jueves, 21 de noviembre de 2013

Haiku (Isolina Raíces)

Isolina nació en Arrecifes (Bs As) en 1930 pero vivió desde su infancia en el Canal Arias. Se dedicó a la Educación. Publicó "Dos estilos" en 2005.


Desaparecen
por ambición del hombre
selvas del delta.

El río lleva
refugio de aves
camalote va...

Las golondrinas
juegan sobre el río
quieren llevarme?

Cielo del delta
profunda transparencia
azul de hortensias.

Como damero
dos colores jugamos
vida o muerte


La vivienda del isleño (Roberto Arlt) El Mundo, 2 de diciembre de 1941





Cada vez que se escribe sobre el Delta, la triple asociación de palabras “isleño-fruta-canoa” produce en el lector no informado la impresión de que el articulista se dispone a tratar los problemas de una región extraña, donde el hombre aún vive en estado primitivo.
Abona la construcción de esta falsa imagen el desconocimiento que generalmente para los profanos, envuelve con su cortina verde la vida de los isleños, que, contra lo que puede suponerse, fortifican los ingresos del erario nacional y provincial con ingentes sumas.
Aparte de que las cinco mil familias que pueblan esta zona acuática forman un grupo social con particularidades extraordinarias. Estas particularidades son la expresión de sorprendentes características psicológicas que conviene historiar, pues el estudio de estas células de energía dispersas en grupos familiares o de nacionalidades en una extensión de seiscientas mil hectáreas. incomunicadas entre sí por más de doscientos canales y arroyos, interesa vivamente al país en estos momentos en que la nación, en movimiento de introspección, examina su musculatura.
Desde ahora podremos asegurar que los pobladores del Delta son víctimas de la sordera crónica de los poderes públicos, empeñados en ignorar las necesidades reales de estos hombres magníficos, cuyo valor se subestima continuamente.
De allí que trataré en estas notas algunos áridos temas de codificación y economía, para que de los hechos surja la evidencia de la técnica con que lesionan los intereses de una de las más heroicas comunidades que engrandecen el país. Con este procedimiento, el perfil psicológico del hombre se vitalizará en el dinamismo del número
                                                                       ***
A media hora de lancha del Tigre cuando ya desaparecen las casas de juguete destinadas al “week end” de la metrópoli, y las hileras de árboles para madera o frutales suceden a los jardines de holgorio, de tanto en tanto se hace visible entre la maleza de un huerto silvestre una casona de madera con techo de cinc,  o una casona con estructura de tirantes y paredes de barro, o también una vivienda moderna de cemento armado, cuyo descanso se abre al río sobre una escalera de recibimiento. En los tres casos, la vivienda de barro, de madera o de material está cargada sobre puntales, los que dejan libre un entresuelo por el que puede caminar sin obstáculos un hombre de elevada estatura.
Los penachos de los álamos, el abanico de las palmeras, el jopo verde de los sauces, teje en redor de la casona un africano nicho de sombra. Abajo, las manchas en siete tonos de rojo de los malvones y las tazas blancas de las calas, componen con los vinosos rosales silvestres, la infatigable y repetida policromía de las islas en las que los ojos no se cansan de extasiarse. El aire está perennemente embalsamado por la dulzona frescura de la madreselva y jazmín, multitudes de pájaros charlan en la enramada, el nido de un hornero pende solitario de una horqueta y tandas de perros ladran a las lanchas que pasan.
De la costa al agua avanza un rústico muelle que permite desembarcar, una escalera de madera roída por el tiempo se sumerge en las aguas, y casi siempre para defender la orilla de las erosiones provocadas por los latigazos del río, a todo lo largo del frente de la casa se tiende un tablestacado, cuyos tablones de pino chicotean las olas cada vez que pasa una embarcación. Otras veces el tablestacado no es de tablones de pino sino de troncos de sauce.
El espacio hueco debajo de la vivienda, casi siempre cerrado por un enrejado de listones, es despensa unas veces, depósito de envases de fruta otras, comedor para verano algunas, pero el paseante ve perderse el cubo encalado entre las manchas verdes y piensa:
-Este es el rancho del isleño. Porque aparentemente la vivienda es un rancho como aparentemente el isleño es un hombre que vive primitivamente; pero, en realidad, la vivienda no es un rancho, sino una casa con sus divisiones distribuidas como lo requieren las necesidades del civilizado.
La casa tiene un comedorcocina inmenso, un dormitorio para los dueños y un cuarto para huéspedes. Sobre esta matriz invariable está edificada la vivienda de paredes de barro, la de muros de madera y la de cemento.
A un costado del embarcadero corre un canal artificial que penetra hacia la huerta. Lo cubre un techo de espadaña o de tejas. Allí se guarece la canoa a motor, siempre igual, ya esté varada junto a la casa de material como de barro. Esta canoa larga, diferente a las otras canoas que flotan en los ríos del mundo, es una creación del isleño. Está conformada para desarrollar una velocidad discreta, para maniobrar a pesar del exceso de carga, en ángulos muy cerrados y para navegar hasta en cincuenta centímetros de agua. Parece que contradice todos los cánones de arquitectura naval y es útilmente perfecta.
A un costado del canal se eleva un tinglado donde se almacena la fruta para clasificarla y empacarla. Cuando no es la estación de trabajo, allí se guardan los pulverizadores, los arados,las palas. Rarísima vez se descubre entre las máquinas un camión o un tractor. Detrás de la casa se extiende la huerta y un gallinero, luego la ondulación de quinta que puede tener cinco, diez, quince hectáreas. Mayores de cincuenta hectáreas son raras.
Esta es la casa del hombre que todos los días tiene que luchar con la ferocidad del pequeño infierno verde de la isla.

