"Es, dice, una isla que recibe toda la luz del
atardecer y parece que arde".
Ricardo E. Molinari
No entender una imagen es truncar lo en-mascarado.
Pero ¿conviene a los poemas quitarles esa máscara?
Por qué una antología podía titularse "La isla
colorada"?
El poema desoculta lo invisible o deja ver sus
hierofanías
juntas / como el contacto de los élitros de la pareja
cuyos roces se oyen en la oscuridad
(¿Que haces oh Mago para calmar el mar furioso?
—Contengo mi cólera, que después estalla como
una ola
sobre la roca femenina...)
¿Y luego?: cuando me hablan de ti, es como si me
perfumaran la cara
con una hoja de mirto, transferencias trópicas o
monarquías, de golpe,
para nadie; fuera del idioma teje
(destrenza) las finas incógnitas de Aladino sacándole
brillo
a su lámpara de cine, como un condestable espacio no
decible (apenas audible)
donde sueñan las palabras más hermosas
juntas / como los élitros que se borran o se agregan al
poema
según su compañía de pareja, en la oscuridad de sus
contactos.
Hasta que el poeta habló ante su crítico; entonces yo
pensé
en una isla del delta del Paraná por el Ibicuy, no sé
por qué
resplandor de las sombras-recuerdos.
El poemar desoculta lo invisible del planeta genético
es puro jugar de la luz entre los pájaros, dice
incluso lo que no sabe
del zorzal criollo o de un mirlo mojado bajo la
llovizna de Londres
El poema se resguarda de las interpretaciones; en
los nidos del hornero
pone su propio barro antes de que se seque / entonces
¿el fuego del poema arderá inútilmente sobre los
patos silvestres?
¿Quién gozará estas islas de imaginar cuando ya no
estemos?
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lunes, 5 de agosto de 2013
La isla colorada (Alfredo Veiravé)
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