martes, 30 de julio de 2013
Oda al mes de noviembre junto al Río de la Plata (Ricardo Molinari)
Cuando yo esté ya desaparecido y puro, ¡oh Argentina, nación hermosa y soberana del sur!,
en qué incansable desmemoria de la belleza de la vida
se moverán mi alma y el polvo contado de mis apagadas venas.
Alguna vez os acordaréis de mí, campos, flores, árboles;
tierra: patria solitaria del hombre... Y volveréis
a verme a orillas de los ríos, sentado, mirando entrar en el agua las bagualadas
o viendo cómo se balancean los juncos con la corriente y el viento
¡Oh río, padre antiguo, que llegas al mar con la frente velada por las nieblas y las flores!
El Paraná y el Uruguay, dulces, vuelcan en ti sus cuerpos abrazados
y sus largas y abandonadas trenzas, rotas por las islas
o cubiertas de caracoles y arena. Y te penetran
con los gritos del macá, de las cotorras y los picaflores. Con el calor y los cielos húmedos: dormidos,
con sus palmeras. Con el perfume del jazmín manga,
de las caobas y los laureles; con el vaho de las criaturas que mojan
sus cuerpos oscuros en los resplandecientes meandros;
con el reflejo de los ganados, y las montaraces visitas de la alimaña,
de la lampalagua torpe, el yaguareté, el puma y el yaguareté-í sangrientos.
¡Oh grandes ríos argentinos, poblados de pájaros, de nubes errantes, perdidas, y flores!
Juntos os veo entreverar las cabezas cansadas y los correosos muslos y las deshechas sienes en el Río de la Plata.
Aquí os estoy mirando, aquí me habríais visto, alguna vez, reposar mi mano en otro ser,
igual a una zarza, desentendido.
En noviembre abren los jacarandáes sus ramos violetas,
y el tiempo es lejano y bello. Junto a estas barracas, mis ojos ven el ir de las velas, el vuelo de algunos
pájaros
y siento cómo llega la tarde hasta mi rostro, y el aire desaparecido de otros días.
Los ríos bajan del norte con sus cítaras y llegan cautivos al mar, con las bocas abiertas, huyendo de los
alegres montes; de los collados, de las vociferaciones,
a anegar en el océano sus apretadas congojas.
¿Quién recogerá mis cabellos, río sagrado; qué mar duro golpeará en mi paladar la arrasada lengua;
quién se acordará de mí, sentado en tus ciegas riberas, río hermoso?
¡Y saldrán las aguas al mar que eres tú, oh Dios mío!
Poema con resaltador (Gabriel Martino)
Gabriel Martino (1975) es pintor y poeta. Vive en la 2da sección de islas en San Fernando. Los poemas pertenecen a Mimbre aún inédito. Actualiza el blog: www.paraundiariodeislas.blogspot.com.ar
entierran la carne del árbol
caído
contra el lumbrón de la
tarde
caído
en la conjetura del temporal
un sauce
con todos los secretos del aire
caído
en cumplimiento del
yacer
cometió la proeza ciega
vengada
de llevarse de la percha
negra del poste
el triple cable de la electricidad
umbilicada
que alimenta la luz bajo la que
lo que escribo
avanza se compone
con impedido tiento
como un salmo
II
la cuadrilla
experta del monte
el gordo de la máquina
el capataz de las botas verdes
nuevas
de suela amarilla y ojos casi
velados de tan transparentes
un tercero, joven, inhábil
probablemente alemán
con el machete
acaso demasiado afilado
mancebía y sojuzgamiento
liberando el cable las ramas
caen
gruesas como su cintura
con la cilindrada de los años
la facilidad de la manteca un cuchillo caliente
concéntrica
bellísima es la luz del conjunto
y conmovedora la actividad insectuosa
pueril, inane
hombres en la maraña de las rositas
y de todo lo otro que hace
la expulsión de mi mirada extranjera
de pajuera su sangre
más buena que la hambre buena
todo es natural para ellos
para el monte en ellos que se cierra
en eso serán incluidos
sus huesos al compostarse
y no los míos no quedarán como
dura recia astilla
que cada tanto
la comadreja se dañe
pero poema que es rezo de inclusión
perro fallido en camuflarnos, siempre
diciendo uno cuándo no
la palabra otra que no era
la que no ruge el idioma
suave de las fieras
ni el silbo de los vientos
entre los importados álamos
acá estamos pues
escribas de la rara fosforescencia
sin hojitas que nos cubran
las orejas los silencios de creciente
y de esponja
cadaver levanta la mano dice
si puede ir al baño
pregunta
quevaser si nadie le
responde
Otro cantar
los bordes núnca permanecen
estables
grita un gallo a la locura
del día por venir
toda la noche en su adivinación
Oda a los viejos y grandes ríos (Ricardo Molinari)
![]() |
Atardecer sobre el Río Paraná / marisa negri |
De pie, alejado y sin beber, miro los grandes ríos de mi país,
salir con sus enormes lenguas oscuras hacia el mar.
