Cada vez que se escribe sobre el
Delta, la triple asociación de palabras “isleño-fruta-canoa” produce en el
lector no informado la impresión de que el articulista se dispone a tratar los
problemas de una región extraña, donde el hombre aún vive en estado primitivo.
Abona la construcción de esta
falsa imagen el desconocimiento que generalmente para los profanos, envuelve
con su cortina verde la vida de los isleños, que, contra lo que puede
suponerse, fortifican los ingresos del erario nacional y provincial con
ingentes sumas.
Aparte de que las cinco mil
familias que pueblan esta zona acuática forman un grupo social con
particularidades extraordinarias. Estas particularidades son la expresión de
sorprendentes características psicológicas que conviene historiar, pues el
estudio de estas células de energía dispersas en grupos familiares o de
nacionalidades en una extensión de seiscientas mil hectáreas. incomunicadas entre
sí por más de doscientos canales y arroyos, interesa vivamente al país en estos
momentos en que la nación, en movimiento de introspección, examina su
musculatura.
Desde ahora podremos asegurar que
los pobladores del Delta son víctimas de la sordera crónica de los poderes
públicos, empeñados en ignorar las necesidades reales de estos hombres
magníficos, cuyo valor se subestima continuamente.
De allí que trataré en estas
notas algunos áridos temas de codificación y economía, para que de los hechos
surja la evidencia de la técnica con que lesionan los intereses de una de las
más heroicas comunidades que engrandecen el país. Con este procedimiento, el
perfil psicológico del hombre se vitalizará en el dinamismo del número
***
A media hora de lancha del Tigre
cuando ya desaparecen las casas de juguete destinadas al “week end” de la
metrópoli, y las hileras de árboles para madera o frutales suceden a los
jardines de holgorio, de tanto en tanto se hace visible entre la maleza de un
huerto silvestre una casona de madera con techo de cinc, o una casona con estructura de tirantes y
paredes de barro, o también una vivienda moderna de cemento armado, cuyo descanso
se abre al río sobre una escalera de recibimiento. En los tres casos, la
vivienda de barro, de madera o de material está cargada sobre puntales, los que
dejan libre un entresuelo por el que puede caminar sin obstáculos un hombre de
elevada estatura.
Los penachos de los álamos, el
abanico de las palmeras, el jopo verde de los sauces, teje en redor de la
casona un africano nicho de sombra. Abajo, las manchas en siete tonos de rojo
de los malvones y las tazas blancas de las calas, componen con los vinosos
rosales silvestres, la infatigable y repetida policromía de las islas en las
que los ojos no se cansan de extasiarse. El aire está perennemente embalsamado
por la dulzona frescura de la madreselva y jazmín, multitudes de pájaros
charlan en la enramada, el nido de un hornero pende solitario de una horqueta y
tandas de perros ladran a las lanchas que pasan.
De la costa al agua avanza un
rústico muelle que permite desembarcar, una escalera de madera roída por el
tiempo se sumerge en las aguas, y casi siempre para defender la orilla de las
erosiones provocadas por los latigazos del río, a todo lo largo del frente de
la casa se tiende un tablestacado, cuyos tablones de pino chicotean las olas
cada vez que pasa una embarcación. Otras veces el tablestacado no es de
tablones de pino sino de troncos de sauce.
El espacio hueco debajo de la
vivienda, casi siempre cerrado por un enrejado de listones, es despensa unas
veces, depósito de envases de fruta otras, comedor para verano algunas, pero el
paseante ve perderse el cubo encalado entre las manchas verdes y piensa:
-Este es el rancho del isleño.
Porque aparentemente la vivienda es un rancho como aparentemente el isleño es
un hombre que vive primitivamente; pero, en realidad, la vivienda no es un
rancho, sino una casa con sus divisiones distribuidas como lo requieren las
necesidades del civilizado.
La casa tiene un comedorcocina
inmenso, un dormitorio para los dueños y un cuarto para huéspedes. Sobre esta
matriz invariable está edificada la vivienda de paredes de barro, la de muros
de madera y la de cemento.
A un costado del embarcadero
corre un canal artificial que penetra hacia la huerta. Lo cubre un techo de
espadaña o de tejas. Allí se guarece la canoa a motor, siempre igual, ya esté
varada junto a la casa de material como de barro. Esta canoa larga, diferente a
las otras canoas que flotan en los ríos del mundo, es una creación del isleño.
Está conformada para desarrollar una velocidad discreta, para maniobrar a pesar
del exceso de carga, en ángulos muy cerrados y para navegar hasta en cincuenta
centímetros de agua. Parece que contradice todos los cánones de arquitectura
naval y es útilmente perfecta.
A un costado del canal se eleva
un tinglado donde se almacena la fruta para clasificarla y empacarla. Cuando no
es la estación de trabajo, allí se guardan los pulverizadores, los arados,las
palas. Rarísima vez se descubre entre las máquinas un camión o un tractor.
Detrás de la casa se extiende la huerta y un gallinero, luego la ondulación de
quinta que puede tener cinco, diez, quince hectáreas. Mayores de cincuenta
hectáreas son raras.
Esta es la casa del hombre que
todos los días tiene que luchar con la ferocidad del pequeño infierno verde de
la isla.
(El Mundo, 2 de diciembre de
1941)
No hay comentarios:
Publicar un comentario