miércoles, 21 de agosto de 2013

Un bañista (Daniel García Helder)



El aire que el Paraná reenvía,
esporádico, bajo la forma
de una ráfaga humectante
al banco de arena, desciende
sobre los cuerpos
expuestos a este sol,  cenital,
doblado por el agua
y los puestos de gaseosas.
Hacia esa bañista,
que reposa sobre un rectángulo
de lona y mira a lo lejos,
en direción a
El Espinillo, no siento atracción
o repulsión; apenas
interrumpida por las piezas
del biquini, la superficie
de su piel cintilla aquí y allá,
difunde, como algo de bronce,
relumbrones que quiebran
la opacidad de la mirada.

domingo, 18 de agosto de 2013

Memoria y celebración (Haroldo Conti)





La isla Juncal es un barco verde encallado en la desembocadura del río Uruguay, entre el Guazucito, del lado argentino, y Carmelo, del lado uruguayo, frente mismo a donde naufragó en el 62 el Ciudad de Buenos Aires. Allí nació y vive hace unos 90 años doña Julia Lanfranconi que en 1915 comandó el barco El tiempo lo dirá, estableció en la isla un saladero y ahora sobrevive como guardabosque, título que heredó de su padre. Vive sola doña Julia, entre árboles y juncos y nutrias y carpinchos. Todos los 19 de junio los amigos de la vieja surcan el río y el invierno y desembarcan en la isla para festejar su cumpleaños. Y entonces se recuenta toda su historia y en un día de vino y mate ella se renace y transcurre histórica hasta los noventa. Jamás pasa de allí. Tal vez por eso se mantiene viva. Porque esos noventa jamás llegan exactos o si llegan los pasa de largo. Ella más bien ha empezado a descontar desde los noventa, de manera que, en lugar de envejecer, la vieja de la Juncal, como se la conoce, rejuvenece. Este último 19, frío y nuboso, los amigos de ambas bandas volvimos allí. A nadie se le ocurrió pensar que la vieja hubiese podido no estar. Estaba. Acaso estaba de memoria, nada más que para que nosotros pudiésemos seguir viviendo y celebrando. Del lado argentino llegamos a bordo del Windsbraut, barco forastero que capitanea mi amigo Marcelo Gianelli, gran trotarnos. "Windsbraut" quiere decir "novia de los vientos". Por lo tanto, supongo, de este amargo sudeste que acaba de levantarse y que enarbola río grueso y en unas horas, sin duda, cubrirá la isla. La casa de la vieja quedará sola, fundada sobre el agua, guardiana de este enorme territorio del silencio.
Mientras el barco se aleja, después de la última copa, el último abrazo, escribo en la rumorosa cabina que cruje como un mueble viejo estas simples líneas que, naturalmente, dedico a doña Julia Lanfranconi que ahí queda remontándose sobre el agua, sola, hasta el otro invierno.