Los ríos abiertos, angustiadores, abrasados por el sol y la soledad sombría,
llegan al sur con sus dulces bocas melancólicas,
con sus continentes de flores;
con sus generosas venas apoyadas en el cieno.
Yo los he visto en las altas madrugadas acercarse como pájaros solitarios,
y tocar la llanura, espantados, bebiendo sus lágrimas y enterrando sus laúdes.
La planicie aplaca la voz y enceniza la piel de los labios,
y arde el corazón alegre con su fuerza y sus vientos infinitos
-perdidos-
debajo de sus incansables cielos que llegan hasta el llanto.
Los ríos vienen con sus bañadas espadas, con sus rotos albornoces amarillos,
con sus innumerables pueblos para arrojarse en el mar.
Yo permanecí todo un día, alguna vez, mirándolos y sentí como el sol se ponía detrás de mi espalda
y anochecía por una parte de mi cara, y no pude detener las lágrimas.
Los ríos grandes bajan hacia el sur cargados
de lluvias, enloquecidos de verano,
de los insectos, de sus enormes flores pesadas que crecen en la noche
y lucen sobre la corriente fragante: sobre el harpa suave.
Llegan apretados a unir sus antiguas cabezas-los guardados cabellos-
y a mover sus cuerpos desnudos- la deleitosa frente- en el agua salada.
¡El mar desierto recoge nuestras soledades continuadas!
¡Oh, dulce Paraná!, flor, río, padre de islas y largas costas,
enaltecido por los ancianos bardos de mi país;
ciego en tu eternidad, acaricias tus ciudades
como a una inmensa piel abandonada. Ellas te miran pasar por debajo de hermosos árboles,
sobrio, con tu canasta de raíces y flores azules.
Tras de ti el aire, la luna, las tierras altas,
los ligeros caballos, el viento caluroso,
los pájaros, el manguruyú y los pequeños ríos
donde moja la furiosa lengua
el ocelote.
Te vuelves hacia el mar, sin huida, con los amarillos ojos cerrados, corpulento,
y sin sumisión golpeas con los abiertos brazos
las islas, las rabiosas ramas: los muros últimos de la tierra
¡Solo!
El Uruguay arrastra sus piedras, sus caracoles, y sus hinchadas nubes por el naciente;
los fortunados cuerpos y las rotas amapolas.
¡Oh ríos, fuentes de la memoria!
Paraná de las Palmas I y II (Miguel Gaya)
Y el río se fue llevando
cosas
Piedras macizas, eucaliptus
ranchos
Pajas brava y bicherío
Gente también, a veces. Un hombre
con su caballo.
Un chico, una mujer gorda
Una vaca se perdió
Chanchos. Cosechas
Se fueron
en el río.
"Lo que se lleva de una orilla
lo pone en la otra. Sedimenta."
Pero
del otro lado
es tierra mala
Limo y barro y muy después
pajonales y barro.
Irreconocibles.
Eso queda.
II
La raíz
del algarrobo
en el aire. Quebrado
el barranco por
la voracidad
del río.
El agua pasa
y la ahueca
aún más.
La raíz
en el aire. Sus garras
nada pueden
aprisionar ya.
Y la fiereza
de su crispado
empecinamiento
es
desesperación
inmóvil.
de Siluetas en la corriente del río (Ediciones del Cronopio Azul, 2000)
lunes, 29 de julio de 2013
El Tigre. Delta del Paraná (Miguel Angel Asturias)
![]() |
Shangri-la , casa de fin de semana de Miguel Angel Asturias sobre el Río Capitán (delta de Tigre) foto: Sara Facio |
![]() |
Amanecer en el delta del Paraná ilustrado por Rufino Tamayo |
granada al blando espacio
que las alas ya cálidas descifran,
dónde comienza el día,
cuándo comienza el día,
cómo comienza, se hace
esta nueva alegría.
¿La yerba ve el color de la aceituna
que toma la tiniebla para dejar el agua,
trepar por entre islas, pastizales y aceites
y convertirse en sombra de árbol ya anegado
en luz del firmamento?