(El Mundo, 2 de diciembre de 1941)

miércoles, 20 de noviembre de 2013

La lucha del hombre (Roberto Arlt / El Mundo, 4 de diciembre de 1941)





Para sobrevivir en las islas hay que tener pasión por la libertad bucólica que nace de la fraternidad con la tierra y el árbol. Hay hombres que tienen la  pasión del dinero que pueden producir el árbol sobre la tierra y esos están condenados a ver quebrados sus esfuerzos. Podrían tener éxito en la llanura o en las montañas, nunca lo tendrán en el Delta.
           Allí fracasaron compañías organizadas para explotar la producción local. El albardón, el pajonal, la laguna, la tierra floja que casi nunca soporta el peso de un tractor, las alimañas que se multiplican, anularon el esfuerzo de sociedades que para prosperar tienen que contabilizar el esfuerzo. La pala y la guadaña de hoja corta son los únicos instrumentos que permiten abrirse paso en ese reducido espejo del infierno verde.
             De allí que las islas han sido colonizadas, no por hombres que pretendían enriquecerse, sino por hombres que querían vivir sin que les fatigaran la dignidad. Claro está que muchos de ellos no sabían absolutamente de la existencia de esta palabra. Para ellos el problema era más simple. No estaban dispuestos a continuar trabajando en la ciudad. Querían vivir sin tener que luchar personalmente con el hombre.  No es el caso de describir batallas, pero el salvaje combate a librar con la naturaleza les pareció preferible a todas las calamidades que la civilización vierte a cubos sobre la cabeza del pobre.
Esta es la historia de casi todos los pobladores iniciales del Delta. Algunos se fueron a vivir a ranchos de barro con techos de totora. Sus vecinos descubrieron que tenían dientes de oro pero no se extrañaron.
La naturaleza les presentó batalla. Fue la humedad del subsuelo sin drenar, los roedores, el exceso de lluvias, las piedras del cielo, la creciente del río.
Resistieron.
El primer año la mayoría de ellos tuvo que dedicarse a plantar verduras y a cuidar aves. Otros, aparte de cultivar sus tierras, salían a trabajar a la casa de un vecino cuya posición era más holgada. El segundo año recogieron mimbres, los descascararon y los vendieron. El tercer año, algunos-además del mimbre-podían hachar un poco de madera de sauce y venderla; el cuarto, ciertos frutales comenzaron a cargarse de fruta. Entonces, la naturaleza les envió el séquito de sus demonios.
Los hongos parásitos que se multiplican a velocidades increíbles y derrumban a un gigante vegetal; los piojos, los pulgones, los gusanos, las bacterias que aniquilan la savia del árbol, las pestes misteriosas que no se pueden localizar en qué zona de la raíz, del tronco o del follaje se refugian.
Algunos resistieron.
Entonces, la naturaleza les descargó andanadas de langostas, después inundaciones. Los plantíos se pudrían durante meses debajo de una sábana de agua inmóvil y centelleante al resplandor de un sol de fuego, algunos hombres quedaron moralmente deshechos por las acometividades salvajes de estos demonios y desesperados abandonaron las islas; otros, para no morirse de hambre, enviaron a sus mujeres y a sus hijos a trabajar a la ciudad y ellos se quedaron luchando en el barro del delta, desagotando las tierras, cavando  zanjas, talando la vegetación maligna.
Y, otra vez, el árbol débil surgió del suelo.
Pero como ellos estaban casi incomunicados, ya que las comunicaciones en el Delta son costosas, circunscriptos a sus islas estos hombres tuvieron que improvisarse herreros, carpinteros, tuvieron que ensayar sistemas de cultivo, de poda, de injerto, hacer de médicos, de agrónomos y de albañiles, y a través de la ejecución de trabajos tan diferentes adquirieron la ciencia de las cosas, esa ciencia que es el privilegio de Ulises, orgulloso, no sólo de su inflexible arco, sino también de haber construido su propia cama.
Así se resistieron. Así sobrevivieron. Este es el término. Cada hombre que podemos ver en el Delta es el sobreviviente de una multitud de fracasados. De allí que esta lucha en las islas les conformó una voluntad de hierro, un sentido de independencia y una individualidad tan extraordinaria que yo diría que el Delta argentino es uno de los pocos lugares del mundo donde aún existe un puñado de hombres libres.
Poco importa que algunos de estos hombres libres sean analfabetos o que en ciertas circunstancias se comporten como unos perfectos brutos; lo importante es que allí descubrimos asentada una casta de hombres cuya fuerza moral es un suceso.
Casi todos llegaron pobres a las islas, casi todos sabían que nunca se enriquecerían. Yo he visitado en el Delta a dueños de quintas que habitaban la hermosa casa que habían construido con sus propias manos, que comían el pan fabricado con el trigo que sembraron, sobre la mesa construida con la madera de un árbol que ellos plantaron, me hicieron admirar las máquinas rústicas que la necesidad les hizo inventar, y me sentí emocionado frente a la sabiduría patriarcal que trascendían todas sus palabras.
Algunos me mostraron copudos árboles frutales, cuyas heridas habían restañado cuando eran jóvenes; otros me hicieron pasear entre millares de manzanos cuyas estacas habían plantado; otros entre bosques de álamos- sauces que parecían tocar la cúpula del cielo, mientras con sus callosas manos acariciaban la rústica piel vegetal, las únicas palabras que pronunciaron fueron éstas:

-Cuando yo vine a la isla, éstos no existían. Todo lo he hecho yo.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Breve anotación tras pasar la mañana y el agua (Gabriela Piccini)



Gabriela Piccini, 1962 Libros editados, Grata Sombra 2008 y Autosacramentales 2010 - Un libro en prepración de poesía y fotografía: El aire es lo que mueve las cosas. Nació en Buenos Aires.







Breve anotación tras pasar la mañana y el agua



Cruzar un puente para llegar al agua y comprobar que el tiempo se deslizará sin error. Los frutos permanecerán sin condena. Los muelles tendrán la misma costumbre: ser más altos, tambalear en el sitio donde el Paraná no sabe lo que hace.


El río se desconoce geómetra aunque divida con intención los tramos de un paraíso que conserva sus oscuros. Y la luz. Es sorprendente notar que, a pesar de toda su razón, no logre hacer varios pedazos de un solo mediodía.






Juanito Laguna se salva de la inundación (Jaime Dávalos)



Juanito Laguna remontando un barrilete / Antonio Berni 1973


Cuando lentamente viene la corriente
y asalta las islas,
aguas sublevadas de las marejadas
cubren la región.
En la correntada turbia y encrespada
van a la deriva,
entre la resaca, árboles que arranca
de cuajo el torrente, minuciosamente
se imponen las aguas de la inundación.

El islero siente resignadamente
que su pobre vida
queda acorralada como su ranchada
sobre un albardón,
su suerte está echada en esta anegada
soledad perdida,
en donde la lluvia de invierno diluvia
y la sudestada mantiene empacada
la furia inocente de la inundación.

Juanito Laguna, mirando la luna
que se hizo con agua
y las crestonadas que al norte en bandadas
emigrando van,
en su barro tierno de dolor eterno,
medroso presiente
que en aquel invierno vendrá la creciente
dejando sin rancho, desnuda la gente,
sembrando en las islas la devastación

Canción del jangadero (Jaime Dávalos)

Nació en San Lorenzo, Salta en 1921. Obra poética: Rastro seco, 1947; El nombrador (poemas y canciones), 1957; Coplas y canciones, 1959; Solalto, 1960; Canciones de Jaime Dávalos, 1962; Antología, 1966; La estrella, 1967; Cantos rodados, 1974; Cancionero, 1980; Coplas al vino, 1987. Fue periodista y letrista de folklore. Vivió en Zárate a orillas del Paraná. Falleció en Buenos Aires en 1981.




Río abajo voy llevando la jangada,
río abajo por el alto Paraná
es el peso de la sombra derrumbada
que buscando el horizonte bajará.

Río abajo... río abajo... río abajo...
a flor de agua voy sangrando esta canción 
en el sueño de la vida y el trabajo, 
se me vuelve camalote el corazón.

Jangadero... Jangadero... 
mi destino sobre el río es derivar,
desde el fondo dAel obraje maderero
con el anhelo del agua se me va.

Padre río, tus escamas de oro vivo
son el sueño que nos lleva más allá,
vamos tras el horizonte fugitivo
y la sangre con el agua se nos va.

Banda a banda... Sol y luna... Cielo y agua
espejismo que no acaba de pasar.
Piel de barro, fabulosa lampalagua,
me devora la pasión de navegar.