Apenas es una mancha de un amarillo agenda dentro de un río de imprenta, al extremo de una fila de nombres que se curvan suavemente y te saltean un poco antes del borde, en aquella guía náutica que al fin se hizo vieja y tal vez valiosa, pero que entonces costaba cincuenta pesos en cualquier surtidor de nafta. La cubro con un dedo. Es una ceremonia. Porque entonces toda esa espesa soledad que ahora te rodea sube por mi brazo y la mancha se enciende en mi cabeza y tu rostro asoma entre los nombres y los trazos de esa vieja carta de Alejo Konopatov que un día, hace años, me llevó hasta tu casa con paredes de miel, muebles polvorientos, espejos engrasados, almanaques antiguos, aquella concertóla que enmudeció en el 45 y aquel Spencer de ocho tiros con tres muescas en la culata que me apuntó a la cabeza (yo venía de un mapa, vieja, a través de esos ríos ingenuos que inventó Alejo) y entonces, seguramente, viste mi sonrisa de muchacho (lo único que no ha envejecido de mi cuerpo) que se balanceaba sobre la mira y me tendiste la mano, porque tu ojo es rápido para la amistad, y así entré en tu historia y compartimos los mismos ríos, los mismos amigos, la casa árbol que plantó el viejo Lanfranconi, el sendero con huellas de carpincho a la izquierda de la casa, la timonera hembra de aquella balandra premonitoria que ahora navega entre el muelle y el gallinero, las noches de rompe y raja, el canto áspero, los muertos que me prestaste porque yo era nuevo, esas desgracias de calendario que se mencionan a tu espalda, estas ceremonias de la amistad que iniciamos entonces, y sobre todo, vieja, esas historias desmesuradas, nunca las mismas, que según parece son el somero resumen de tu vida, sagas y leyendas que cada año crecen en tamaño, en muertos y rufianes, con barcos de oscuro abolengo que sueltan amarras a la primera copa y navegan de memoria, malevos de respeto absolutamente fluviales, Regino Gamarra, el bien odiado, permanente, "siempre en malas", un par de presidentes constitucio-nales que llegaron alguna vez con obsequios y mandatos (por ahora falta un rey, pero estoy seguro de que cualquier día de estos se aparece en una balandra de plástico), unos amores más o menos desgraciados (así resultan siempre, de todos modos, también aquí, tal vez más pronto, el río es pasajero por sustancia) y, en fin, las consabidas tristezas cuando el canto y el vino se terminan y dentro de un rato empieza el día.
Sólo te guardaste, y en esto no hay reproche, el hijo que nadie conoció. Hay un papel amarillo, envuelto en otros que atestiguan posesiones de barcos más precisos, que da competente testimonio del asunto. Trae una fecha y un nombre completo y, para seguridades, firma y sello de autoridad en el Carmelo, cosas de tierra firme. Hijo con naturalidad, cuando todavía no eras la vieja de la Juncal ni doña, sino puro sobresalto, desvelo y competencia en territorio de hombres.
Presumo una noche. Después vino aquel hijo que trajo la primera tristeza, la más nueva, porque es lo único que no envejeció hasta ahora.
Nosotros llegamos cuando ya eras leyenda. Empezaban los años viejos.
Quinqué Díaz, Leandro Di Como y Ratón Morales, por la banda oriental. Del lado nuestro, y en el mismo estilo, Vicente Segarra, el carpintero de ribera, ese famoso. Marcelo Gianelli, el de la otra orilla y barba de cultivo, Amadeo Lamota, que sobrevive de puro terco, por más datos el Cacique de la Juncal, bien florido.
Hay más nombres, por supuesto. Yo soy los que faltan.
Todos los años volvemos, puntuales y obsequiosos, para el 19 de junio exacto, cuando pelan los árboles y el río se pone forastero.
Quinqué se mama primero porque viene de Carmelo y llega más rápido. Ese es el cuento. ¡Quinqué Díaz, mi viejo! Hay canutos, esos simples, versos, los sencillos, que por lo general terminan con Artigas. Nosotros, los de la banda mufada, cantamos raramente. Pero traemos buena carne, tres porrones de ginebra, otras tentaciones. Se celebra.
Amadeo me pecha suavemente y entonces tomo el cuchillo más noble, ese del cabo de plata con tres virolas de oro, y te beso en la frente y te lo entrego por la hoja, la ceremonia, para que inaugures el banquete.
¡Que hable el Quinqué! Hablamos todos. Cada uno inaugura una cosa, otra historia.
Hasta que viene la noche, esta noche de invierno profunda como el río, cuando la tierra se hincha y seguramente respira y los árboles crecen en secreto y tal vez se mueven y los membrillos perfumados, que se han vuelto salvajes, caen pesadamente porque no aguantan siquiera el peso del rocío y la zanja que abriste a pala con el viejo se cubre otro poco porque hasta las sombras pesan demasiado para esta época, es todo el tiempo que empuja, monte arisco que reviene, la vejez de las cosas que quedaron, el Quinqué que se duerme, un carpincho que nos mira deslumbrado, el río que empuja interminable, y entonces encendemos un fuego y hablamos alto y contamos todo de nuevo, la vera historia de doña Julia Lanfranconi, la vieja de la Juncal, para perpetua memoria.

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sábado, 17 de agosto de 2013

Pasaje de luz (Beatriz Vallejos)




Pasaje de luz

La sombra de las hojas
ilumina las naranjas.

Sudestada

Cruzarás
la noche diurna
en relevo de islas.

Violeta los montes

Donde callan los pájaros
esta hora violeta.
Cómo descansa ella
su caminar fortuito
sobre el pasto la arena
los charcos reflejados.

¿Promisorio de quietud y desarraigos? pausa
de su tono de intenso
el elegido,
abreva de silencio.

Todo es isla.

Canoa

El pescador
pintaba su canoa.

Colores estridentes
para el río.

Entre la red
los aparejos,
la mujer que miraba.

De "El cántaro" Ediciones en Danza, 2001. Bs As

Aguas (Alicia Genovese)

En tu memoria, agua, quedarme
en tus cristales donde la música

se piensa armónica
y se deshace

en el ensimismamiento
que produce tu venida

en ese rocío de la introspección
que me horada

en el vapor donde la metafísica
es materia y sueña

en la niebla que desafió
la cámara nocturna de Brassai

en el manto de gotas microscópicas, en la bruma
donde se vuelve a mirar la luz

en las corrientes, en esa curiosidad
dilatada que rodea las piedras

en las mareas que avanzan
sobre los pilotes de mi casa

en la furia impenetrable, en su docilidad
como una concedida magnificencia

por vos, sean, las poco pronunciadas
palabras de perdón y , otra vez,

el riego soterrado en la semilla
que necesitó su noche de abajo

la caída,
el ablandamiento

las canoas inmóviles desencalladas
por los sueños

y, otra vez, el grito
de mojadura bajo los chaparrones

el avance por el drenaje del corazón,
y la lluvia dulce sobre lo seco.

A mi hermano Haroldo (Eduardo Galeano)






Escuchamos el ruido del motor creciendo desde lejos. Estábamos en el muelle, de pie, esperando. Haroldo balanceaba el farol con un brazo; con el otro envolvía a Marta, que temblaba de frío.

El faro buscahuellas atravesó la neblina y nos encontró.

Saltamos a la lancha.