El río es el coloquio del trino y la molicie
cuando en su lecho andante se despereza
el día, lo mudable, la inocencia de Dios que no consume
lo que en su ardor se quema
para que siga el tiempo
al comenzar el día,
como el agua pastosa que en el delta
camina adivinando
de un reino a otro reino de la vida
los profundos caudales del principio:
el hueso del durazno, su vello de oropéndola,
la violenta dulzura de la sangre en manzana
que complota contra el seño de la pera desvestida
de su cascara verde. País de los isleños.
Tantas horas de chuparse los dedos
entre cañas flexibles, vaporosas,
y columnas de álamos,
líquidos ascendientes del espejo
desde el obscuro fondo de su légamo.
Morena flor de amores palidecida apenas
y ya eternizada, tú que eludes
al sol, di dónde empieza
a deshuesarse el oro de su metal de ganglio
para saber acaso, dónde comienza el día,
cuándo comienza el día,
cómo comienza, se hace
esta nueva alegría.
La sed. Todo principia
en la rueda dentada de la corola ígnea,
mientras del leño brota la sangre vegetal enrojecida
por el fuego que es sangre
combustión de savia, entre rocío, sudor de amaneceres,
cuando sobre la nada de la casa del hombre
emerge el humo
que es tan imagen de su propio sino.
Ascensión animada, esplendorosa,
del color y la forma gravitantes,
del sueño que se engasta en realidades
junto a todo lo quieto de la vida,
lo horriblemente quieto del agua en los zanjos
del agua color de berenjena,
de la sombra que lleva a los canales
el rosado temblor de las hortensias,
señalad ese límite preciso, la cifra
en que comienza el día,
para que detengamos los sentidos,
la fruición de la dicha colorida,
y seamos ese ser inteligente
que despertó con vida entre los ojos,
seguro de sus dudas infinitas,
blando como animal y tan contento
en ese instante en que amanece el día
Amanecer en el Delta del Paraná, Miguel Ángel Asturias
Tigre, 4 de Diciembre de 1949
Estampas del río (Miguel Angel Gómez)
Miguel Angel Gómez Fundó la revista Canto que nucleó escritores como Enrique Molina y Olga Orozco con la que estuvo casado.
Estampas del río
La brisa trae en su falda
el olor de la resaca
mientras el sol desmenuza
el vivo metal del agua
Amor de la arena azul
en la ribera lejana
el río te deja espumas
con canto pulcro de gracia.
Se despereza en las olas
rumor de peces gimnastas,
golpeando en el casco inmóvil
donde sedosos amarran
camalotes sin mortaja.
El río se está durmiendo
y da su sueño a la playa.
Cercanos buques dormidos
ya rondan nuestra esperanza...
de "La rosa de los vientos" M Gleizer editor. Bs As 1934
Estampas del río
La brisa trae en su falda
el olor de la resaca
mientras el sol desmenuza
el vivo metal del agua
Amor de la arena azul
en la ribera lejana
el río te deja espumas
con canto pulcro de gracia.
Se despereza en las olas
rumor de peces gimnastas,
golpeando en el casco inmóvil
donde sedosos amarran
camalotes sin mortaja.
El río se está durmiendo
y da su sueño a la playa.
Cercanos buques dormidos
ya rondan nuestra esperanza...
de "La rosa de los vientos" M Gleizer editor. Bs As 1934
sábado, 27 de julio de 2013
aventuras 1 –delta– (Joaquín Valenzuela)
![]() |
Joaquín Valenzuela y Javier Cófreces llegando a la Escuela Técnica 1 en el Paraná Miní II Festival de Poesía en la Escuela 2011 |
Joaquín Valenzuela Bellocq nació en Dolores, provincia de Buenos Aires, en 1971. Ha participado en diversas publicaciones virtuales. Su formación incluye: bllas artes, teatro, fotografía. Ha realizado muestras individuales y colectivas. Es actor y realizador de escenografía. Desde el año 2003 publica trabajos que incluyen música electrónica y edición de videos en la web (glipto29).
–bajos de temer
de tener que bajar la pata y arrastrar
juncos quejidos
–orquídea que enfloreció un día una corriente
–palos del paraná que bogan
patinosos palos pelados por las
piedras los peces
–sirenas fuera de borda les brillan
escamas en los ojos
–ahora están las garzas tejiendo un
arroyo en mimbre crudo
un moisés
y sueño
–bajos de la desembocadura
boca de fruta el río en río
hermanos dedos mansos
–cielos de tan verde la altura de
naranjo doble ven? lianas
lianas de glicina
–hombre que trepa a campanadas
sauces casuarinas
–el membrillo tiene años diluvianos
historias de cuando el ciervo y el caraguatá
márgenes como de todas las hojas
de las carpetas del mundo
–estos frutos ruedan en flota
llegan a manos de alguien
sentado en el borde del concreto: sabrá
qué ha de preguntarse
–el membrillar se abre
sale un perfume a barcos de semillas
–alta entraña a la vista
liquen!