Jangadero... Jangadero...
mi destino sobre el río es derivar,
desde el fondo del obraje maderero
con el anhelo del agua se me va.

El hogar paterno (Rafael Obligado)





Nació en Buenos Aires en 1851.Obra poética: Poesías, 1885; Santos Vega, 1885; Poesías, 1906; Poesías, 1923 (edición definitiva de Carlos Obligado) Fue uno de los fundadores de la Facultad de Filosofía y Letras. Falleció en Mendoza en 1920.




A mis hermanas




¡Oh! ¡Mis islas amadas, dulce asilo

de mi primera edad!

¡Añosos algarrobos, viejos talas

donde el boyero me enseñó a cantar




¿Por qué os dejé, para encerrar mi vida

en la estrecha ciudad;

para arrojar mi corazón de niño

de las pasiones en el turbio mar?...




Como un cisne posado en las riberas

del ancho Paraná,

así, blanco y risueño, se divisa

a la distancia mi paterno hogar.




En los vastos y abiertos corredores

que grata sombra dan;

en el cuadro de antiguos paraísos

que, destrozados, no florecen ya;




En las barrancas que hacia el puerto ondulan

y avanzan al canal,

do vela el sueño de gloriosos muertos

la solitaria cruz de ñandubay;




En la hondonada que perfuma el molle

y engalana el chañar;

en el arroyo que las toscas baña;

en ese campo que se extiende allá...




Allí está mi pasado, de mi vida

la inocencia y la paz;

allí mi madre me acaricia, niño,

y mis hermanas en redor están.




No bien despunta el sol en el oriente,

tierno beso nos da;

de rodillas, oramos; y, en seguida,

¡puerta franca... la luz, la libertad!




Como bandada de enjaulados pájaros,

por aquí, por allá,

al campo el uno, a la barranca el otro,

nos echábamos todos a volar.




-«Cuidado con los nidos», nos decía

mi madre en el umbral;

pero digan horneros y zorzales

si les valió la maternal piedad.




Lejos ya de su vista, a un algarrobo

trepaba el más audaz,

y con los ojos de mil ansias llenos,

esperaban en grupo los demás.




En el horno de barro, construido

para vivir y amar,

introducía sus rosados dedos

el pequeño aprendiz de gavilán;




Y, del pico o el ala destrozada,

¡Nunca vista crueldad!

Asiendo los polluelos, uno a uno

los arrojaba con desdén triunfal.




Y era entonces de ver el alboroto

y el bullicioso afán,

de aquel enjambre de inocentes niños

que así destruía un inocente hogar.




Otras veces, del río en la corriente,

al cárdeno fulgor

que desde el fondo de la Pampa envía,

en sesgo rayo, el moribundo sol;




En agitado, en revoltoso grupo,

y alegre confusión,

los juncales rozando de la orilla,

con mis hermanas navegaba yo.




Una, los brazos en el agua hundiendo,

tendíase a estribor,

y sonreía a la rizada espuma

que la canoa abandonaba en pos.




Otra, imprudente, a la inclinada borda

lanzándose veloz,

entre sus manos victoriosa alzaba

del camalote la celeste flor.




Esta, la caña de pescar volvía,

enviando en derredor

menudas gotas que al caer brillaban

en los cabellos de las otras dos.




Batiendo luego las rosadas palmas,

reía, porque vio

medrosa hundirse en la corriente un ave

al desusado y repentino son.




Pero si alguna, al levantar los ojos,

mostraba el mirador,

donde mi madre a vigilarnos iba,

gritaban todas a la vez: «¡adiós!»




¡Oh dulces años! Por entonces era

nuestro goce mayor,

hurtar las flores que en las islas abren,

y de sus aves escuchar la voz.




Las pasionarias, las achiras de oro,

y el seíbo punzó,

eran ofrendas que mi madre amaba

porque a sus hijos se las daba Dios.




¡Ingrato, ingrato si el recuerdo suyo

arranco al corazón,

si yendo en pos del oropel mundano

el hombre olvida lo que el niño amó!

Al Paraná (Juan L. Ortiz)





Yo no sé nada de ti...
Yo no sé nada de los dioses o del dios de que naciste
         ni de los anhelos que repitieras
antes, aún de los Añax y los Tupac hasta la misma
                                         azucena de la armonía
                           nevándote, otoñalmente, la despedida
                                                            a la arenilla...

                        No sé nada.. .
ni siquiera del punto en que, por otro lado, caerías
                                           del vértigo de la piedra
                                             bajo los rayos...

                                 No sé nada...
                                            O sé, apenas, que el guaraní te
                                                    asimiló
                                    al mar de su maravilla...
y que ese puma de tu piel que te devuelve, intermitentemente,
   el día
                         lo tomas en un rodeo, no?,
                                        de tu destino. . .