Por un instante alcancé a ver el bote destartalado, bien tirante de la cuerda; en seguida se lo tragó la neblina. En ese bote yo remaba, todas las tardes, hasta la isla del almacén.

La neblina brotaba del río oscuro, como un hervor.


Hacía mucho frío en la lancha. Los pasajeros cuchicheaban. El frío golpeaba más porque se estaba acabando la noche. La Cruz del Sur descendía lentamente tras las negras siluetas de los álamos.


Remontamos un arroyo angosto, luego otro más ancho, y desembocamos en el río. Al mismo tiempo irrumpió en el aire la primera claridad del día.


La vaga luz iba desnudando las casitas de madera medio comidas por las crecientes, una iglesia blanca, las hileras de álamos, los sauces llorones. Poquito a poco se iluminaban los penachos de las casuarinas.


Me alcé en la popa. Se sentía un olor a limpio. La brisa fresca me daba en la cara. Me entretuve mirando el tajo de espuma que perseguía la lancha y el brillo creciente de las ondas del río. Por el aire iba subiendo un calor lento.


Haroldo se había parado a mi lado. Me hizo volverme y lo vi, un enorme sol de cobre estaba invadiendo la boca del río.

Haroldo conoce como pocos este mundo del delta. Sabe cuáles son los buenos lugares para pescar y cuáles los atajos y los rincones ignorados de las islas; conoce el pulso de las mareas y las vidas de cada pescador y cada bote, los secretos de la comarca y de la gente. Sabe andar por el delta como sabe viajar, cuando escribe, por los túneles del tiempo. Vagabundea por los arroyos o anda días y noches por el río abierto, a la ventura, buscando aquel navío fantasma en que navegó allá en la infancia o en los sueños; y mientras persigue lo que perdió va escuchando voces y contando historias a los hombres que se le parecen.


Triste, solo y manso, Haroldo vive al ritmo del río, que corre sin apuro. Cuando llega la violencia, le sube de a poco, como crece suavemente el agua, pero que se cuiden los hijos de puta: la corriente alzada arranca árboles y casas: lo he visto embestir y le conozco las furias.


¿Cuántos naufragios sufrió mi hermano Haroldo, además de aquel que le rompió el barco contra las costas del Brasil? ¿Cuántas veces creyó descubrir, en la bruma, la perdida nave azul? ¿Cuántas veces se reventó contra las rocas? ¿Para qué escribe mi hermano Haroldo si no es para salvarse y salvar lo que merece ser salvado?


Los pescadores van y vienen por el Paraná. ¿Qué aventuras prometen o devuelven, hermano Haroldo, el río barroso y la alta mar? ¿Encontrarás lo que venís persiguiendo, un mediodía cualquiera, en el centro de las aguas o del cielo? ¿O has descubierto ya que tu navío imposible viaja por los caminos del jodido mundo? ¿Es dura la travesía hermano? ¿Andar duele? Al final del recorrido no está la eternidad sino nosotros. No te detengas. No te vayas a caer, que te andamos precisando.


El río se vuelca en la gran vertiente y moja y abraza las islas solitarias. Así nos dan tus palabras agua y calorcito.

¿Está muerto? Quién sabe. Hoy hace una semana que lo arrancaron de su casa. Le vendaron los ojos y los golpearon y se lo llevaron. Tenían armas con silenciadores. Dejaron la casa vacía. Robaron todo, hasta las frazadas. Los diarios no publicaron una línea. Las radios no dijeron una palabra. El diario de hoy trae la lista completa de las victimas del terremoto de Udine, en Italia.


Hoy Marta me estrujó llorando, y me dijo: "Dame fuerzas". Ella estaba en la casa cuando ocurrió. También a ella le habían vendado los ojos. La dejaron despedirse y se quedó con un gusto a sangre en los labios.

Hoy hace una semana que se lo llevaron y yo ya no tengo cómo decirle que lo quiero y que nunca se lo dije por la vergüenza o la pereza que me daba.




Buenos Aires, 12 de mayo de 1976




Publicado en Crisis Nº 38 y en el diario Excelsior, de México, el 6 de Junio de 1976. En Restivo; Néstor y Sánchez, Camilo "Haroldo Conti, Con vida”, Buenos Aires, Editorial Nueva Imagen, 1986, pág. 195-197

Lobos de río (Lilia Ferreyra)



Biblioteca de la Casa Museo Haroldo Conti en el Arroyo Gambado



Lilia Ferreyra  fue la última compañera de Rodolfo Walsh, quien junto a Haroldo Conti fue entre otros intelectuales, una víctima emblemática del terrorismo de Estado. Por cierto, los crímenes contra escritores como Miguel Angel Bustos, Francisco "Paco" Urondo, Dardo Dorronzoro, Roberto Santoro, Héctor Oesterheld o Susana "Pirí" Lugones entre otros, también fueron pérdidas irreparables para la cultura y el campo literario en especial. Rodolfo y Haroldo compartieron, con todo, pocas viviencias. Pero muy amadas, como el Delta y Cuba. Y ahí se cruzaron. En La Habana - donde Rodolfo había sido uno de los fundadores de la Prensa Latina y vivido varios años- se encontraron en 1974 invitados por la Casa de las Américas; en las islas del Tigre cada uno tenía su casa. En este homenaje a dos de los más grandes escritores argentinos, Lilia (periodista, exiliada en México durante la dictadura y trabajadora de El Periodista y Página /12 a su regreso a la Argentina) recuerda la admiración de Walsh por Conti y una tarde especial en el delta.