liquen de mí
de tener que bajar la pata y arrastrar
juncos quejidos
–orquídea que enfloreció un día una corriente
–palos del paraná que bogan
patinosos palos pelados por las
piedras los peces
–sirenas fuera de borda les brillan
escamas en los ojos
–ahora están las garzas tejiendo un
arroyo en mimbre crudo
un moisés
y sueño
–bajos de la desembocadura
boca de fruta el río en río
hermanos dedos mansos
–cielos de tan verde la altura de
naranjo doble ven? lianas
lianas de glicina
–hombre que trepa a campanadas
sauces casuarinas
–el membrillo tiene años diluvianos
historias de cuando el ciervo y el caraguatá
márgenes como de todas las hojas
de las carpetas del mundo
–estos frutos ruedan en flota
llegan a manos de alguien
sentado en el borde del concreto: sabrá
qué ha de preguntarse
–el membrillar se abre
sale un perfume a barcos de semillas
–alta entraña a la vista
liquen!
liquen de mí
miércoles, 24 de julio de 2013
Río (Verónica Laurino)
![]() |
Verónica Laurino lee para los chicos de la EP20 del delta de SF en el IV Festival de Poesía en la Escuela |
fue el fuego.
Antes del cine
fue el río: ver y soñar
pero yo era niña
y el Paraná me daba vergüenza.
Creía que los ríos debían ser
cristalinos, limpios
y ahí estaba él
barro rojizo
ostentando su bravía.
II
Ni truchas ni salmones
sólo mojarritas,
delicia de la infancia.
Barrancas de aprendizaje
al suicidio.
Playa, deleite del bañista
nadador salvaje
sin pileta ni club náutico.
Isla
placer con pena
paraíso del pobre y sus mosquitos
nadar y pescar la deriva.
Cuando era niña,
ya lo dije
el Paraná me daba miedo.
Los dos
pudimos sobrevivir
a mi vergüenza.
Verónica Laurino
Nació en Rosario en 1967. Es poeta, novelista y bibliotecaria. Publicó Ruta 11 (Vox), Comida china (2009).
Cuatro haikus (Omar Morgante)
Solo a su
costa,
nadie
visita al río
atormentado.
La garza
blanca
sobre el
río de invierno,
belleza
cruel.
Guijarros
de agua,
el río va
puliendo
cantos
rodados.
Viento
sudeste
¿los juncos
se doblegan
por la
tristeza?
Pertenecen
a “La lámpara y el otoño”, ediciones del Dock, 2001
Enramado en el delta (Omar Morgante)
Omar Morgante nació en Campana (1957), Publicó El estruendo rasante en 1994
El Paraná se extiende tranquilo
por su calma cama llanurada
contra el sol a pique de la siesta.
Allí los sauces reflejándose
al pie de la cabecera quieren
dormir mansamente hamacados.
***
En mi noche sos
isla
de juncos.Serena
el agua aclara
tu costa en delta
por los ojos de los peces
al cielo duplicado te asomas
sobre el río de estrellas
hasta el fondo de tu alma.
***
La sudestada golpea el filo de los juncos
amarrados al río dando vueltas oscuro
nos islamos a costa de nuestra soledad.
Una furia de ramas rodea la casita
iluminada. En medio del aguacero
esta noche somos un corazón, un fósforo
resistiendo en la creciente
El Paraná se extiende tranquilo
por su calma cama llanurada
contra el sol a pique de la siesta.
Allí los sauces reflejándose
al pie de la cabecera quieren
dormir mansamente hamacados.
***
En mi noche sos
isla
de juncos.Serena
el agua aclara
tu costa en delta
por los ojos de los peces
al cielo duplicado te asomas
sobre el río de estrellas
hasta el fondo de tu alma.
***
La sudestada golpea el filo de los juncos
amarrados al río dando vueltas oscuro
nos islamos a costa de nuestra soledad.
Una furia de ramas rodea la casita
iluminada. En medio del aguacero
esta noche somos un corazón, un fósforo
resistiendo en la creciente
sábado, 13 de julio de 2013
Baladas y canciones del Río Paraná (Rafael Alberti)
Rafael Alberti (1902-1999) España. Poerta vinculado a la Genaración del 27. Vivió en Argentina hasta 1962. Estos poemas pertenecen a Baladas y canciones del Río Paraná (1953)
¡Qué tangible aparición!
Revelada maravilla.
Hay realidad que es más sueño
que el que inventa la vigilia.
Al bañado le ha salido
un pulmón de sangre tibia.
Beben en él los caballos
sangre de la tierra, tibia.
