneado en el rocío
la ceja del paisaje
y por fin me convences
que en los huesos también hay esperanza.

Esta es mi población
desde aquí adentro he subido a la lengua de la vida
y he decidido consultarte el fuego
la luz que en geometría abres al ventanal de las corrientes.

Recíbeme
me esperan los solfeos indígenas del viento
la araña con su octógono colgado
y las lacias maciegas de las islas.

Yo te traigo en la boca una pajarería de tequieros.

(La cimbra)

Desde la orilla (Luis Alberto Laporta)

Luis Alberto Laporta (1954) Nació en Santa Fe. Publicó: Los vuelos perdidos (1975), Palabras de tu voz (1976), Los soles de la sombra (1977)


La noche cayendo sobre este río
sobre las islas dormidas.
Recorro su cielo reflejado, el pájaro ligero.
La oscuridad nítida entre los árboles.

Y todo lo de ayer sumergido o estático
en la niebla verde.

Casa blanca de la costa que asoma
el agua limitante
la barca y este recuerdo que me habita

Se diría que hay un río y árboles más lejos
el agua quieta
los pájaros ligeros.

Nadie sabe que alguien se sumerge
que se hunde en el latido ultimo.

Aquí he vivido
en el cauce se perdieron mis huesos.


(Los soles de la sombra)

Las horas libres (Martín Micharvegas)


Martín Micharvegas (1935) Nació en San Fernando, Bs As.
Publicó: Poesía junta (1961), Las horas libres (1966), Mano de obra (1968).
Tiene editado un disco de canciones.

Cualquiera de los dos podemos presentir el río hacia arriba, buscando el Paraná, abriendo sus dedos en el delta. Pubis acuático tienes, hermana mía, amiga mía. Pero estoy unido estrechamente, no a tus gruesos rasgos, sino a tus pequeños accidentes innombrables sólo famosos para los buenos recuerdos que son lo más malo que puede haber. Los buenos recuerdos: un veneno para el hígado.

Cualquiera de los dos podemos inventar hermosas flores del agua, flotantes, sumergidas. Cualquiera puede recordar un paseo o una muerte, un hallazgo definitivo o fugaz con o en el agua. Soy de aquí, sé nadar, sé remar y siempre me voy y siempre vuelvo. No tenemos otra cosa: nuestro egoísmo es grande como nuestro amor. Nuestro amor que oprime, que no quiere hablar.

miércoles, 21 de agosto de 2013

Un bañista (Daniel García Helder)



El aire que el Paraná reenvía,
esporádico, bajo la forma
de una ráfaga humectante
al banco de arena, desciende
sobre los cuerpos
expuestos a este sol,  cenital,
doblado por el agua
y los puestos de gaseosas.
Hacia esa bañista,
que reposa sobre un rectángulo
de lona y mira a lo lejos,
en direción a
El Espinillo, no siento atracción
o repulsión; apenas
interrumpida por las piezas
del biquini, la superficie
de su piel cintilla aquí y allá,
difunde, como algo de bronce,
relumbrones que quiebran
la opacidad de la mirada.

domingo, 18 de agosto de 2013

Memoria y celebración (Haroldo Conti)





La isla Juncal es un barco verde encallado en la desembocadura del río Uruguay, entre el Guazucito, del lado argentino, y Carmelo, del lado uruguayo, frente mismo a donde naufragó en el 62 el Ciudad de Buenos Aires. Allí nació y vive hace unos 90 años doña Julia Lanfranconi que en 1915 comandó el barco El tiempo lo dirá, estableció en la isla un saladero y ahora sobrevive como guardabosque, título que heredó de su padre. Vive sola doña Julia, entre árboles y juncos y nutrias y carpinchos. Todos los 19 de junio los amigos de la vieja surcan el río y el invierno y desembarcan en la isla para festejar su cumpleaños. Y entonces se recuenta toda su historia y en un día de vino y mate ella se renace y transcurre histórica hasta los noventa. Jamás pasa de allí. Tal vez por eso se mantiene viva. Porque esos noventa jamás llegan exactos o si llegan los pasa de largo. Ella más bien ha empezado a descontar desde los noventa, de manera que, en lugar de envejecer, la vieja de la Juncal, como se la conoce, rejuvenece. Este último 19, frío y nuboso, los amigos de ambas bandas volvimos allí. A nadie se le ocurrió pensar que la vieja hubiese podido no estar. Estaba. Acaso estaba de memoria, nada más que para que nosotros pudiésemos seguir viviendo y celebrando. Del lado argentino llegamos a bordo del Windsbraut, barco forastero que capitanea mi amigo Marcelo Gianelli, gran trotarnos. "Windsbraut" quiere decir "novia de los vientos". Por lo tanto, supongo, de este amargo sudeste que acaba de levantarse y que enarbola río grueso y en unas horas, sin duda, cubrirá la isla. La casa de la vieja quedará sola, fundada sobre el agua, guardiana de este enorme territorio del silencio.
Mientras el barco se aleja, después de la última copa, el último abrazo, escribo en la rumorosa cabina que cruje como un mueble viejo estas simples líneas que, naturalmente, dedico a doña Julia Lanfranconi que ahí queda remontándose sobre el agua, sola, hasta el otro invierno.