Lobos de río

Una tarde de domingo del 68, en el departamento en que vivíamos con Rodolfo, me puse a buscar en la precaria biblioteca- tres tablones sobre bloques de cemento-algún nuevo libro para leer.
Por mi mínimo conocimiento del idioma, descarté las ediciones en inglés de Hemingway, Salinger y por supuesto, el ejemplar de "Ulysses" de Joyce que Rodolfo había abandonado después de las primeras páginas porque prefirió la más cómoda edición en español, y dejé para otro momento los libros de historia  argentina de la colección Hachette.
Mientras yo revisaba los títulos sin apuro, él estaba muy concentrado corrigiendo un texto en la máquina de escribir con la ayuda del ajetreado Diccionario Ideológico de Casares. Como hablando con el aire, empecé a comentar en voz alta algunas contratapas y solapas hasta que Rodolfo me interrumpió:
-Tenés que leer "Sudeste".
Se levantó de la silla, fue derecho al estante, sacó un librito de tapas duras color verde y me lo dio.
-Esta historia debió ser mía, pero Haroldo me ganó de mano-dijo con resignada envidia.
Como Haroldo Conti, Walsh había recorrido el delta, había alquilado una casa en el Carapachay y había imaginado una historia sobre islas e isleños sin saber que ya se había escrito "Sudeste".
Cuando leyó la novela de Conti, reencauzó su proyecto de cuento en otro curso del río. Con lápices de fibra y biromes de color rojo, verde y negro- que no respondían a un código secreto sino a la lapicera que tenía más a mano- marcó y subrayó datos, nombres, frases y diálogos de "Sudeste". Palabras como "enjaretado", "anclote con cepo", "rempuje", "enfogonadura", "gavillar", que revelan los oficios del lugar en que se vive y la investigación o permeabilidad del escritor a mundos distintos. Frases que perfilan a los personajes, como "Ni el viejo ni el Boga hablaban nunca más de lo necesario. Aunque se entendían a las mil maravillas (...)", o que describen sus escenarios subjetivos: "todo termina en la costa, porque el cielo es nada". Y los párrafos sobre el río, marcados con tinta roja como una exclamación: "Salió al Paraná Guazú. Este es un río. Es necesario llegar hasta ahí para saber lo que es un río en esta parte del mundo (...) El río es espléndido y el hombre se siente misteriosamente atraído por él. Esto es todo lo que se puede decir (...) Pero lo cierto es que, en el fondo, más a menudo este río parece endiabladamente astuto y torvo y hasta ruin...
(Sus hombres) no aman al río exactamente, sino que no pueden vivir sin él."
Quizá pensando que Haroldo lo había escrito con un guiño de Hemingway y Melville, Rodolfo subrayó línea por línea este párrafo: "Iba hacia el norte, detrás del dorado, como si realmente los peces y el rey de estos peces corrieran delante de él y fuera preciso darles alcance. El no advertía hasta qué punto ese pez, en particular se había convertido para él en un ser fabuloso."
Con "Sudeste" Rodolfo ubicó a Haroldo en el mundo de sus amigos. Aunque se vieron pocas veces, siempre disfrutó los encuentros con ese hombre afable y sutil que contaba historias desmesuradas con el humor tranquilo de un provinciano. Un domingo, Haroldo nos llevo a su casa en el arroyo Gambado y conocimos a sus amigos isleños. Ellos y nosotros fuimos el pequeño auditorio que no paró de reírse con los desopilantes relatos que hizo Haroldo de las picardías y desventuras de linyeras, mujeriegos, jugadores y bebedores que había conocido en sus propias correrías por la vida.
Después del almuerzo, nos subimos a un viejo bote de madera. Rodolfo y yo nos sentamos en el banquito de popa y Haroldo empezó a remar remontando la corriente. Entonces, con esa sencillez con que usaba las palabras, nos habló de su nuevo amor, que se llamaba Marta, que había sido su alumna y a quien conocimos tiempo después cuando ya era su mujer. Rodolfo, tan parco en esas cuestiones,  lo miró algo perplejo y casi en silencio dejó con una sonrisa que el monólogo amoroso fluyera como el agua. Y así siguió esa tarde tan lejana, a la deriva, entre los arroyos, las fábulas de isleños y algunas mentiras de pescadores que se contaron esos dos lobos de río.

Fuente: "Haroldo Conti: Una épica del río y la llanura" de Néstor Restivo y Camilo Sánchez. Ediciones desde la Gente. Bs As. 2005

jueves, 15 de agosto de 2013

Poesía en el muelle 5 : Gabriela Piccini



Al monte

Al monte por el tiempo
o por el río
a su mismo centro
a su ojo brutal
a su navaja
donde el cielo no es promesa
ni la electricidad suena
en mis cables hechos polvo

la sombra
su permanencia

Sola ancestro de mí
sobre mi espalda
me llevo al silencio
en las dos manos

Busco los hormigueros
y que las hormigas
me devoren la memoria
Busco los nidos de los pájaros
para dar buena vida a mis visiones

Elijo el puro aguijón y su amenaza
la verdadera lengua dividida
la serpiente
Su veneno
y es magistral la herida
que da el tigre
y es magna la seguridad
de un enemigo sin disfraces

Fuera de lo que irreal infecta
está el sitio de mi sed

Se lleve el agua
todo aquello que no me pertenece.