Tibio el aire, eleva barcos
sobre el agua suspendida.
Las vacas bajan del cielo
a beber la sangre tibia.
Es el otoño y la tierra
me nace desconocida.
No sé si es verdad o invento
de mis ojos lo que miran.
Balada del andaluz perdido
del otro lado del río.
-Río, tú que lo conoces:
¿quién es y por qué se vino?
Vería los olivares
cerca tal vez de otro río.
-Río, tú que lo conoces:
¿qué hace siempre junto al río?
Vería el odio, la guerra,
cerca tal vez de otro río.
-Río, tú que lo conoces:
¿qué hace solo junto al río?
Veo su rancho de adobe
del otro lado del río.
No veo los olivares
del otro lado del río.
Sólo caballos, caballos,
caballos solos, perdidos.
¡Soledad de un andaluz
del otro lado del río!
¿Qué hará solo ese andaluz
del otro lado del río?
viernes, 12 de julio de 2013
Oliverio, Norah y Olga en el Delta
![]() |
Oliverio Girondo, Olga Orozco y Norah Lange en La Recalada (Delta) |
En 1936 Oliverio se hace de un
bergantín, el Martín Fierro, mediante el cual el autor de Veinte poemas para
ser leídos en un tranvía, intenta “un vaivén más apurado”, según señaló Norah
en el banquete inaugural y en la correspondiente arenga a “tripulantes,
grumetes, naúfragos y demás ingredientes náuticos”. Adquiere también una isla,
o alquila una casa en el Tigre en la isla San Carlos, junto al río Capitán.
Allí va todo el mundo (intelectual, sobre todo). Allí recalan cierta tarde
Rafael Alberti y María Teresa León, exiliados españoles, prestigiosos
escritores. Alberti dirá, en verso, la aventura vivida en aquella ocasión
(Boletín de la SADE 1961-1963, Buenos Aires, Casa del Escritor). Según parece,
esa noche había subido el agua, el río había extendido su zarpa, anulando
huerto y jardín y escalera, la casa estaba convertida en un extraño barco, y
obligados pasajeros a merced de “las olas, del vino, la amistad, la poesía”,
mientras “Norah, arcángel de ascua, los cabellos/ trataba de amansar las aguas
con la música/ de su celeste acordeón, mi armónica/ le respondía en brisas
populares/ María Teresa hablaba en castellano/ de Castilla la Vieja/ y
Oliverio/ -un Debussy con algo de sátiro jovial mefistofélico-, / se afilaba la
barba/ gritaba, se reía...”
sábado, 6 de julio de 2013
Islas en la lluvia (Reynaldo Ros)
Reynaldo Ros (1907-1954). Poeta. Nació y murió en Paraná, provincia de Entre Ríos. Perteneció a la Generación del 40; integró los grupos "Vértice", "El Camello", "El Grillo" compartiendo esas tertulias con Juan L. Ortiz, Alfonso Sola González y Alfredo Martínez Howard entre otros. "La huerta azul" y póstumamente, editado por la Universidad Nacional de Entre Ríos:"Islas en la lluvia".
Islas en la lluvia
Las hojas, temblando,
Entre el garuar que las empapa,
Ya se despiden de los álamos,
Ya doran el vuelo de las ráfagas.
Mientras reina la lluvia,
Las horas délticas se alargan;
Y hay brazos entumidos
Y hay herramienta arrinconada.
Vuelca y vuelca de lo alto
Del hombro húmedo sus ánforas
La lluvia que, agrisándose,
Llega a borrar del panorama,
Árboles, casas, naves, ríos...
¡La lluvia, de pie sobre las aguas!...
En los hogares, gente fuerte,
Hombres de varias razas,
Sorben café, mate o ginebra;
Fuman y charlan
De frutas, mimbres y maderas;
De hormigas, mareas y borrascas,
Y junto al fuego, las mujeres
Preparan mermeladas,
O secan blusas de trabajo
Colgándolas ante la hormalla,
O peinan a sus niños
Y, sentaditos en las faldas
Los niños, ángeles de huerto,
Saborean manzanas.
Y cuando entonan las mujeres
Una canción honda y nostálgica
Murmullos hay de bosque y lluvia
De allende el mar, en lo que cantan.
Entonces estos pobladores
Recuerdan las comarcas
Remotas donde fue su cuna,
Ya en Europa, ya en Asia.
Se duelen de los pueblos tristes,
Desde esta tierra americana
Donde en paz luchan por la vida,
Donde el pan no les falta.
Y anhelan que otros inmigrantes
De manos útiles cuanto ásperas,
Dilaten los plantíos
Aquí en estas islas y que vayan
También poblando tierra firme
Con más colonias, con más granjas
Y leguas y más leguas doren
Las mieses que el mundo nos reclama.
