domingo, 17 de noviembre de 2013

Al Paraná (Juan L. Ortiz)





Yo no sé nada de ti...
Yo no sé nada de los dioses o del dios de que naciste
         ni de los anhelos que repitieras
antes, aún de los Añax y los Tupac hasta la misma
                                         azucena de la armonía
                           nevándote, otoñalmente, la despedida
                                                            a la arenilla...

                        No sé nada.. .
ni siquiera del punto en que, por otro lado, caerías
                                           del vértigo de la piedra
                                             bajo los rayos...

                                 No sé nada...
                                            O sé, apenas, que el guaraní te
                                                    asimiló
                                    al mar de su maravilla...
y que ese puma de tu piel que te devuelve, intermitentemente,
   el día
                         lo tomas en un rodeo, no?,
                                        de tu destino. . .

                                 No sé nada.. .
                           Aunque me he oscurecido, en ocasiones, al
                                  sentirte, arriba,

                           entre un miedo de basalto,
                           buscándote,
                                       buscándote
                                       sin el ángel del sabiá,
                                                    aún. . .

         Y me he recobrado, luego, contigo, en la Anaconda que
            decían.. .
                         y hasta cuando denunciabas
                   sobre ti
                         a los máuseres de las Compañías...

                       No sé nada. ..
      Aunque te conocí, ha mucho, allá, donde mi río
                                      es de tu eternidad
                                            de Palmas...
               y por el salmón o por el rosa de Ibicuy
                                            y por las lunas de Zárate
y por la línea de tu agonía en el estuario, finalmente,
                                                     del alba...
Mas éste sería
                       tu sentimiento,
         y éste, acaso, el misterio que pareces bajar desde los
                 mismos
                              torbellinos del círculo?

          No sé nada de ti. . . nada de ti. . .
Es, acaso, decirte enteramente, decir tus avenidas, sólo,
                                      al fin,
                             de silencios sin orillas,
que podrían ser, es verdad, derivaciones de gracia corriendo a
    redimir
                                     oh Canals,
                           la palidez del Norte?

                 Es, por ventura, presente, siquiera,
el acceder únicamente a las escamas de tus minutos,
                                             bajo lo invisible, aún,
                                                      que pasa…
           o a las miradas de tus láminas
                             o de tus abismos,
         en los vacíos o en las profundidades de la luz,
                                           de tu luz?
                       Y se podría hablar de ti,
         intimando, aún por años, con las figuraciones que reviste,
               diríase,
                  aquí y allá, la corriente
                                                      de tu ser?

Oh no...
no se podría, me parece,
tocarte todavía
         así…


                         Cómo,
                        entonces, cómo,
                  asumir tu duración sin probabilidad de disminuir
                          tu tiempo, tal vez, de dios?

         Y en el tiempo de un dios, qué de los que vinieron a
                apagar
                            las hogueras que te amanecían...?
y qué de los monosílabos que presumiblemente respondían a
     las gamas
                                   de tus espesuras de flautas
                                    y que se desconocían entre sí,
                          al llegar a interponerles; tú, las seis o siete
                              leguas
                                que entonces te abrían...?

         Y qué de los dueños que arriaban, de arriba, todo un
                río de mugidos
                                   hacia los potreros que fluían, aquí,
   y que sólo detenía tu hermano con esa vena del naciente o ese
        azul
                        del surtidor de las avecillas...?

         Y qué de aquél de la “Rinconada” enfrentándolos, el
                único,
                           más “adelante” que el siglo
                         y junto a la aorta del “país”?

                  Y qué del otro que te cruzara por tres veces
                                                para salvar a Mayo
         de los cuernos de la derecha y de los cuernos del sur…?

                          Qué, pues, todo ello y lo demás,
         si tú no sabes y no podrías saber, por otra parte, de las
              milicias de la ceniza,
                            ni de una sociedad de sílabas
                                                ni de una codicia de millas...
                       ni menos de los intercesores de los últimos,
         como tampoco de la caballería que se atreviera a rescatar
                                    el sol... de las neblinas,
                        para el “interior” al “exterior” no?, por ahí:
                              del azar o del olvido:
                                               qué…?