Así sea.

Poesía en el muelle 3: Miguel Martínez Naón



Tigre

Lineas sobre el agua
con el dejar dormir del muelle
a nuestras lágrimas
Se dibujan lunares
se desamarra una memoria
que por la edad
tiene la voz herida
y por la distancia
una celebración recóndita
Dormí deshabitado
sobre las líneas del agua
por no ver la orilla
donde los hombros de
la ciudad se multiplican
como sapos
dormí para deshabitar
la madrugada

Poesía en el muelle 2: Celan en otoño (Alberto Muñoz)

Poesía en el muelle 7 : Joaquín Valenzuela





Anoche mientras dormíamos cayó un barco de agua con la fuerza de cien tortugas. Hubo graznidos de gallaretas bajo pilotes y una corrida de ranas a los bajos.


Pero el río pasa porque las hojas sobre el río pasan porque las sombras sobre el río se quedan.


Los que vuelan silbando son los sueños. Y los vecinos ya flamean sus remos, es decir, gritan buen día!


De a veinte verdes los ojos y un solo marrón: el de los charcos.


Allá desayuna con su señora un hombre que lleva un poco el nombre de mi padre,


ayer conocí a un pibe que fue nieto del nombre que traigo a veces.

Varadero del Ministerio

La Pinta. Embarcación  en reparación

Barrio el Ministerio / Paraná Miní

Centro de Reparaciones

amarras

El Varadero del Ministerio de Obras Públicas se encuentra en el Paraná Miní a escasos minutos de navegación de la Escuela Técnica Nro 1 y el Hospital.
Destinado en los años cuarenta a ser una importante planta industrial, base de operaciones de dragas y centro de reparaciones actualmente se encuentra funcionando con escasos operarios y menor presupuesto.
Allí funciona una sede del Centro de Formación Profesional y se dictan cursos de Carpintería, Cocina, Electricidad, Apicultura y Refrigeración que acercan oportunidades valiosas a los habitantes del delta.

Fotos: Gabriel Martino

El delta y Miguel Gaya



1) ¿Cuál fue tu primer contacto con el delta?




No lo recuerdo, pero siempre me ha quedado una cierta idea de estupor, de mirar un paisaje demente a mitad de camino entre la disolución y el barro. Eso y la idea de Sarmiento oculto en los riachos, entre casas que se caían lentamente al agua, son las dos impresiones más tempranas.





2) ¿Qué vínculo tenés actualmente con la isla?




Ninguno, apenas sujeto a que me invite el buen Javier Cófreces a su refugio a comer un asado o algún otro pretexto para beber vino con mucha lentitud y amistad.





3)¿Cómo aparece el delta en tu literatura?




De una manera también sorprendente y sin demasiada explicación. Como te dije, el delta no es mi paisaje en términos biográficos. Es cierto que siempre me pareció muy poderoso, pero el modo en que aparece en la escritura y termina configurando el libro sigue estando lleno de misterio. Me parece que su imaginería, la temible fuerza de sus imágenes se han impuesto en mí sin ninguna deliberación. Así que mi libro no es un homenaje a un paisaje determinado, sino apenas (como no podía ser de otro modo) un mero dejarse llevar por resonancias un poco oscuras y otro poco inventadas.





4) ¿Que autores te parecen indispensables para acercarse a las islas?




Javier Cófreces y Alberto Muñoz, claro. Son los zapadores del delta. Pero gran parte de su obra temática fue desarrollada en forma posterior a Siluetas ..., así que mi contacto con las islas no fue literario, por más que el delta es literatura como pocos paisajes del mundo.





5) ¿Recordás alguna anécdota isleña vinculada a la literatura?




No. Lo único es un cierto malentendido sobre un poema de Siluetas, que se llama "Cementerio en las islas". No solo hay gente que lo ha leído en clave real, sino incluso biográfica y testimonial. Un cementerio que, claro, no existe. O eso creo.

miércoles, 14 de agosto de 2013

Zoo entrañable (Carlos Alberto Débole)

Ranas

Expectantes caballos contribuyen
a esta noche de asfalto ensimismada.
Enhebrando las ranas pasa el río;
coral de monosílabos lo exalta.

Surubí

El cielo azula en el agua
tensa espera de espineles.

Por su muslo estremecido
tiznado de redondeles,
ollas se están alistando
con especias y laureles.
¡Surubí, sombra del río,
aturdido no te anzueles!

El cielo azula en el río
tensa espera de espineles

Colibrí

¿Es acaso espejismo, juego, alarde,
esta de pronto magia que nos iza
unicornio de pluma si electriza
el silencio soleado de la tarde?

Todo centra esa brasa, tanto arde,
que el ojo, su afluente, se hipnotiza.
Alrededor el mundo es de ceniza;
que la memoria en pausa lo resguarde.