Islas en la lluvia
Las hojas, temblando,
Entre el garuar que las empapa,
Ya se despiden de los álamos,
Ya doran el vuelo de las ráfagas.
Mientras reina la lluvia,
Las horas délticas se alargan;
Y hay brazos entumidos
Y hay herramienta arrinconada.
Vuelca y vuelca de lo alto
Del hombro húmedo sus ánforas
La lluvia que, agrisándose,
Llega a borrar del panorama,
Árboles, casas, naves, ríos...
¡La lluvia, de pie sobre las aguas!...
En los hogares, gente fuerte,
Hombres de varias razas,
Sorben café, mate o ginebra;
Fuman y charlan
De frutas, mimbres y maderas;
De hormigas, mareas y borrascas,
Y junto al fuego, las mujeres
Preparan mermeladas,
O secan blusas de trabajo
Colgándolas ante la hormalla,
O peinan a sus niños
Y, sentaditos en las faldas
Los niños, ángeles de huerto,
Saborean manzanas.
Y cuando entonan las mujeres
Una canción honda y nostálgica
Murmullos hay de bosque y lluvia
De allende el mar, en lo que cantan.
Entonces estos pobladores
Recuerdan las comarcas
Remotas donde fue su cuna,
Ya en Europa, ya en Asia.
Se duelen de los pueblos tristes,
Desde esta tierra americana
Donde en paz luchan por la vida,
Donde el pan no les falta.
Y anhelan que otros inmigrantes
De manos útiles cuanto ásperas,
Dilaten los plantíos
Aquí en estas islas y que vayan
También poblando tierra firme
Con más colonias, con más granjas
Y leguas y más leguas doren
Las mieses que el mundo nos reclama.
En el Tigre (Juan Rodolfo Wilcock)
Juan Rodolfo Wilcock (Buenos
Aires, 1919-1978). Principales obras: Libro
de poemas y canciones; Ensayos de poesía lírica; Persecución de las musas
menores; paseo sentimental; Los hermosos días y Sexto.
En
el Tigre
Mi madre corría en el Tigre junto a los
ríos
ya conmigo grávida en primavera, y
apenas
se inclinaba el tiempo en las
silenciosas arenas
de un reloj oculto entre los presagios
sombríos.
Pero iba cantando alrededor mío entre
flores,
y su cuerpo joven me traslucía el
paisaje
naciente de América, el resplandor del
follaje
con álamos verdes, y los primeros
colores.
Y el barco mortal que ella desplegaba
en el viento
flotaba en la pálida luz rosada del día
sobre el horizonte. Y entre sus rayos
sabía
el dios de aurora y entraba ya hasta mi
aliento.
Mi madre aceptaba esa luz y estaba a mi
lado,
durmiéndose espléndida como el aire
ascendente.
“El después iría por la neblina”. ¡Oh
ausente
señora
con nubes y con el rostro asombrado
Remando en el Abra Vieja (Carlos Enrique Urquía)
(Carlos Enrique Urquía (Buenos
Aires, 1921-2003).Sus principales obras son: Amistad en las islas; Ingreso en el hombre; Palabra de honor; La
cimbra; Rama negra; Monograma; Sujeto y predicado; Primavera corregida, libro de
actas; Cinco textos de amor y una canción traspapelada.
Remando
en el Abra Vieja
Este
Mi remo
Toco el líquido mineral con su pala
Me apoyo y voy sobre el agua recostada
y suelta.
La mañana ayuda con su vidrio.
El árbol
El pájaro
Este brazo con los triángulos de la
fuerza.
La alegría resuelta en las manos
En la espalda
Sudada cancha del sol.
El puño asido al remo
El remo abrochado en el agua
El abra por el mapa y por la historia.
La espuma
Una viruta de capítulo hirviente
De estambres musicados
De zaguán clausurado en las burbujas.
Las islas saltan el horizonte detrás de
este remo.
Mi madre también tenía un remo dentro
de su puño
Y se llamaba Amalia
Como una planta medicinal o como una
estrella.
Nació en las caderas del Riachuelo
Y creció en las tierras inclinadas del
Neuquén.
Reunió jarillas y guitarras
Cuando se puso el primer corpiño.
Después tuvo sus hijos que desató del
mismo obligo
Que aventó como animalitos vivarachos
Como piedritas blancas y parecidas
En la mano empolvada de las calles
Citados en la misma verdad
Y uncidos
Como bagrecitos recién pescados
Del junco rojo de su sangre.
Ella nunca dijo que tenía un remo.
