martes, 30 de julio de 2013

Oda al mes de noviembre junto al Río de la Plata (Ricardo Molinari)


Cuando yo esté ya desaparecido y puro, ¡oh Argentina, nación hermosa y soberana del sur!,
en qué incansable desmemoria de la belleza de la vida
se moverán mi alma y el polvo contado de mis apagadas venas.

Alguna vez os acordaréis de mí, campos, flores, árboles;
tierra: patria solitaria del hombre... Y volveréis
a verme a orillas de los ríos, sentado, mirando entrar en el agua las bagualadas
o viendo cómo se balancean los juncos con la corriente y el viento

¡Oh río, padre antiguo, que llegas al mar con la frente velada por las nieblas y las flores!
El Paraná y el Uruguay, dulces, vuelcan en ti sus cuerpos abrazados
y sus largas y abandonadas trenzas, rotas por las islas
o cubiertas de caracoles y arena. Y te penetran
con los gritos del macá, de las cotorras y los picaflores. Con el calor y los cielos húmedos: dormidos,
con sus palmeras. Con el perfume del jazmín manga,
de las caobas y los laureles; con el vaho de las criaturas que mojan
sus cuerpos oscuros en los resplandecientes meandros;
con el reflejo de los ganados, y las montaraces visitas de la alimaña,
de la lampalagua torpe, el yaguareté, el puma y el yaguareté-í sangrientos.

¡Oh grandes ríos argentinos, poblados de pájaros, de nubes errantes, perdidas, y flores!
Juntos os veo entreverar las cabezas cansadas y los correosos muslos y las deshechas sienes en el Río de la     Plata.
Aquí os estoy mirando, aquí me habríais visto, alguna vez, reposar mi mano en otro ser,
igual a una zarza, desentendido.

En noviembre abren los jacarandáes sus ramos violetas,
y el tiempo es lejano y bello. Junto a estas barracas, mis ojos ven el ir de las velas, el vuelo de algunos      
pájaros
y siento cómo llega la tarde hasta mi rostro, y el aire desaparecido de otros días.

Los ríos bajan del norte con sus cítaras y llegan cautivos al mar, con las bocas abiertas, huyendo de los
   alegres montes; de los collados, de las vociferaciones,
a anegar en el océano sus apretadas congojas.

¿Quién recogerá mis cabellos, río sagrado; qué mar duro golpeará en mi paladar la arrasada lengua;
quién se acordará de mí, sentado en tus ciegas riberas, río hermoso?

¡Y saldrán las aguas al mar que eres tú, oh Dios mío!

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