Un enero de luces lo persiste...
La sombra detened pues si lo embiste
con su marea azul le dará muerte.

El aire antiguo veréis ensimismarse
y al día sin fulgores instalarse
de nuevo en su costumbre y en su suerte.

Nueva oda al Río Paraná (Luis Luchi)

Luis Luchi (1921-2000) Nació en Buenos Aires. Integró los grupos El Matadero y Gente de Buenos Aires.

Publicó El obelisco y otros poemas (1959), El ocio creador (1960), Poema de las calles transversales (1964), La vida en serio (1964) al que pertenece este poema, Vida de poeta (1966), El muerto que habla/ Poemas cortos de genio (1970) Ave de paso (1973) Los rostros (1973) Poemas 1949-1955 (1975), La pasión sin Mateo (1966), ¡Gracias Gutenberg! (1980) Resumen del futuro (1984) Antología poética (1986) Fuera del margen (1992) Mishiadura en las dos ciudades (1993) Jardín zoológico (1995) Contestarse a sí mismo en el canto (1997) Poemas y pinturas (1999) Amores y poemas en Parque Chas(2001)


Estás cansado río fuerte.
Muchos,
muchos años
llevas andando
hijo de las nubes
padre de los ríos.
Si sólo supieras seguir
el camino que en sí mismo cavaste
también merecerías cantos.
Desde tu orgullo
siempre nos quisiste.
"Que naveguen.
Que roben mis criaturas de alimentos.
Que entren en el ciclo armónico.
Que quemen su sed
con pura savia de corteza salvaje.
No tengo medida en el furor
ni en la entrega cuando quiero".

Y el invisible portador de ecos
pronto trajo las quejas del gigante de roca.
"Les abrió su vientre mineral
y en su codicia son feroces."

"Ya aprenderán."


Entonces eras joven
cediste tus riberas,
les diste treguas
para que pudieran precaverse
de tus continuas crisis.
Mostraste el secreto de las semillas,
y entre los nuevos materiales y detritus
una mancha rojiza se bañó
en tus aguas.

"Son insaciables",
te gritaron las maderas.

"Ya aprenderán."

Construyeron a todo lo largo
de tus orillas
pueblos que nacían viejos,
cortados de arrugas y cicatrices.
Observabas antento
había músculos tensos,
labios rotos por el esfuerzo,
eran muchos, cada vez más;
a veces se esforzaban juntos.

"Ya aprenderán", te admiraste,

Y allí mismo,
en el momento permanente
de tu digna entrega al océano
surgió un homenaje a tu sabiduría.
Con tus colores, olores y rugidos,
con tus corrientes desatadas,
con tus corrientes subterráneas
la magnífica ciudad amasaba sus afluentes.
"Ya aprenderán", dijiste,
¿estarán aprendiendo?

domingo, 11 de agosto de 2013

Trailer de El jardín secreto - documental sobre la poeta Diana Bellessi

El jardín (Diana Bellessi)

Si todo orden
es aleatorio, me sujeto
a éste, aunque precario
eterno en mi mirada:

Belleza bárbara
del matorral salvaje
donde se asoman
las flores más pequeñas
y delicadas: capullos
espigas y florcitas
redondas como coronas
que a su centro
petalan. Belleza
disciplinada donde se abren
las rosas pálidas y moteadas
o alguna reina
aislada, alada. Fasto
perfumado de los ligustros
lo que viene a solas
o lo puesto, ahora
está despierto,
se orquesta para gloria
y una olvida, el horror
del vacío perfecto

Las cápsulas dehiscentes
de la rosa
de mayo estallan
y caen sus semillas mientras
la planta se prepara
a elaborar sus flores
acapulladas con que el
otoño se retira
Sí, estar en el concierto
y modificarlo
sin borrar la marca
del origen
"Ver los pájaros"
dijiste, "no es difícil,
requiere un gesto
de paciencia. Si metemos
la cabeza en el mato
ellos vendrán también,
son curiosos a mirarnos"

En la hondura de las islas
los búhos rasgan
la masa delicada
de la música. Llaman "Shektani"
se repite en bantu,
las guineas
do matto en las sabanas
de Mozambique. "Shektani"
de doble cara:
el diablo. He visto
en la verja de bambú
del porche de mi casa,
una tacuarita
devorar las moscas
agonizantes que pendían
de la tela de una araña
Detalle,
y la gracia de su media cara

Sí, lo que alcanza mi
mirada. Me sujeto a este
orden y acepto
lo que mi alma teme:
no visto por mi ojo
aquel, vacío perfecto

Muerte del pez (Fausto Hernández)


foto:mn





Fausto Hernández (1897-1959) Escribió bajo el seudónimo de "Hernández de Rosario" y fue amigo de Macedonio Fernández. Publicó Hacia afuera (1926), Pampa (1938) y Río.



Más ligero que flecha sin cautela
en juego ágil o en ansia cazadora,
el pez se aparta de la hilada estela,
en su fuga de estrella voladora.

Hace girar su aleta en extravío;
y entre nubes de muerte se recobra
para agitarse en el temblor del río
con la espira inicial de la zozobra.

