miércoles, 19 de junio de 2019

Pava de monte común (Penélope Obscura) Cultura Gastronómica (Alberto Muñoz)




Viven de la caza, de la pesca, de los hongos. Comen pava de monte común, - el manjar más preciado- su carne, sus patas, su pico, sus plumas. Hay un culto a la sombra de la penélope obscura : una vez desaparecida en los estómagos de los comensales, su sombra debe ser expulsada para evitar, en el ángelus, su lamento tormentoso, que sólo se silencia con las risas de los que han engullido su cuerpo. Los rusos ríen al atardecer y las sombras escapan por los fondos.
La rana criolla es apetitosa; se la come viva, mientras el cuerpo baila imitando sus saltos. Si la rana es vomitada es debido a su celo. El celo de la rana se imita con una melodía. Todos conocen esa música que es la única que practican con su siringa de cañas con nueve agujeros. De noche, iluminada con las pequeñas luces lunáticas, se escucha, de orilla a orilla, la melodía que indica que en algún lado se ha comido una rana extasiada.
La tortuga es una comida de viejos. Se tira la carne, se come la resaca de la carcasa hervida durante tres días. Todas las comidas no muy sabrosas se acompañan con una pasta amarilla hecha de pescado, especialmente bagre, (uno de sus santos conserva este aspecto) frutos, hojas, hongos de poca ponzoña, y costras de árboles. Mastican y escupen.
Los perros merodean el escupitajo pero no lo comen. Se deja la pasta un tiempo a la intemperie y se la vuelve a ingerir. Algunos mueren con la ingesta, pero no deja de ser honorable ese modo de abandonar la vida isleña.
Beben el marrón de las aguas del río. Son buenos nadadores.
Los rusos detestan la aglutinación, sólo se enciman en los días conmemorativos: el día del río, el de la luna, el del silencio. Son festejos comunales e íntimos con los ancestros que pasan largas jornadas en las casas, ayudando en los trabajos relacionados con los nutrientes y la iluminación.

en “La invasión rusa” de Islario fantástico argentino. Bs As : Siwa - Biblioteca de los Confines, 2018.
ilustración : Gabriel Martino

La invasión rusa - primera parte- Alberto Muñoz


FASTOS

En el Delta del Paraná y a menos de cien kilómetros del Ojo de Agua, vive y se extiende una extraña comunidad islaria.
Se trata de una nación - así llaman sus habitantes al territorio- donde vivir y morir está fuera de toda ley. Al lugar se lo conoce como La Invasión Rusa.
Los moradores parecieran vivir en el modesto y molesto territorio de la imaginación, si bien es cierto que sostienen una realidad mucho más compleja que la realidad misma del Delta.
¿Qué es real, qué se atreve a no serlo?
Al parecer los rusos, son una respuesta a eso; un apunte más en la prodigiosa naturaleza del Paraná.

ASENTAMIENTO RUSO

El paisaje verde deja ver unas casas rústicas, en altura, viviendas palafíticas hechas para que la inclemencia del tiempo las destruya. Vuelven a ser levantadas inmediatamente después de una tormenta ventosa; en eso consiste construir para la destrucción. Lo que se levanta requiere de una inteligencia inconsútil que vuelva todo al comienzo indefinidamente.
No hay colores en las casas. recubiertas por fuera y por dentro con limo y materia orgánica en forma de turba, lucen en el aire como insectos lujuriosos.
La Nación está atestada de puentes.Todas las casas tienen varios de ellos, en su mayoría tendientes a las estrellas. Los puentes armados por detrás de las viviendas favorecen el paso de los ancestros. Fantasmas que van y vienen visitando a los suyos. Nadie arregla los puentes que se desmoronan con el paso de los ancestros.
Es un islario pequeño con dos orillas enfrentadas. Los hombres y las mujeres también están enfrentados desde siempre, conviven en una batalla silenciosa. Ese enfrentamiento se comporta como un pulmón que trae el pasado y se lleva el presente a los confines de la Rusia Imperial.
Están en la nación hace más de cien años. El Delta los ignora. Practican el silencio para no envejecer.
En los mapas de Prefectura, el asentamiento figura como un punto negro. Nadie llega hasta el lugar. Los curiosos que han merodeado el territorio no han visto nada, ni casas ni puentes, como si se tratara de una mala jugada de la imaginación, pero los rusos están, y con ellos sus estrategias para no ser vistos ni oídos, ni incluidos en los mapas del Delta. Los avistajes en helicóptero arrojan los mismos resultados. No hay rusos. Nunca los hubo.
Las batallas entre ellos son sangrientas pero transcurren en silencio. Los muertos se entierran al día siguiente del combate, en las soledades más inmensas de la mente. Morir no es azar.
Sus tradiciones permiten santos. Se les fabrican camitas para poner debajo de las camas. Con las inundaciones los santos viajan en sus barquitas rumbo al Vacío.

en “Islario fantástico argentino” Buenos Aires : Siwa- Biblioteca de los Confines, 2018.