Lo tachaba con el cuchillo querido de
su risa
Lo disimulaba en cualquier lugar de su
angustia.
No sé si alguna vez estuvo en estas
islas
Pero
Hoy
Esta mañana clara
Este verano con sus cartucheras rojas.
Yo remo en la eternidad del Abra Vieja
En su agua tirada
Caminito puesto bajo el pétalo del
bote.
Todos tenemos un remo hacia la belleza.
Islas del Tigre (María del Carmen Suárez)
María del Carmen Suárez (Buenos
Aires, 1943). Principales obras: La noche
y los maleficios, El bosque de fuego; Los dientes del lobo y Voracidad del sonido.
Islas
del Tigre
Estos productos del amor del agua
Donde las noches regalan sus frutos de
ojos amarillos
Me recuerdan los muertos conocidos
Ahora sal purísima en los brazos de la
tierra
Salinas intensas donde el ojo no llega
Y también te recuerdo porque estás vivo
en mis islas
Lejos de esa orden negra de fines
imprecisos
Aunque en tu corazón estén unidas la
calma
Y el ardor del principio y el fin.
El agua corre
Se lleva lo mejor de mi alma
Y cada hoja que agita en sus entrañas
Es el signo del olvido
Transformación ardua de querer escapar
Cundo el canto de los pájaros es
intenso
Y el sol desata el vendaval del sueño
Desorbitándose hasta cubrirlo todo.
Delta (Ana Lía Schifs)
Ana Lía Schifis (Buenos Aires,
1948-2000). Títulos principales: El puro
acontecer y Delicados airecitos.
Delta
¡Basta! o demasiado
William Blake
I
Ardiendo
es que muero
en la belleza del día
que estalla en mi ventana
silencio del río,
en su rumor fluyo
sin fronteras
II
Florecida la palabra
en delirante fermentación,
llena la inmensidad
III
Si esta inmensidad
iluminara cada mañana
sería mía la vida entera
Ese que está en el Tigre como planta (Roberto Paine)
Roberto
Paine (1916). Principales obras: La llama en el viento y Evangelina del sur.
Ese
que está en el Tigre como planta
Ese que está en el Tigre como planta,
Feliz durmiente del canal tranquilo.
Y ése también, el que comprueba el filo
Del hacha en la corteza. Y el que
canta.
Ese que está tendido y se levanta
Para caer debajo de algún tilo.
el que en su propio pecho busca
asilo
cuando la noche muerde su garganta.
Ese que de rodillas sobre el bote
Mira el resplandecer de la corriente,
Suelta una rama gris para que flote;
Ése con cara aún adolescente,
Habitante del río y camalote,
Supone ser mi espejo vagamente.
Al río de la Plata a la altura de San Isidro (Inés Malinow)
Inés Malinow (Buenos Aires,
1924-….). Principales obras: Poemas de
estrellas y vientos; Tiempo deshabitado; Versitos para caramelos; Tal vez el
amor; El libro de las nanas y Páramo
intemperie.
Al
río de la Plata
a la altura de San Isidro
Padre río blando
alzado en tréboles
nardo tú mismo del agua
estupor cálido donde se resuelve
el verano
nada en tus orillas
la temerosa presencia
de la distancia.
Toma la mano de esta mujer
llévala a tus regiones
desnúdala de líquido
y de paciencia
aquiétala hacia márgenes
donde permanezca el deseo
envuélvela de vientos y de juncos
perennes persígnala de magia
cáela hacia el mar
llévala llévala.
Oda al Paraná (Manuel José de Lavarden)
Manuel
José de Lavarden (1754-1808)
Oda
al Paraná
Augusto Paraná, sagrado río
primogénito ilustre del océano,
que en el carro de nácar refulgente,
tirado de caimanes, recamados
de verde y oro, vas de clima en clima,
de región en región, vertiendo franco,
suave verdor y pródiga abundancia,
tan grato al portugués como al hispano;
si el aspecto sañudo de Mavorte,
si de Albión los insultos temerarios
asombrando tu cándido carácter,
retroceder te hicieron, asustado,
a la gruta distante, que decoran
perlas nevadas, ígneos topacios,
y en que tienes volcada la urna de oro,
De ondas de plata siempre rebosando;
Si las sencillas ninfas argentinas
Contigo temerosas profugaron
Y el peine de carey allí escondieron
Con que pulsan y sacan sones blandos
En liras de cristal, de cuerdas de oro,
Que os envidian las Deas del Parnaso;
Desciende ya dejando la corona
De juncos retorcidos, y dejando
La banda de silvestre camalote,
Pues que ya el ardimento provocado
Del heroico español, cambiando el oro
Por el bronce marcial, te allana el
paso,
Y para el arduo, intrépido combate,
Carlos presta el valor, Jove los rayos.
