sábado, 17 de agosto de 2013

Lobos de río (Lilia Ferreyra)



Biblioteca de la Casa Museo Haroldo Conti en el Arroyo Gambado



Lilia Ferreyra  fue la última compañera de Rodolfo Walsh, quien junto a Haroldo Conti fue entre otros intelectuales, una víctima emblemática del terrorismo de Estado. Por cierto, los crímenes contra escritores como Miguel Angel Bustos, Francisco "Paco" Urondo, Dardo Dorronzoro, Roberto Santoro, Héctor Oesterheld o Susana "Pirí" Lugones entre otros, también fueron pérdidas irreparables para la cultura y el campo literario en especial. Rodolfo y Haroldo compartieron, con todo, pocas viviencias. Pero muy amadas, como el Delta y Cuba. Y ahí se cruzaron. En La Habana - donde Rodolfo había sido uno de los fundadores de la Prensa Latina y vivido varios años- se encontraron en 1974 invitados por la Casa de las Américas; en las islas del Tigre cada uno tenía su casa. En este homenaje a dos de los más grandes escritores argentinos, Lilia (periodista, exiliada en México durante la dictadura y trabajadora de El Periodista y Página /12 a su regreso a la Argentina) recuerda la admiración de Walsh por Conti y una tarde especial en el delta.

Lobos de río

Una tarde de domingo del 68, en el departamento en que vivíamos con Rodolfo, me puse a buscar en la precaria biblioteca- tres tablones sobre bloques de cemento-algún nuevo libro para leer.
Por mi mínimo conocimiento del idioma, descarté las ediciones en inglés de Hemingway, Salinger y por supuesto, el ejemplar de "Ulysses" de Joyce que Rodolfo había abandonado después de las primeras páginas porque prefirió la más cómoda edición en español, y dejé para otro momento los libros de historia  argentina de la colección Hachette.
Mientras yo revisaba los títulos sin apuro, él estaba muy concentrado corrigiendo un texto en la máquina de escribir con la ayuda del ajetreado Diccionario Ideológico de Casares. Como hablando con el aire, empecé a comentar en voz alta algunas contratapas y solapas hasta que Rodolfo me interrumpió:
-Tenés que leer "Sudeste".
Se levantó de la silla, fue derecho al estante, sacó un librito de tapas duras color verde y me lo dio.
-Esta historia debió ser mía, pero Haroldo me ganó de mano-dijo con resignada envidia.
Como Haroldo Conti, Walsh había recorrido el delta, había alquilado una casa en el Carapachay y había imaginado una historia sobre islas e isleños sin saber que ya se había escrito "Sudeste".
Cuando leyó la novela de Conti, reencauzó su proyecto de cuento en otro curso del río. Con lápices de fibra y biromes de color rojo, verde y negro- que no respondían a un código secreto sino a la lapicera que tenía más a mano- marcó y subrayó datos, nombres, frases y diálogos de "Sudeste". Palabras como "enjaretado", "anclote con cepo", "rempuje", "enfogonadura", "gavillar", que revelan los oficios del lugar en que se vive y la investigación o permeabilidad del escritor a mundos distintos. Frases que perfilan a los personajes, como "Ni el viejo ni el Boga hablaban nunca más de lo necesario. Aunque se entendían a las mil maravillas (...)", o que describen sus escenarios subjetivos: "todo termina en la costa, porque el cielo es nada". Y los párrafos sobre el río, marcados con tinta roja como una exclamación: "Salió al Paraná Guazú. Este es un río. Es necesario llegar hasta ahí para saber lo que es un río en esta parte del mundo (...) El río es espléndido y el hombre se siente misteriosamente atraído por él. Esto es todo lo que se puede decir (...) Pero lo cierto es que, en el fondo, más a menudo este río parece endiabladamente astuto y torvo y hasta ruin...
(Sus hombres) no aman al río exactamente, sino que no pueden vivir sin él."
Quizá pensando que Haroldo lo había escrito con un guiño de Hemingway y Melville, Rodolfo subrayó línea por línea este párrafo: "Iba hacia el norte, detrás del dorado, como si realmente los peces y el rey de estos peces corrieran delante de él y fuera preciso darles alcance. El no advertía hasta qué punto ese pez, en particular se había convertido para él en un ser fabuloso."
Con "Sudeste" Rodolfo ubicó a Haroldo en el mundo de sus amigos. Aunque se vieron pocas veces, siempre disfrutó los encuentros con ese hombre afable y sutil que contaba historias desmesuradas con el humor tranquilo de un provinciano. Un domingo, Haroldo nos llevo a su casa en el arroyo Gambado y conocimos a sus amigos isleños. Ellos y nosotros fuimos el pequeño auditorio que no paró de reírse con los desopilantes relatos que hizo Haroldo de las picardías y desventuras de linyeras, mujeriegos, jugadores y bebedores que había conocido en sus propias correrías por la vida.
Después del almuerzo, nos subimos a un viejo bote de madera. Rodolfo y yo nos sentamos en el banquito de popa y Haroldo empezó a remar remontando la corriente. Entonces, con esa sencillez con que usaba las palabras, nos habló de su nuevo amor, que se llamaba Marta, que había sido su alumna y a quien conocimos tiempo después cuando ya era su mujer. Rodolfo, tan parco en esas cuestiones,  lo miró algo perplejo y casi en silencio dejó con una sonrisa que el monólogo amoroso fluyera como el agua. Y así siguió esa tarde tan lejana, a la deriva, entre los arroyos, las fábulas de isleños y algunas mentiras de pescadores que se contaron esos dos lobos de río.

Fuente: "Haroldo Conti: Una épica del río y la llanura" de Néstor Restivo y Camilo Sánchez. Ediciones desde la Gente. Bs As. 2005

1 comentario:

  1. Cuenta Viñas: Una vez me invitó Walsh a vivir en su casa del Tigre. En esa época su compañera era Piri Lugones. Y desde el comienzo, ese apellido turbador y el escenario del Delta nos fueron situando alrededor de una letra alegórica que solía deslizarse entre frustradas ironías hacia el Tropezón. En los atardeceres en que Walsh arreglaba su bote, la figura de Quiroga se sobreimponía a la de Lugones [...]

    Llegue a presentir en aquellos días que el humor cambiante de Walsh coincidía con las alzas y bajas de las mareas: descendía el río y Walsh se iba extendiendo en su hamaca y en sus opiniones sobre Hemingway. Y su desaliento marcaba silecios intercalados apenas por uno de sus ademanes más repetidos: apuntaba con el dedo a una torcaza que revoloteaba entre los sauces: "En la ciudad yo llego a perder el sentido" decía [...]

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