                                 No sé nada.. .
                           Aunque me he oscurecido, en ocasiones, al
                                  sentirte, arriba,

                           entre un miedo de basalto,
                           buscándote,
                                       buscándote
                                       sin el ángel del sabiá,
                                                    aún. . .

         Y me he recobrado, luego, contigo, en la Anaconda que
            decían.. .
                         y hasta cuando denunciabas
                   sobre ti
                         a los máuseres de las Compañías...

                       No sé nada. ..
      Aunque te conocí, ha mucho, allá, donde mi río
                                      es de tu eternidad
                                            de Palmas...
               y por el salmón o por el rosa de Ibicuy
                                            y por las lunas de Zárate
y por la línea de tu agonía en el estuario, finalmente,
                                                     del alba...
Mas éste sería
                       tu sentimiento,
         y éste, acaso, el misterio que pareces bajar desde los
                 mismos
                              torbellinos del círculo?

          No sé nada de ti. . . nada de ti. . .
Es, acaso, decirte enteramente, decir tus avenidas, sólo,
                                      al fin,
                             de silencios sin orillas,
que podrían ser, es verdad, derivaciones de gracia corriendo a
    redimir
                                     oh Canals,
                           la palidez del Norte?

                 Es, por ventura, presente, siquiera,
el acceder únicamente a las escamas de tus minutos,
                                             bajo lo invisible, aún,
                                                      que pasa…
           o a las miradas de tus láminas
                             o de tus abismos,
         en los vacíos o en las profundidades de la luz,
                                           de tu luz?
                       Y se podría hablar de ti,
         intimando, aún por años, con las figuraciones que reviste,
               diríase,
                  aquí y allá, la corriente
                                                      de tu ser?

Oh no...
no se podría, me parece,
tocarte todavía
         así…


                         Cómo,
                        entonces, cómo,
                  asumir tu duración sin probabilidad de disminuir
                          tu tiempo, tal vez, de dios?

         Y en el tiempo de un dios, qué de los que vinieron a
                apagar
                            las hogueras que te amanecían...?
y qué de los monosílabos que presumiblemente respondían a
     las gamas
                                   de tus espesuras de flautas
                                    y que se desconocían entre sí,
                          al llegar a interponerles; tú, las seis o siete
                              leguas
                                que entonces te abrían...?

         Y qué de los dueños que arriaban, de arriba, todo un
                río de mugidos
                                   hacia los potreros que fluían, aquí,
   y que sólo detenía tu hermano con esa vena del naciente o ese
        azul
                        del surtidor de las avecillas...?

         Y qué de aquél de la “Rinconada” enfrentándolos, el
                único,
                           más “adelante” que el siglo
                         y junto a la aorta del “país”?

                  Y qué del otro que te cruzara por tres veces
                                                para salvar a Mayo
         de los cuernos de la derecha y de los cuernos del sur…?

                          Qué, pues, todo ello y lo demás,
         si tú no sabes y no podrías saber, por otra parte, de las
              milicias de la ceniza,
                            ni de una sociedad de sílabas
                                                ni de una codicia de millas...
                       ni menos de los intercesores de los últimos,
         como tampoco de la caballería que se atreviera a rescatar
                                    el sol... de las neblinas,
                        para el “interior” al “exterior” no?, por ahí:
                              del azar o del olvido:
                                               qué…?

         “Maya”, entonces, asimismo,
                                               para ti...
                  “Maya” las llamas y el vocabulario que se
                         entendía…
                                             “Maya” la cuaresma
                    sobre las lenguas de tus orillas...
                   “Maya” el despojo y la lujuria de praderías…
y la vista en alto, y la orden de las cañas, triplemente
    vadeándote,
                                        por los derechos del día...?
“Maya”, con más motivo, esos celestes de tus pupilas,
                              o de concentración,
en que, místicamente, desaparecerías, o poco menos, con tu
     tarde, sí
                          en la palidez del uno,
                                               allá,
           a no ser unas pestañas empequeñeciéndose en un cielo
                               o en un infinito de islas...?

                                    Y “Maya”, así,
esa, si se quiere, sensibilización de la ausencia, ésa en que tú
      libras
                                     o recreas,
                        con unos signos que huyen,
                              el rostro mismo, diríase,
                                               del éter...?

         Pero no sé nada de ti.
                  Nada. Nada.
Y hace, sin embargo, diecinueve setiembres que te miro y te
    miro.
                  Mas, es cierto, te miro
                         con los ojos de aquél a cuyo borde abrí los
                                  míos…
                              No podría hacerlo sino así.
         He de llevarlo, bien íntimamente, y a la izquierda, claro,
                  del latido,
                              y es él, sin duda, el que me haría preferir
                                       tu enajenamiento en el cielo
         a esa piel que hubiste, muy significativamente, de investir
                     por ahí...
         y que asorda los momentos en que debes de sentirte
                                      más leoninamente contigo...
Pero por veces, es verdad, sin una pluma que lo explique
                 desde el secreto, aún, del aire,
         flotas por el atardecer no se sabe qué alma
                   que suspendiese como el fluido
                                       de una inmanencia de cisne...

