lunes, 28 de octubre de 2013

Interior (César Bisso)



No es sol que usurpe
       “No es sol que usurpe / colores / frescura / despertares”. Esto leo en el primer poema de este libro de César Bisso, un poeta que no ha sido abandonado por el paisaje, lo que es fundamental en estos tiempos -para mí-, donde el paisaje del agua, la campaña no hollada aún, o el urbano de cementos, hierros e iniquidades, están expuestos a los mismos extirpadores que, generalmente, por el eterno espíritu mercantilista, o por ser niveladores por la base, a lo largo de la historia del arte han terminado –muchos de ellos- en asesinos de su condición de poetas o escritores.        Este poeta trae, para mí, desde el fondo y la corona de sus islas, que lo engalanaron de paisaje –el eterno paisaje para los inocentes- en poemas donde se lee: “¿tendría la eternidad rumbo de aguas estancadas?”. Y esto se lo pregunta para el caso que hubiera “diluvio, caos, sacramento”. Todo esto compromete a nuestra imaginación y a nuestro sueño, cuando creemos, primordialmente, en el agua, y tratamos de bajar y subir por “el río eterno”. Mejor lo dice Bisso: “Heráclito / deslinda armonía y agua. / Lo que anhela cambia. Y lo que no / es muerte”.        Encuentro valor poético –vital- cuando expresa: “Isla quieta / sola y bella dama”. En esta isla no hay deseo que no pueda encontrar, y de pronto, un “caballo en soledad toca el alba”, el poeta pregunta quién será el dios de la isla, y sigue caminando por la noche -¿y por qué no por el amanecer del sueño?-. Esta pregunta que me hago me la confirma cuando describe el “verde montaraz / detrás / del albardón”. Y más adelante, en su caminar-navegar, donde el poeta inquiere: “¿importa medir / lo que no tiene espacio ni tiempo?”.        Continuemos el recorrido de sus islas. En la pre-primavera descubre que por la escarcha “las ramas vuelven a ser pájaros”, y en primavera hay quien “abanica la orilla”. Qué verdadera imagen de amor. Y luego reaparece la eternidad al decir “la eternidad / se echa / donde el árbol / no alcanza / su propia sombra”. Me pregunto si en vez de que la isla espere “su último destello” para ocultar “su cadáver” ¿esa isla- “mujer”, no es la que está echada allí donde al árbol le es imposible ver reflejados su follaje y su alma?.         Y después de todas sus miradas, recibimos la donación de unos haikus azules y otros movimientos entre los que “el río no regresa / para que no lo olvide”.        No se puede olvidar lo que es donación permanente, como el caso de este excelente libro, donde César Bisso demuestra estar muy lejos de los bajos plafones de los impostadores “redactores de poesía”.
Francisco Madariaga Buenos Aires, agosto de 1998


Interior

Dejo el mundo afuera.
El agua emblandece el barro
y mendiga sed. Convenciones
de juncos agarbados. Desorden
del viento. La belleza está allí:
silenciosa, cauta.

El ojo usurpa restos del alba.
Ningún pájaro es vuelo que libera
si escala su propia altura.
Sólo el agua va. El ojo permanece.

Tomo al mundo por el ojo
y nada oculto tras la maleza.
Lo que está afuera, inmóvil, goza
desde el misterio de la mirada.
Dura al intento y mientras intenta anima.

No hay otro lenguaje.
                                   Cielo.
                                             Agua.
                                                       Isla.

Isla

Mujer
fluvial y desolada
espera
el último destello
y oculta
su cadáver.


Crecida

Voy hacia la luz más alta del río. 
Llevo en otros ojos
horizontes que flotan sin amarras. 
Transito el sendero de los pájaros. 
Abajo, undante tumba sin orillas.

La tierra se ha perdido. Nada
sublima este paisaje moribundo
sobre un cielo caído de repente.

Presiento el destino del vuelo.
Se esfuma el árbol. La mirada.  
Pero no arrojo corazón ni osamenta.


de Isla Adentro, Ediciones Culturales Santafesinas 1999 (prólogo de Francisco Madariaga)

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