domingo, 17 de noviembre de 2013

El hogar paterno (Rafael Obligado)





Nació en Buenos Aires en 1851.Obra poética: Poesías, 1885; Santos Vega, 1885; Poesías, 1906; Poesías, 1923 (edición definitiva de Carlos Obligado) Fue uno de los fundadores de la Facultad de Filosofía y Letras. Falleció en Mendoza en 1920.




A mis hermanas




¡Oh! ¡Mis islas amadas, dulce asilo

de mi primera edad!

¡Añosos algarrobos, viejos talas

donde el boyero me enseñó a cantar




¿Por qué os dejé, para encerrar mi vida

en la estrecha ciudad;

para arrojar mi corazón de niño

de las pasiones en el turbio mar?...




Como un cisne posado en las riberas

del ancho Paraná,

así, blanco y risueño, se divisa

a la distancia mi paterno hogar.




En los vastos y abiertos corredores

que grata sombra dan;

en el cuadro de antiguos paraísos

que, destrozados, no florecen ya;




En las barrancas que hacia el puerto ondulan

y avanzan al canal,

do vela el sueño de gloriosos muertos

la solitaria cruz de ñandubay;




En la hondonada que perfuma el molle

y engalana el chañar;

en el arroyo que las toscas baña;

en ese campo que se extiende allá...




Allí está mi pasado, de mi vida

la inocencia y la paz;

allí mi madre me acaricia, niño,

y mis hermanas en redor están.




No bien despunta el sol en el oriente,

tierno beso nos da;

de rodillas, oramos; y, en seguida,

¡puerta franca... la luz, la libertad!




Como bandada de enjaulados pájaros,

por aquí, por allá,

al campo el uno, a la barranca el otro,

nos echábamos todos a volar.




-«Cuidado con los nidos», nos decía

mi madre en el umbral;

pero digan horneros y zorzales

si les valió la maternal piedad.




Lejos ya de su vista, a un algarrobo

trepaba el más audaz,

y con los ojos de mil ansias llenos,

esperaban en grupo los demás.




En el horno de barro, construido

para vivir y amar,

introducía sus rosados dedos

el pequeño aprendiz de gavilán;




Y, del pico o el ala destrozada,

¡Nunca vista crueldad!

Asiendo los polluelos, uno a uno

los arrojaba con desdén triunfal.




Y era entonces de ver el alboroto

y el bullicioso afán,

de aquel enjambre de inocentes niños

que así destruía un inocente hogar.




Otras veces, del río en la corriente,

al cárdeno fulgor

que desde el fondo de la Pampa envía,

en sesgo rayo, el moribundo sol;




En agitado, en revoltoso grupo,

y alegre confusión,

los juncales rozando de la orilla,

con mis hermanas navegaba yo.




Una, los brazos en el agua hundiendo,

tendíase a estribor,

y sonreía a la rizada espuma

que la canoa abandonaba en pos.




Otra, imprudente, a la inclinada borda

lanzándose veloz,

entre sus manos victoriosa alzaba

del camalote la celeste flor.




Esta, la caña de pescar volvía,

enviando en derredor

menudas gotas que al caer brillaban

en los cabellos de las otras dos.




Batiendo luego las rosadas palmas,

reía, porque vio

medrosa hundirse en la corriente un ave

al desusado y repentino son.




Pero si alguna, al levantar los ojos,

mostraba el mirador,

donde mi madre a vigilarnos iba,

gritaban todas a la vez: «¡adiós!»




¡Oh dulces años! Por entonces era

nuestro goce mayor,

hurtar las flores que en las islas abren,

y de sus aves escuchar la voz.




Las pasionarias, las achiras de oro,

y el seíbo punzó,

eran ofrendas que mi madre amaba

porque a sus hijos se las daba Dios.




¡Ingrato, ingrato si el recuerdo suyo

arranco al corazón,

si yendo en pos del oropel mundano

el hombre olvida lo que el niño amó!

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