                  Mas ve, ve:
                  sigo mirándote, mirándote, con las niñas del
                       origen…
                                Y todavía de aquí,
                                                 de aquí,
                         en que por ceñir, o poco menos, a la ciudad
                                 a la que hubiste,
                                sacramentalmente, de “alzar”
una “debilidad” más que de padrino, no podrías, no
     naturalmente, reprimir...
                                      Y es así
         que aun en la tempestad que te estira hasta el confín,
              diríase,
                               en una unidad de siena
                          que quemase el caos... el caos...
         pareces desplegarte lo mismo que una “cinta” para ella
                                detrás de los vidrios
                          y sobre la barranca que le cincelaran
                                todavía…

                             Pero perdóname que insista
                                               e insista:
    no sé nada de ti. Nada, en realidad, de ti. Y no podré
          decirte jamás...
                         No es una “madera”
sino un “metal”, o los metales, mejor, o más de acuerdo, aún,
                               las ráfagas de unas tuberías,
                   o las ondas de unos hechiceros,
                                lo que requeriría eso que recelas
                    bajo lo femenino que te prestan las veleidades de
                           las horas
                     en complicidad con las estaciones
                                     y con tu infidelidad misma
                                       al que nombras
       y con la visión de un mediterráneo que vela
                           el idilio, ay,
                   de unos sauces en ojiva
sobre el sueño de unas muselinas que espectralmente despabila
                                        el después, sólo,
                                                 del cachilito,
                     plegándolas en seguida, y envejeciéndolas al
                     punto, en un final
                                                        de escalofríos
      que marchita hasta las cejas, hasta las cejas, ahí,
               del anochecer...
                            No sé nada de ti...

               Y no podré decirte nunca, probablemente. ..
                                   nunca…

     Pero deja que, al menos, te despida unos pétalos
                      de ese ángelus de mis gramillas
                      que desciende casi hasta el agua
                                 cuando ésta
                       pierde sus ojeras
y da en hilar, fúnebremente, con la primicia que deslíe
                          el duelo de arriba,
                                  la raíz
                          de la lágrima...

        No sé nada de ti…
                          Nada…

Poema I (Jacobo Fijman)





Caía mi sueño en la otra soledad de los canales.
Regocíjate, niño, la presencia graciosa de la muerte
reparte en sombras alternadas el olor de los ángeles
levanta tus sordos desamparos.

Niño de paz,
han apagado las islas monótonas de los soles perfectos.
Niño de paz,
imito el mundo en mi sueño ajeno a la claridad.

Un silencio de música se apacienta en las torres.


(En “Hecho de estampas 1930)

Canto del colibrí (Anónimo guaraní)









¿Algo tienes para comunicarnos, Colibrí?

¡Colibrí lanza relámpagos!

Pues, ¿el néctar de tus flores te ha mareado, acaso, Colibrí?

¡Colibrí, lanza relámpagos, lanza relámpagos!




(canto chiripa en versión de León Cadogan, recopilador)



Canto del syrykó
¡Canta el syrykó eterno!

Que las aguas donde pescaba

se han secado

cuenta el syrykó eterno.

Las sendas que conducen al río

las recorre todas, afanosamente,

rastreando, el syrykó eterno.





(canto chiripa en versión de León Cadogan. El syrykó, según Alfredo López Austin “es un ave que anuncia los vientos del norte, los que traen la lluvia”

Pescadores (Alfonsina Storni)





A la orilla del agua
las amarillas cañas
tienden lazos de muerte.


              El sol duerme sin ira
sobre la mano
que paciente espera.


             Al cabo,

un minúsculo pez
           tiñe de azul
la punta del anzuelo.

       Y una porción de cielo,
más pequeña
que la hoja de una rosa,
se revuelca sobre la tierra,
de muerte herida.

       Inútil danza:

El pescador vuelve a hundir
su caña
y el sol, sin ira,
a dormirse en su mano.


Atardecer en el Tigre (Alfonsina Storni)




Ocre el río,
camina.
Los juncos lo traban
pero no pueden detenerlo,
camina.

Los barcos
lo cortan
pero no pueden pararlo,
camina.

Las casas le tienden
brazos de amor
pero no pueden tomarlo,
camina.

Los nadadores
lo abrazan
pero no pueden abrazarlo,
camina.

El cielo
se va con él
abierto en flores
amarillas
y el clavo
de la luna
lo punza
en vano.