En zigzag de confuso laberinto
con ojo ciego explora su comarca
derivado en efugio del instinto
rumor del agua al flanco de la barca.

Curvado por los pesos estivales
el pescador lo saca del palangre
y lo apura en sus éxtasis mortales
juntando en su labor sudor y sangre.

Ex navegante lúcido de espuma
de breve soplo y de tenaz remonte
desarticula ahora viaje y bruma
roto el diámetro axil de su horizonte,

y en quietud de agonía, sin que falte
respiro azul al agua que se azoga,
se apaga un poco el brillo de su esmalte
y una brisa final lo desahoga.

Descifrando el fortuito sortilegio
de aurora carmesí en fervor de estío,
coinciden en la clave de su arpegio
aves en festival, temblor del río.

sábado, 10 de agosto de 2013

Lo que trae el río


Agosto 2013 / Río Paycarabí
registro fotográfico: marisa negri







El delta y Javier Cófreces




1) ¿Cuál fue tu primer contacto con el delta?

Mi primer contacto con la isla se produjo en la década del ochenta. El poeta Víctor Redondo nos invitó a mi mujer, Alejandra, y a mí a pasar un fin de semana en una casita que había alquilado en el Rama negra. Era muy precaria y estaba repleta de alimañas. De todos modos, el sitio me fascinó y supe que frecuentaría esa región. Pasados los años, el poeta Alberto Muñoz comenzó a invitarme a su morada isleña, “El establo”, en el río Espera. Durante años fuimos a esa casa con mi mujer y compartimos cenas, lecturas, pesca y conversaciones con mi amigo Alberto. Esas estadías determinaron que con Alejandra tomemos la decisión de comprar un ranchito en la isla. Lo hicimos en 2003, cuando abrieron el corralito del nefasto  Cavallo. Desde entonces habitamos “La blanqueada”, en el arroyo Caraguatá. Ahora que recuerdo, también influyó mi entusiasmo por el delta una travesía de dos días en canoa que hice con mi amigo Mario. Remontamos el río Luján a comienzo de los noventa. Por la noche nos sorprendió una tormenta terrible y salió a buscarnos la prefectura. No nos encontró ya que pernoctamos en la casa de un nutriero, Aurelio Bianchi. Aquel personaje, que retraté en un poema, nos salvó la vida o algo así. El paisaje que observé durante aquella aventura definitivamente me habló para que le pertenezca.

2) ¿Qué vínculo tenés actualmente con la isla? 

Tras la compra de nuestra casa, “La blanqueada”, pasamos todos los fines de semana del año en la isla, además de vacaciones, largas o cortas. Enfrentamos sudestadas, hacemos travesías en lancha o en canoa, recorremos, plantamos, cosechamos, pescamos, nadamos. Leo, escribo, escucho música e investigo acerca de todo en la isla. Botánica, zoología y literatura son las disciplinas más visitadas. Resolvimos no tener Internet, por lo tanto, cargo papeles, libros, apuntes y una notebook.

3)¿Cómo aparece el delta en tu literatura?

En mi escritura personal, a través de algunos poemas que publiqué en libros viejos. Algunos están relacionados con aquella expedición en canoa, otros con momentos vividos en “El establo” de Muñoz. A partir del 2003, cuando con Alberto resolvimos comenzar a componer nuestra obra “Tigre”, el compromiso de escritura con la isla tomó otra dimensión. Armamos juntos un libro de 800 páginas y recién en 2010 lo publicamos, aunque con 300 páginas menos. Fueron cinco o seis años investigando acerca de la isla, escribiendo historias y poemas, buscando fotos y testimonios. Fue nuestro aporte concluyente a la región. Varias veces fantaseamos con escribir un segundo tomo, pero ambos sabemos que ya no será posible... Nuestro aporte a la literatura isleña quedó plasmado en ese mamotreto de 500 páginas.

4) ¿Que autores te parecen indispensables para acercarse a las islas?

El primer nombre indispensable de leer, y que representa el paradigma del escritor comprometido con el delta es Marcos Sastre, autor de El Tempe argentino. Su obra cumbre es la auténtica biblia de Tigre. No existe trabajo alguno tan completo, abarcador, poético (a pesar de ser narrativa),  intenso, fantástico, en fin, podría seguir calificándolo…es el libro de los libros del delta. Luego, la poesía de Carlos Urquía, un autor que le dedicó varios libros a la isla. En particular, uno de sus títulos, Rama negra, es formidable. Lobodón Garra con su Río abajo y Domingo Faustino Sarmiento, con su Carapachay. El libro de Miguel Gaya, Corrientes en la silueta del río. Finalmente, los poemas de escritores que viven temporadas en la isla y que aparecen recogidos en sus diferentes libros, Alberto Muñoz, Diana Bellessi, Alicia Genovese, entre otros y otras.

5) ¿Recordás alguna anécdota isleña vinculada a la literatura?