Apenas es una mancha de un amarillo agenda dentro de un río de imprenta, al extremo de una fila de nombres que se curvan suavemente y te saltean un poco antes del borde, en aquella guía náutica que al fin se hizo vieja y tal vez valiosa, pero que entonces costaba cincuenta pesos en cualquier surtidor de nafta. La cubro con un dedo. Es una ceremonia. Porque entonces toda esa espesa soledad que ahora te rodea sube por mi brazo y la mancha se enciende en mi cabeza y tu rostro asoma entre los nombres y los trazos de esa vieja carta de Alejo Konopatov que un día, hace años, me llevó hasta tu casa con paredes de miel, muebles polvorientos, espejos engrasados, almanaques antiguos, aquella concertóla que enmudeció en el 45 y aquel Spencer de ocho tiros con tres muescas en la culata que me apuntó a la cabeza (yo venía de un mapa, vieja, a través de esos ríos ingenuos que inventó Alejo) y entonces, seguramente, viste mi sonrisa de muchacho (lo único que no ha envejecido de mi cuerpo) que se balanceaba sobre la mira y me tendiste la mano, porque tu ojo es rápido para la amistad, y así entré en tu historia y compartimos los mismos ríos, los mismos amigos, la casa árbol que plantó el viejo Lanfranconi, el sendero con huellas de carpincho a la izquierda de la casa, la timonera hembra de aquella balandra premonitoria que ahora navega entre el muelle y el gallinero, las noches de rompe y raja, el canto áspero, los muertos que me prestaste porque yo era nuevo, esas desgracias de calendario que se mencionan a tu espalda, estas ceremonias de la amistad que iniciamos entonces, y sobre todo, vieja, esas historias desmesuradas, nunca las mismas, que según parece son el somero resumen de tu vida, sagas y leyendas que cada año crecen en tamaño, en muertos y rufianes, con barcos de oscuro abolengo que sueltan amarras a la primera copa y navegan de memoria, malevos de respeto absolutamente fluviales, Regino Gamarra, el bien odiado, permanente, "siempre en malas", un par de presidentes constitucio-nales que llegaron alguna vez con obsequios y mandatos (por ahora falta un rey, pero estoy seguro de que cualquier día de estos se aparece en una balandra de plástico), unos amores más o menos desgraciados (así resultan siempre, de todos modos, también aquí, tal vez más pronto, el río es pasajero por sustancia) y, en fin, las consabidas tristezas cuando el canto y el vino se terminan y dentro de un rato empieza el día.
Sólo te guardaste, y en esto no hay reproche, el hijo que nadie conoció. Hay un papel amarillo, envuelto en otros que atestiguan posesiones de barcos más precisos, que da competente testimonio del asunto. Trae una fecha y un nombre completo y, para seguridades, firma y sello de autoridad en el Carmelo, cosas de tierra firme. Hijo con naturalidad, cuando todavía no eras la vieja de la Juncal ni doña, sino puro sobresalto, desvelo y competencia en territorio de hombres.
Presumo una noche. Después vino aquel hijo que trajo la primera tristeza, la más nueva, porque es lo único que no envejeció hasta ahora.
Nosotros llegamos cuando ya eras leyenda. Empezaban los años viejos.
Quinqué Díaz, Leandro Di Como y Ratón Morales, por la banda oriental. Del lado nuestro, y en el mismo estilo, Vicente Segarra, el carpintero de ribera, ese famoso. Marcelo Gianelli, el de la otra orilla y barba de cultivo, Amadeo Lamota, que sobrevive de puro terco, por más datos el Cacique de la Juncal, bien florido.
Hay más nombres, por supuesto. Yo soy los que faltan.
Todos los años volvemos, puntuales y obsequiosos, para el 19 de junio exacto, cuando pelan los árboles y el río se pone forastero.
Quinqué se mama primero porque viene de Carmelo y llega más rápido. Ese es el cuento. ¡Quinqué Díaz, mi viejo! Hay canutos, esos simples, versos, los sencillos, que por lo general terminan con Artigas. Nosotros, los de la banda mufada, cantamos raramente. Pero traemos buena carne, tres porrones de ginebra, otras tentaciones. Se celebra.
Amadeo me pecha suavemente y entonces tomo el cuchillo más noble, ese del cabo de plata con tres virolas de oro, y te beso en la frente y te lo entrego por la hoja, la ceremonia, para que inaugures el banquete.
¡Que hable el Quinqué! Hablamos todos. Cada uno inaugura una cosa, otra historia.
Hasta que viene la noche, esta noche de invierno profunda como el río, cuando la tierra se hincha y seguramente respira y los árboles crecen en secreto y tal vez se mueven y los membrillos perfumados, que se han vuelto salvajes, caen pesadamente porque no aguantan siquiera el peso del rocío y la zanja que abriste a pala con el viejo se cubre otro poco porque hasta las sombras pesan demasiado para esta época, es todo el tiempo que empuja, monte arisco que reviene, la vejez de las cosas que quedaron, el Quinqué que se duerme, un carpincho que nos mira deslumbrado, el río que empuja interminable, y entonces encendemos un fuego y hablamos alto y contamos todo de nuevo, la vera historia de doña Julia Lanfranconi, la vieja de la Juncal, para perpetua memoria.

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