A su margen,
fija en la tierra,
me afilo en cobre
sobre la onda
oscura

(1938)

jueves, 14 de noviembre de 2013

Primitivos habitantes del delta (conferencias sobre aborígenes argentinos del Dr. Roberto Edelmiro Porcel)




II: LOS GUARANIES.-

Habitaban no solo en nuestros territorio.- Son también pueblo originario en la República Oriental del Uruguay (PAÍ KAIOVÁ), del Brasil (PAÍ KAIOVA, TUPI GUARANI, MBYÁ), del Paraguay (CARIOS, CHIRIGUA o CHIRIPÁ, PAÑ, GUAIRÁS, ITATINES y MBYÁ) y de Bolivia (GUARAYOS Y CHIRIGUANOS).-

En Argentina, se denominaban CHANDULES, a los guaraníes que habitaban en las puertas de Buenos Aires, desde el Río Las Conchas, hoy llamado Reconquista, toda la región de nuestro Delta y la costa del Paraná.-

Sin embargo, cuando frente a la isla de San Gabriel, en Uruguay, fue flechado Solís y los suyos, había necesariamente con los Charruas, aborígenes Chandules, ya que estos eran caribes a diferencia de aquellos.-

En el combate de “Corpus Christi”, librado entre los ríos Las Conchas y Luján el año 1536, donde muere el almirante Mendoza, hermano de Don Pedro, los Chandules lucharon al lado de los Querandíes .- Otro tanto hicieron durante el sitio a Buenos Aires, en el que intervinieron también los Charruas.-

Después que Garay refunda Buenos Aires, en 1882, en el combate de “La Matanza” (de donde tomó el nombre este partido de la Pcia. De Buenos Aires), los españoles y mozos de la tierra lucharon solamente contra Chandules, que ocupaban en ese momento la costa sur del Plata desde el Cabo Blanco.-

Formulo estas aclaraciones para ver lo difícil que es establecer un lugar fijo de asentamiento de nuestros aborígenes, ya que no eran sedentarios sino nómades.-

Se denominaban CARCARAÑAS a los guaraníes que vivían en inmediaciones de este río, lindando con aborígenes “Litoraleños”.-
También encontramos a los guaraníes recostados el las costas del río Uruguay, en el norte entrerriano y en Corrientes, donde poblaban al este del río Miriñay, en el Iberá, la frontera de Loreto y sobre la costa del Paraná que nos separa de Paraguay.- Finalmente también habitaban en la actual provincia de Misiones.- Nos estamos refiriendo a los CAINGUÁS, los SANTANAS y a los MBYÁ .-

Finalmente, en el NE Salteño y NO de Formosa, desde el Río Bermejo hasta el Río Grande, en Santa Cruz de la Sierra en Bolivia, encontramos a los guaraníes CHIRIGUANÁ, aunque estos llegaron a la zona pocos años antes que Pizarro, en 1523, acompañando a Alejo García, un portugués marinero de Solís, que los llevó desde Lambaré hasta Tomina, en busca del oro y plata del país del rey Blanco (El Inca).- Estos guaraníes estaban mestizados con los CHANÉS, a los que esclavizaron y de quienes tomaron sus mujeres.-

Cada pueblo Chiriguaná tenia su cacique .- Se juntaban para la guerra y les temió primero el Inca, luego los españoles y todos los pueblos de aborígenes vecinos, ya que eran guerreros formidables, destacándose según nos dicen los jesuitas, por su sagacidad y viveza.- Amaban su libertad por sobre cualquier otro bien.- Eran grandes flecheros.-

Vivian de la casa y de la pesca, pero cultivaban el maíz, la mandioca y las calabazas, obteniendo del primero su bebida favorita.-

D’Orbigni describe a los guaraníes, como de baja estatura, musculosos, caderas pronunciadas, manos y pies chicos, pelo lacio, grueso y oscuro, cabeza redonda y cara circular, ojos chicos y expresivos.- La descripción es perfecta.-´

Los hombres desfiguraban su labio inferior mediante el uso de sus llamadas tembetas (mbetá).-

III.- LOS LITORALEÑOS.-

Estos pueblos se conocieron a través de los viajes de Sebastián Caboto y Diego García de Moguer.-

Los encontramos desde el norte de las islas del Delta donde ya dijimos que estaban los Chandules, hasta la altura de la ciudad de Santa Fe, lindando más al norte con aborígenes de la etnia Guaicurú.- También poblaban en Entre Ríos y en Corrientes sobre el Paraná hasta el Iberá.-

En la región de las islas estaban los BEGUAES, pero en tierra firma, los primeros eran los CHANAS, que también integraban las familias CHANA-TIMBUES sobre la costa oeste del Río Paraná, al alta estatura, que sembraban maíz y calabaza y los CHANA-BEGUAES, que poblaban enfrente, en la costa este.- Eran además cazadores y pescadores, cazaban con arco y flechas y no comían carne humana.-

Los TIMBUES estaban en un estero al norte del Carcarañá.- Tenían la costumbre de los Charruas, de mutilarse los dedos de pies y/o mano cuando moría un pariente.- Caboto los encontró también en el Norte de Corriente con los Santanas.- Adornaban sus narices con piedras azuladas o verdes.-