Sí, recuerdo decenas. Me inclinaré por citar una insignificancia. Hace veinte años fuimos a pasar un fin de semana al recreo “El tropezón”, en el Paraná de las palmas, la hostería donde se suicidó Lugones. Fuimos con mi mujer y otra pareja de amigos, pleno invierno, frío de aquellos. No había calefacción ni demasiadas comodidades en la pensión, regenteada por tres viejitas que habían atendido al autor de Las montañas del oro cincuenta años atrás. El termómetro indicaba cinco grados bajo cero, estábamos ateridos. No obstante, habíamos organizado una lectura nocturna a orillas del río. Cada uno eligió sus textos preferidos. Mi mujer leyó Margarite Yourcenar, mi amiga a Ítalo Calvino y no recuerdo la elección de su pareja. Yo seleccioné varios poemas del río de Juanele Ortiz. Recuerdo que tras la lectura convertí cada hoja en un barquito de papel y los eché a navegar por el Paraná. Como te dije, una insignificancia, pero la recuerdo siempre.

lunes, 5 de agosto de 2013

La isla colorada (Alfredo Veiravé)


"Es, dice, una isla que recibe toda la luz del
atardecer y parece que arde".
Ricardo E. Molinari
No entender una imagen es truncar lo en-mascarado.
Pero ¿conviene a los poemas quitarles esa máscara?
            Por qué una antología podía titularse "La isla
                                                 colorada"?
El poema desoculta lo invisible o deja ver sus
                                                 hierofanías
juntas / como el contacto de los élitros de la pareja
cuyos roces se oyen en la oscuridad
       (¿Que haces oh Mago para calmar el mar furioso?
—Contengo mi cólera, que después estalla como
una ola
       sobre la roca femenina...)
¿Y luego?: cuando me hablan de ti, es como si me
                                          perfumaran la cara
con una hoja de mirto, transferencias trópicas o
                                        monarquías, de golpe,
       para nadie; fuera del idioma teje
(destrenza) las finas incógnitas de Aladino sacándole
                                                        brillo
a su lámpara de cine, como un condestable espacio no
                                   decible (apenas audible)
donde sueñan las palabras más hermosas
juntas / como los élitros que se borran o se agregan al
                                                       poema
según su compañía de pareja, en la oscuridad de sus
                                                    contactos.
Hasta que el poeta habló ante su crítico; entonces yo
                                                        pensé
en una isla del delta del Paraná por el Ibicuy, no sé
                                                       por qué
resplandor de las sombras-recuerdos.

       El poemar desoculta lo invisible del planeta genético
       es puro jugar de la luz entre los pájaros, dice
                                          incluso lo que no sabe
del zorzal criollo o de un mirlo mojado bajo la
                                         llovizna de Londres
       El poema se resguarda de las interpretaciones; en
                                          los nidos del hornero
pone su propio barro antes de que se seque / entonces
       ¿el fuego del poema arderá inútilmente sobre los
                                                 patos silvestres?
       ¿Quién gozará estas islas de imaginar cuando ya no
                                                        estemos?

domingo, 4 de agosto de 2013

A bordo (Javier Cófreces)

En el bote
uno se pone de pie
y el equilibrio
pasa por otro sitio
Peces en el agua
la bruma, los juncos
la categoría que forman las cosas
en su punto justo
La categoría del pormenor
la brújula, el silbato, el salvavidas
Los elementos de compañía
Los objetos de permanencia
La especie indescifrable
del canto maldito
que sigue a pie
juntillas la capital,
que reúne náufragos
en la isla.

de Mar de Fondo (Libros de Tierra Firme 1994)


sábado, 3 de agosto de 2013

Agua zarpada (Gabo Ferro / Pablo Ramos)




Se vino fuerte 
zarpada el agua 
a esta tierra mía 
Que había ganado 
paleando al río 
en cien noches de frío

 Me está dejando 
como un chiquero 
esta casita mía 
Que tambalea, 
que se resiste 
no sé por cuanto tiempo 

Es mejor 
lavar la sangre 
de la última matanza 
Ya no quiero 
a esas almas aquí, 
que se las lleve el agua 

Necesito dejar libre 
lo que no me pertenece 
Mejor será 
que se lleve el río
 lo que no es mío 

La mitad de mis cosas flotan 
en lo marrón del agua 
Las cacerolas, las cucarachas 
y las promesas vanas 

Lo que en verdad 
me da tristeza 
es ver ahí tus cartas 
Se borronean 
La pobre tinta 
no es a prueba de agua 

Es mejor lavar la sangre 
de la última matanza 
Ya no quiero a esas almas aquí,
que se las lleve el agua 

Necesito dejar libre lo que 
no me pertenece 
Mejor será que se lleve el río 
lo que no es mío

El isleño (Adrián Berra)





 El isleño (Letra x Bruno Luciani)


 Quiero vivir bajo un sauce
Tras sus hermosas cortinas
 Con las patas en el agua
con el alma por las ramas
 Con mi negra tan divina
 Los sapos en coro avisan
Que el invierno va llegando
Y un arroz con leche tibio
Me pone tierno los labios
 Un trió de batarazas
Viene tocando en canoa
Guitarra acordeón y bombo
Música dentro de un charco
 Viva el teatro y sus musas
 Viva el vino y su mareo
Viva el locro a panza llena
 Viva el rio morocho tranquilo y turbio
 Viva el locro a panza llena
Viva el rio morocho tranquilo y turbio