sábado, 6 de julio de 2013

Oda al Paraná (Manuel José de Lavarden)

Manuel José de Lavarden (1754-1808)


Oda al Paraná

  Augusto Paraná, sagrado río
primogénito ilustre del océano,
que en el carro de nácar refulgente,
tirado de caimanes, recamados
de verde y  oro, vas de clima en clima,
de región en región, vertiendo franco,
suave verdor y pródiga abundancia,
tan grato al portugués como al hispano;
si el aspecto sañudo de Mavorte,
si de Albión los insultos temerarios
asombrando tu cándido carácter,
retroceder te hicieron, asustado,
a la gruta distante, que decoran
perlas nevadas, ígneos topacios,
y en que tienes volcada la urna de oro,
De ondas de plata siempre rebosando;
Si las sencillas ninfas argentinas
Contigo temerosas profugaron
Y el peine de carey allí escondieron
Con que pulsan y sacan sones blandos
En liras de cristal, de cuerdas de oro,
Que os envidian las Deas del Parnaso;
Desciende ya dejando la corona
De juncos retorcidos, y dejando
La banda de silvestre camalote,
Pues que ya el ardimento provocado
Del heroico español, cambiando el oro
Por el bronce marcial, te allana el paso,
Y para el arduo, intrépido combate,
Carlos presta el valor, Jove los rayos.

 Cerquen tu augusta frente alegres lirios
Y coronen la popa de tu carro,
Las ninfas te acompañen adornadas
De guirnaldas, de aroma y amaranto,
Y altos himnos entonen, con que avisen
Tu tránsito  los Dioses tributarios.
El Paraguay, el Uruguay lo sepan,
Y se apresuren próvidos y urbanos
A salirte al camino, y a porfía,
Te paren en distancia los caballos
Que del mar Patagónico trajeron;
Los que ya zambullendo, ya nadando,
Ostentan su vigor, que mientras llegan
Lindos Zéfiros tengan enfrenados.

 Baja con majestad, reconociendo
De tus playas los bosques y los antros.
Extiéndete anchuroso, y tus vertientes,
Dando socorro a sedientos campos
den idea cabal de tu grandeza.
No quede seno que a tu excelsa mano
Deudor no se confiese. Tú las sales
Derrites y tú eleva los extractos
De fecundos aceites; tú introduces
El humor nutritivo, y suavizando
El árido terrón, haces que admita
De calor y humedad fermentos caros.
Ceres de confesar no se desdeña
Que a tu grandeza debe sus ornatos.
No el ronco caracol, la cornucopia,
Sirviendo de clarín, venga anunciando
Tu llegada feliz. Acá tu hijos,
Hijos en que te gozas, y que a cargo
Pusiste de unos hijos tutelares
Que por divisa la bondad tomaron,
Zéfiros halagüeños por honrarte,
Bullen y te preparan sin descanso
Perfumados altares, en que brilla
La industria popular, triunfales arcos
En que las artes liberales lucen,
Y enjambre vistosísimo de naos,
De incorruptible leño, que es don tuyo,
Con banderolas de colores varios
Aguardándote  está. Tú con pala
De plata, las arenas dispersando
Su curso facilita. La gran corte
En grande gala espera. <ya lo sabios,
De tu dichoso arribo se prometen
Muchos conocimientos más exactos
De la admirable historia de tus reinos,
Y los laureados jóvenes, con cantos
Dulcísimos de pura poesía
Que tus melífluas ninfas enseñaron
Aspiran a grabar tu excelso nombre,
Para siempre, del Pindo en los peñascos,
Donde hoy más se cantan tus virtudes
Y no las iras del furioso Janto.

 Ven sacro río, para dar impulso
Al inspirador ardor; bajo tu amparo
Corran como tus aguas nuestros versos,
Llevarás guarnecidos de diamantes.
No quedarás sin premio  (premio santo!);
Y de rojos rubíes, dos retratos,
Dos rostros divinales, que conmueven;
Uno de Luisa es, otro de Carlos.
Ves ahí, que tan magnífico ornamento
Transformará en un templo tu palacio;
Ves ahí para las ninfas argentinas,

Y su dulce cantar, asuntos gratos.

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