Con ellos habitaban los CARACARÁS, con los que tenían características y costumbre comunes.- Eran como los Timbués, indígenas de buena estatura (altos).-

También el zona del fuerte de Corpus Christi estaban los QUILOAZAS, que parece que eran un pueblo muy numeroso (Schmidel habla de 40.000 indígenas).- Eran labradores y pescadores.-

Debemos también citar a los MOCORETÁ, más arriba de los timbúes y los quiloazas, pero en la costa este del Paraná, muy buenos pescadores y cazadores de nutrias.-

A los MEPENES, que eran muy belicosos y algunos sostienen que eran los ascendientes de los abipones.- Los encontramos también en el Iberá.-

También eran litoraleños los CORONDAS.-

Finalmente mencionaré a los AGACES, también canoeros, altos y corpulentos.- A pesar de algunas diferencias lingüísticas, tenían características físicas y costumbres similares a los Quiloazas.-

Estos pueblos litoraleños median alrededor de un metro setenta y cinco de estatura, por lo que los españoles los consideraban altos, bien formados, fuertes y nervudos.- Muchos se adornaban con estrellitas o piedras sus narices, que al efecto agujereaban.-

III.- LOS CAIGANG o CAINGUÁS.-

Los encontramos en Entre Ríos, en la costa del Uruguay donde habitaban los YAROS, de baja estatura, cuerpo grueso, brazos mejor desarrollados que las piernas, cabello negro , grueso y abundante y largo, de cara redonda.-

En Corrientes, sobre el Paraná, a la altura de Itatí, lindando con los guaraníes Santana, estaban los GUAYANAS, con las mismas características físicas.-

Hablaban un co dialecto del guaraní.- Sus armas eran el arco, las flechas y usaban garrotes.- Tenían hábitos sedentarios y sus alimentos eran el maíz , frutas, carne y excepcionalmente pescados.-

IV.- LOS MINUANES.-

De de la misma etnia y características físicas de los CHARRUAS, que ocupaban la costa Norte del Río de la Plata desde Maldonado hasta Colonia, los MINUANES poblaban en Entre Ríos.-

Eran de regular estatura, macizos y bien desarrollados.- Su cara era alargada, su cabeza grande y su piel muy oscura.- Pedro López describió a los Charruas que conoció en el año 1530, como nervudos y grandes, de feo rostro, cabello comprimido, con sus narices adornadas con pedazos de cobre muy luciente y que se cubrían con pieles .- Sus armas eran un cuchillo de piedra, boleadoras que usaban diestramente y unas porras de palo duro.- Comían solo carne y pescado .- Los califica como hombres tristes y llorones, que se cortaban falanges de sus dedos cuando moría un pariente.-

Se destacaban como buenos nadadores, canoeros y guerreros según el diario del portugués López de Souza, que con su hermano, reitero, alrededor de 1530 anduvo por el Río de la Plata.-



Ver nota completa:

Totoras (Alberto Muñoz) de El Naturalista (Ed. En danza 2010)




El chimango nada sabe de la eléctrica tristeza del cauce, se confía al plumaje y a la carroña como un escritor a la puntuación. La vacilación se obstina en su misión sombría: qué hay que decir, qué hay para callar.
Quiero que conozcas la espadaña: Thor Heyerdahl y Quitín Muñoz navegaron en ellas por las dudosas singladuras transoceánicas, durmieron menos en las aguas que en la vegetación.
Ese biguá sobre la rama de un fresno americano mira desahuciado tu fantasma, “se pudren los techos en las islas-decís burlonamente-,no hay ángel que no pese demasiado”.
Se va el día mientras ( a la sombra del viejo fresno, tu obra también se reclina en el follaje del mundo) juntamos higos disipados que cuelgan disciplinadamente de una planta retorcida. Canta un gallo (demasiado tarde); no son de las islas los gallos, ellos también vacilan con su canto extremo, ¡tanta agua!, tantas crecidas que sumergen los terrenos, un susurro que viene desde el fondo de los tiempos para reverdecer y ahogar. No debe ser fácil para un gallo comprender esa aventura alucinatoria. Se hacen al lugar, inconstantes como fósiles vivos que cantan pero no despiertan. Hay una creencia – pero es mejor callarla- de que los gallos dominan las mareas.
¿Viste como el sol baña las totoras?, parecen gasas encendidas por el fuego quemando nidos, cuises y culebras. Caminemos hasta los zanjones, ahí están las anguilas, pequeñas nubes enloquecidas, llenas de azúcar y de muertes secretas, inofensivas. Dejemos que se hundan las botas en este barro joven.

Miremos desde aquí las totoras, oigamos a las sirenas venir desde los sórdidos arenales.