Cerquen tu augusta frente alegres lirios
Y coronen la popa de tu carro,
Las ninfas te acompañen adornadas
De guirnaldas, de aroma y amaranto,
Y altos himnos entonen, con que avisen
Tu tránsito los Dioses tributarios.
El Paraguay, el Uruguay lo sepan,
Y se apresuren próvidos y urbanos
A salirte al camino, y a porfía,
Te paren en distancia los caballos
Que del mar Patagónico trajeron;
Los que ya zambullendo, ya nadando,
Ostentan su vigor, que mientras llegan
Lindos Zéfiros tengan enfrenados.
Baja con majestad, reconociendo
De tus playas los bosques y los antros.
Extiéndete anchuroso, y tus vertientes,
Dando socorro a sedientos campos
den idea cabal de tu grandeza.
No quede seno que a tu excelsa mano
Deudor no se confiese. Tú las sales
Derrites y tú eleva los extractos
De fecundos aceites; tú introduces
El humor nutritivo, y suavizando
El árido terrón, haces que admita
De calor y humedad fermentos caros.
Ceres de confesar no se desdeña
Que a tu grandeza debe sus ornatos.
No el ronco caracol, la cornucopia,
Sirviendo de clarín, venga anunciando
Tu llegada feliz. Acá tu hijos,
Hijos en que te gozas, y que a cargo
Pusiste de unos hijos tutelares
Que por divisa la bondad tomaron,
Zéfiros halagüeños por honrarte,
Bullen y te preparan sin descanso
Perfumados altares, en que brilla
La industria popular, triunfales arcos
En que las artes liberales lucen,
Y enjambre vistosísimo de naos,
De incorruptible leño, que es don tuyo,
Con banderolas de colores varios
Aguardándote está. Tú con pala
De plata, las arenas dispersando
Su curso facilita. La gran corte
En grande gala espera. <ya lo
sabios,
De tu dichoso arribo se prometen
Muchos conocimientos más exactos
De la admirable historia de tus reinos,
Y los laureados jóvenes, con cantos
Dulcísimos de pura poesía
Que tus melífluas ninfas enseñaron
Aspiran a grabar tu excelso nombre,
Para siempre, del Pindo en los
peñascos,
Donde hoy más se cantan tus virtudes
Y no las iras del furioso Janto.
Ven sacro río, para dar impulso
Al inspirador ardor; bajo tu amparo
Corran como tus aguas nuestros versos,
Llevarás guarnecidos de diamantes.
No quedarás sin premio (premio santo!);
Y de rojos rubíes, dos retratos,
Dos rostros divinales, que conmueven;
Uno de Luisa es, otro de Carlos.
Ves ahí, que tan magnífico ornamento
Transformará en un templo tu palacio;
Ves ahí para las ninfas argentinas,
Y su dulce cantar, asuntos gratos.
Poema de las islas y el río de la muerte (Raúl González Tuñón)
Raúl González Tuñón
(Buenos Aires, 1905-1974): principales obras: El violín del diablo; La calle del agujero en la media; La rosa
blindada; Primer canto argentino; A la sombra de los barrios y La veleta y la antena.
Poema de las islas y el río de la muerte
En el país en
donde el viento cambia de nombre cada cien leguas.
En el país en
donde nacen las grandes crecientes y naufragan
las veletas.
En el país donde
los ríos cambian de nombre cada cien leguas.
Donde las
orquídeas son devoradas por las lianas.
En la cuenca del
Amazonas y del Plata,
poblada de gatos
monteses, caimanes, jabalíes, basiliscos,
multicolores
moscardones, grandes pájaros asesinos.
En el país donde
la selva atrapa con el sutil veneno
de la terrible
fiebre verde.
Allí donde se
encuentran los imponentes ríos,
vecinos del dolor
y del espanto de los caucheros y los leñadores.
Y más allá, donde
yacen extrañas ciudades enterradas desde hace miles de años;
sus muertos, sus
hazañas y sus ritos.
En el país donde
disputan vientos y soles, lluvias y sequías,
olores excitantes,
gritos mágicos, sapos gigantescos.
Allí donde hay
algo más que el oro y los diamantes,
más que el bosque
compacto, las selvas vírgenes y los ríos tremendos:
hay, en el corazón
misterioso de ese mundo,
la total,
fascinante atracción de la selva.
Y pregúntenle a
Fawcet, explorador inglés, si es que retorna
de la isla que
navega en el Río e la Muerte ,
rumbo a un destino
inexorable, hacia el Océano.
Hacia el
inconmensurable cementerio
de aventureros, de
islas y de barcos.
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