         “Maya”, entonces, asimismo,
                                               para ti...
                  “Maya” las llamas y el vocabulario que se
                         entendía…
                                             “Maya” la cuaresma
                    sobre las lenguas de tus orillas...
                   “Maya” el despojo y la lujuria de praderías…
y la vista en alto, y la orden de las cañas, triplemente
    vadeándote,
                                        por los derechos del día...?
“Maya”, con más motivo, esos celestes de tus pupilas,
                              o de concentración,
en que, místicamente, desaparecerías, o poco menos, con tu
     tarde, sí
                          en la palidez del uno,
                                               allá,
           a no ser unas pestañas empequeñeciéndose en un cielo
                               o en un infinito de islas...?

                                    Y “Maya”, así,
esa, si se quiere, sensibilización de la ausencia, ésa en que tú
      libras
                                     o recreas,
                        con unos signos que huyen,
                              el rostro mismo, diríase,
                                               del éter...?

         Pero no sé nada de ti.
                  Nada. Nada.
Y hace, sin embargo, diecinueve setiembres que te miro y te
    miro.
                  Mas, es cierto, te miro
                         con los ojos de aquél a cuyo borde abrí los
                                  míos…
                              No podría hacerlo sino así.
         He de llevarlo, bien íntimamente, y a la izquierda, claro,
                  del latido,
                              y es él, sin duda, el que me haría preferir
                                       tu enajenamiento en el cielo
         a esa piel que hubiste, muy significativamente, de investir
                     por ahí...
         y que asorda los momentos en que debes de sentirte
                                      más leoninamente contigo...
Pero por veces, es verdad, sin una pluma que lo explique
                 desde el secreto, aún, del aire,
         flotas por el atardecer no se sabe qué alma
                   que suspendiese como el fluido
                                       de una inmanencia de cisne...

                  Mas ve, ve:
                  sigo mirándote, mirándote, con las niñas del
                       origen…
                                Y todavía de aquí,
                                                 de aquí,
                         en que por ceñir, o poco menos, a la ciudad
                                 a la que hubiste,
                                sacramentalmente, de “alzar”
una “debilidad” más que de padrino, no podrías, no
     naturalmente, reprimir...
                                      Y es así
         que aun en la tempestad que te estira hasta el confín,
              diríase,
                               en una unidad de siena
                          que quemase el caos... el caos...
         pareces desplegarte lo mismo que una “cinta” para ella
                                detrás de los vidrios
                          y sobre la barranca que le cincelaran
                                todavía…

                             Pero perdóname que insista
                                               e insista:
    no sé nada de ti. Nada, en realidad, de ti. Y no podré
          decirte jamás...
                         No es una “madera”
sino un “metal”, o los metales, mejor, o más de acuerdo, aún,
                               las ráfagas de unas tuberías,
                   o las ondas de unos hechiceros,
                                lo que requeriría eso que recelas
                    bajo lo femenino que te prestan las veleidades de
                           las horas
                     en complicidad con las estaciones
                                     y con tu infidelidad misma
                                       al que nombras
       y con la visión de un mediterráneo que vela
                           el idilio, ay,
                   de unos sauces en ojiva
sobre el sueño de unas muselinas que espectralmente despabila
                                        el después, sólo,
                                                 del cachilito,
                     plegándolas en seguida, y envejeciéndolas al
                     punto, en un final
                                                        de escalofríos
      que marchita hasta las cejas, hasta las cejas, ahí,
               del anochecer...
                            No sé nada de ti...

               Y no podré decirte nunca, probablemente. ..
                                   nunca…

     Pero deja que, al menos, te despida unos pétalos
                      de ese ángelus de mis gramillas
                      que desciende casi hasta el agua
                                 cuando ésta
                       pierde sus ojeras
y da en hilar, fúnebremente, con la primicia que deslíe
                          el duelo de arriba,
                                  la raíz
                          de la lágrima...

        No sé nada de ti…
                          Nada…

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